La hora de reforzar los cimientos de Europa
Europa se levantó el viernes en medio de un escenario huracanado digno de El Mago de Oz. Las encuestas sobre el resultado del referéndum británico apuntaban ya en las últimas semanas a la posibilidad de un empate ajustado, pero en la mayor parte de los análisis políticos y económicos, así como en la propia opinión pública europea, el sentimiento mayoritario apostaba por un Reino Unido que rechazaría la propuesta de separación. Pese a los cálculos, informes, estrategias, advertencias y planes b preparados durante los últimos meses, los mercados recibieron con sorpresa y pánico (el Ibex cayó más de un 12% en la peor jornada de toda su historia) la decisión de los británicos de abandonar el corazón de Europa. Tras una noche larga y agitada, los resultados a favor de la salida desataron la euforia en los euroescépticos y la consternación en los europeístas, tumbaron la libra esterlina y forzaron la dimisión del primer ministro británico, David Cameron, principal responsable de haber puesto sobre la mesa un referéndum que ha terminado arrastrándole con la fuerza de un ciclón.
Una vez digerida la sorpresa, el miedo e incluso la incredulidad inicial, las próximas semanas acogerán todo tipo de análisis políticos, sociológicos, históricos y, muy especialmente, económico-financieros en torno al nuevo horizonte de relaciones entre Londres y Bruselas. Será entonces el momento de sopesar con mayor serenidad los daños actuales y futuros que la escisión deja en uno y otro lado del Canal de la Mancha y que, a grosso modo, pueden clasificarse en tres categorías: financieros, económicos y políticos. Los primeros, visibles ya en las caídas de los mercados y en la tensión sobre las primas de riesgo (la española llegó a superar los 190 puntos) son los más susceptibles de cuantificación. Más complejo resulta hacer lo mismo con otro tipo de daños económicos, dado lo largo del proceso de salida, que la Cámara de los Lores cifra en nueve años.
Pese al discurso duro y cortante que Bruselas ha mantenido en torno a la consulta, advirtiendo –con razón– de las graves consecuencias que la desconexión traería consigo, todo apunta a que Gran Bretaña y la UE abrirán un proceso negociador que no solo incluirá la salida, sino también el diseño de un nuevo marco jurídico y comercial para Londres que permita mantener los intercambios entre ambas economías y perjudicar lo menos posible sus intereses mutuos. Dado el posible efecto contagio que el brexit provocará en la Europa euroescéptica –los últimos datos señalan que el descontento ronda ya, de media, el 50% de la población europea– la creación de un traje a medida para el exsocio rebelde constituye uno de los grandes peligros políticos de esta ruptura. No hay duda de que es necesario reconducir las relaciones con una potencia como Reino Unido, pero habrá que hacerlo con una considerable dosis de prudencia e inteligencia política. De lo contrario, Europa corre el riesgo de lanzar a otros Estados miembros el resbaladizo mensaje de que fuera del club puede vivirse igual o mejor.
Las lecciones políticas que hay que extraer de esta jornada negra para la unidad europea no solo atañen a los británicos, sino también a la propia Unión. El efecto ejemplarizante que el brexit puede tener entre otros países miembros tiene mucho que ver con el fracaso institucional de una Europa que no ha sido capaz de alcanzar una cohesión capaz de ir más allá de la creación de un mercado único y con libre circulación de personas. La crisis económica vivida en los últimos años ha dejado en evidencia las profundas grietas que dividen el continente, pero también la total ausencia de liderazgo en la propia cúpula de la UE, más allá del tirón de una Alemania ocasionalmente acompañada por Francia. En un escenario como ese, el mejor antídoto para frenar futuros brexit es trabajar para construir un proyecto comunitario fuerte y atractivo que dote al Viejo Continente de una sólida hoja de ruta para un futuro en común.