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Tribuna
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La ‘situación real existente’ de la investidura de Rajoy

Abstenerse en esta investidura es sin duda un mal trago para los socialistas. Pero, bien mirado, quizás no les vaya tan mal

En 1970, la República Federal Alemana firmó un tratado con la Unión Soviética que rompía el hielo de la Guerra Fría y quitaba la primera piedra de un Muro de Berlín que terminaría por caer 20 años más tarde. En un ejercicio de malabarismo diplomático, el tratado se refería a la división de Alemania en dos Estados como “la situación real existente”. Willy Brandt, el canciller socialista que impulsó este acercamiento, fue ferozmente atacado por el partido conservador alemán, antes de que, pocos años después, este mismo partido abrazara con la fe del converso la denominada Ostpolitik.

No sería la única vez que la política doméstica hiciese extraños compañeros de cama. Se acaban de cumplir 30 años del referéndum sobre la OTAN. Por insólito que ahora parezca, el único partido que pidió el voto favorable en este referéndum fue el PSOE, mientras Alianza Popular pedía la abstención y el resto de partidos, el voto en contra.

Volviendo al presente, la situación real existente en nuestro país tras las elecciones del 26J es que el partido que ha ganado claramente es incapaz de formar una mayoría. Es la diferencia entre un éxito electoral y un fracaso político. Por el momento, los socialistas han anunciado su negativa a la investidura, aunque algunas declaraciones sugieren que esta posición podría cambiar si Mariano Rajoy consigue más apoyos. El problema es que Rajoy parece preferir evitarse el suplicio de esta negociación, confiando en que, ante el abismo de unas terceras elecciones, los socialistas den finalmente su brazo a torcer y acaben absteniéndose.

¿Cómo salir de esta encrucijada? La respuesta es con una dosis de teoría de juegos: el PSOE debería anunciar ya su disposición a abstenerse en la investidura de Rajoy, condicionada a que el PP alcance antes un acuerdo favorable con Ciudadanos y algún partido nacionalista. Pasaría así la presión sobre Rajoy, para que se arremangue, negocie y alcance acuerdos con otras fuerzas políticas.

Abstenerse en esta investidura es sin duda un mal trago para los socialistas. Pero, bien mirado, quizás no les vaya tan mal. Supongamos que se abstienen y punto. Al día siguiente, pasan a la oposición. Tendremos un Gobierno en minoría, liderado por un pato cojo con una imagen derrumbada desde hace años. Enfrente, un PSOE liderando la oposición, con capacidad para tomar la iniciativa política. España es una democracia parlamentaria, y una mayoría en el Congreso, aunque sea de un color político distinto al del Gobierno, puede tomar iniciativas políticas importantes, por ejemplo, investigar por qué el ministro de Interior da órdenes al jefe de la Oficina Anticorrupción catalana, aprobar un ingreso mínimo vital o derogar la ley mordaza.

"Una mayoría en el Congreso, aunque de un color distinto al del Gobierno, puede tomar iniciativas políticas importantes”

¿Qué pasa si Rajoy va a la investidura, el PSOE vota en contra y no consigue salir elegido? A continuación, Podemos, buscando blanquear su imagen tras el relativo fracaso del 26J, improvisará una nueva y desconcertante maniobra. Tal vez abrirá la puerta a negociar con el PSOE y Ciudadanos. Esta jugada creará nuevas expectativas, antes de defraudarlas. Porque lo cierto es que no existe una mayoría alternativa al PP. No existía después del 20D, como el actual secretario general socialista tuvo ocasión de comprobar, y mucho menos existe ahora. El resultado serán unas terceras elecciones.

Hay quien piensa que una abstención socialista en la investidura de Rajoy sería una traición a sus votantes. Como, por cierto, también hubo quien sostenía que lo era defender la normalización de las relaciones con la Unión Soviética o la permanencia en la OTAN, eran sendas traiciones a los principios. Pero lo cierto es que era la mejor solución en cada momento. Y los ciudadanos parecieron entenderlo.

En 1972, en medio de una fuerte polémica sobre su política hacia el bloque comunista, Willy Brandt conseguía una rotunda victoria en unas elecciones con una participación masiva. Por su parte, en 1986, apenas unos meses después de la celebración del referéndum de la OTAN, Felipe González revalidaba la mayoría absoluta. Y es que, aunque deberían pasar muchos años para que la gente llegase a nuestras instituciones, ya entonces la gente de verdad, es decir, los ciudadanos, tenían la sana costumbre de votar en cada momento lo que mejor les parecía, y de reconocer a aquellos dirigentes que, en los momentos más difíciles, ponen los intereses comunes por encima de todo. A grandes rasgos, en eso consiste la democracia.

Isidoro Tapia es MBA por Wharton.

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