China, MacArthur y la presidencia de EE UU
El líder de China, Xi Jinping, asegura que no quiere problemas en la península coreana. El 25 de junio de 1950, el régimen comunista de Corea del Norte invadió Corea del Sur sin mediar provocación alguna con el pleno apoyo político y militar de Mao. La URSS tardó hasta agosto de 1945 para apoyar a los aliados occidentales en su pugna contra el fascista imperio japonés.
De manera oportunista y debido a la buena fe de Roosevelt, los soviéticos ocuparon el territorio coreano al norte del paralelo 38 y pretendieron hacer lo mismo con la isla japonesa septentrional de Hokkaido (MacArthur lo impidió). El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad la constitución de una fuerza multinacional para restablecer la legalidad internacional en Corea. Ni EE UU ni la URSS contaban con tropas en Corea en 1950, pero a diferencia de la URSS, Estados Unidos había reducido radicalmente el tamaño de sus fuerzas armadas desde 1945. El Ejército norcoreano, abastecido y entrenado por la China comunista y la URSS, superaba de largo en efectivos y armamento al surcoreano.
El general Douglas MacArthur, comandante en jefe de los aliados en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y modernizador de Japón después de 1945, desembarcó con sus fuerzas brillantemente en Inchón, derrotando decisivamente a los norcoreanos detrás de sus líneas. A las pocas semanas, China mandó a 300.000 soldados cruzar el río Yalu, la frontera entre Corea del Norte y China, nuevamente sin que se hubiera producido provocación alguna por parte de alguno de los 17 aliados que integraban la alianza de la ONU, que aprobó operaciones al norte del paralelo 38.
China no contaba con armas nucleares en 1950 y el arsenal ruso era primitivo. Sí existía un pacto soviético-chino. Truman fue el arquitecto de la política de la contención contra el comunismo. Pero le tembló el pulso como líder político de una coalición de tantos países, uno de los cuales, Reino Unido, pensaba en sus intereses coloniales y contaba con un primer ministro laboralista, Clement Atlee, que ni decidió ayudar a liberar España ni tenía concepto alguno de geopolítica.
A MacArthur se le denegó el derecho de perseguir a aviones chinos que entraban en Corea más allá de sus fronteras y bombardear las pistas de aterrizaje en Manchuria desde donde despegaban los cazas chinos que atacaban a los aliados. Pidió permiso para destruir los puentes sobre el río Yalu y se le contestó que podía bombardear la parte meridional de los puentes, una de las órdenes más estúpidas de la historia militar. Es altamente improbable que Stalin hubiera atacado a los aliados si Truman y los jefes del Estado Mayor de EE UU hubieran permitido a MacArthur realizar dichas acciones, que ellos mismos contemplaron, incluso el uso de armas nucleares de forma limitada. Stalin exigió a Mao que controlara a los norcoreanos. MacArthur desafió a Truman, quien despidió a uno de solo cinco generales de cinco estrellas de la historia de EE UU.
MacArthur, un profundo conocedor y amante de los pueblos de Asia, con razón avisó de que la contención del comunismo era igualmente importante en Asia como en Europa. Recibió el homenaje más multitudinario de la historia de Nueva York con la afluencia de siete millones de personas. Durante tres largos años, las fuerzas de la ONU fueron incapaces de derrotar con tantas limitaciones a los ejércitos chino y norcoreano. Más de dos millones y medio de civiles coreanos perecieron en la guerra, al igual que 178.000 efectivos militares aliados, la gran mayoría surcoreanos y de EE UU. El Consejo de Seguridad decretó que China había sido el agresor.
Sesenta y tres años después, el lunático dictador norcoreano, Kim Jong Un, dispara misiles con un alcance de 3.000 km con periodicidad mensual. El régimen de Pyongyang cuenta con capacidad demostrada para enriquecer uranio y posee cabezas nucleares. Solo es cuestión de tiempo hasta que mejore su puntería y pueda lanzar misiles con ojivas nucleares. Mientras Corea del Norte sufre la peor dictadura totalitaria del mundo y hambrunas repetidas se han cobrado la vida de millones a pesar de la ayuda occidental, China se limita a cuidar su imagen internacional aprobando ineficaces resoluciones de la ONU. Si Xi Jinping quiere evitar la guerra en la península coreana, debe dejar de respaldar de manera económica, comercial y militar a un régimen que ha cometido crímenes atroces y prácticas genocidas contra su propia población, encerrando en campos de trabajo a cualquiera que resiste, además de apoyar y ejecutar directamente acciones de terrorismo, lavado de dinero y contrabando intelectual.
China también debe acatar la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar y olvidarse de su peligroso deseo de privar a Filipinas, Malasia, Vietnam, Brunéi y Taiwán de sus 12 millas náuticas y zona económica exclusiva de 200 millas y arrebatar el archipiélago de las Senkaku a Japón.
La historia ha dado la razón a MacArthur, que se opuso al uso de la bomba atómica contra Japón y nunca desacató las directivas de la Junta de Jefes del Estado Mayor de EE UU. Únicamente la historia podrá juzgar los méritos de los acuerdos de Obama con Irán y Cuba. Ni Hillary Clinton –que ejecutó el pivote de EE UU hacia Asia– ni el candidato republicano que pueda o no derrotarla van a ser tan prudentes en su reacción al acoso al que somete China a sus vecinos del mar de China meridional, por cuyas aguas navegan 5.000 millones de dólares de comercio internacional. Esperemos que el próximo presidente no sea Donald Trump, que a menudo cita a MacArthur y Patton como generales que, al margen de grandes egos, tenían ideas claras.
Alexandre Muns Rubiol es Profesor de la EAE Business School