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La victoria del 'no' en Grecia deja al país pendiente del hilo financiero

La zona euro lleva cinco años jugando con fuego

La victoria del no (Oxi) en el referéndum celebrado ayer en Grecia sobre las condiciones exigidas por la troika (CE, BCE y FMI) a cambio del rescate deja al país de Alexis Tsipras pendiente de un hilo financiero que se puede romper en cualquier momento. Algunos países son partidarios de cortarlo y que las dos partes asuman las consecuencias. Bruselas intentará evitar ese desenlace, pero no podrá impedir que una vez más se ponga en cuestión la integridad del euro.

Desde 2010, la zona euro se ha acostumbrado a jugar con la posibilidad de expulsar a uno de sus miembros. Y a la vista de la aparente tranquilidad de los inversores internacionales, parece que puede permitírselo. Pero se trata de un juego de riesgo en el que, tarde o temprano, puede estallar la Unión Monetaria igual que reventaron los embriones del euro en los años noventa.

En el último episodio de la crisis del euro, tras la victoria de Syriza en Grecia el 25 de enero, los mercados apenas han reaccionado durante las incesantes negociaciones entre Bruselas y Atenas, ni ante la posibilidad de resolver el conflicto dejando caer al eslabón más débil (e indisciplinado) del club.

“Los riesgos sistémicos de Grecia para el resto de la zona euro son significativamente más bajos que en el pasado y no justificarían una repetición del derrumbe de la periferia similar al del pico de la crisis de deuda”, señala el banco Nomura en un informe de la semana pasada.

Muchos Gobiernos, incluido el español, muestran oficialmente tesis incluso más optimistas sobre su inmunidad al contagio griego. E interpretan la calma de los mercados como la prueba de que la Unión Monetaria está preparada para soportar la salida de uno de sus socios, sobre todo si se trata de uno como Grecia, cuyo PIB nacional pesa menos que el de la Comunidad de Madrid o el de Düsseldorf.

La tesis de la inmunidad, sin embargo, no toma en cuenta que las primas de riesgo, el termómetro de la crisis entre 2010 y 2012, están anestesiadas por el Banco Central Europeo, sobre todo desde que puso en marcha en marzo de este año su programa de relajación cuantitativa con el que espera retirar del mercado un billón de euros de deuda pública hasta septiembre de 2016.

Quienes defienden que la zona euro está blindada tampoco incorporan en su cálculo el paréntesis que puede haber entre una catástrofe como el Grexit y la respuesta de los mercados. Las Bolsas estadounidenses, por ejemplo, subieron en los días posteriores a la caída del banco Lehman Brothers en 2008, el precedente que se suele invocar como referencia para la salida de Grecia del euro. Los inversores menos avezados quizá lo interpretaran como señal de que había sido un incidente inocuo. Unos meses después, la capitalización bursátil de EE UU había caído casi a la mitad.

La agencia de calificación Standard & Poor’s calcula que el Grexit supondría la reaparición del sobrecoste de financiación que suponía el riesgo de ruptura del euro y que fue eliminado en 2012 por el presidente del BCE, Mario Draghi, con su famoso conjuro del “whatever it takes” (lo que haga falta). Para España, ese sobrecoste se traducía en unos 200 puntos básicos añadidos de prima de riesgo.

S&P calcula que el sobrecoste regresaría y ahora sería permanente, porque los mercados ya no percibirían el euro como una unión irreversible, sino como un tipo de cambio fijo entre una moneda común y unas monedas nacionales que pueden regresar en cualquier momento.

La agencia de calificación calcula que entre 2015 y 2016 ese nuevo riesgo se traducirá en un encarecimiento de la financiación de los socios del euro equivalente a 30.000 millones de euros, con Italia como el país más afectado (11.000 millones).

La vacuna de moda en Bruselas y en otras capitales ante esa amenaza del mercado se basa en acelerar la integración política de los socios que se queden dentro del club. Pero se olvida mencionar que no está disponible. El reciente informe de la UE sobre “los pasos para completar la Unión Monetaria” fija como horizonte 2025. Y ni siquiera hay garantía de que se pueda cumplir ese plazo porque algunos de los socios podrían resistirse a dar un salto que incluye cesiones de soberanía tan importantes como la presupuestaria.

Dos socios de la UE , Francia y Holanda, ya abortaron en 2005, con sendos referéndums, el proyecto de Constitución europea. Diez años después, en ambos países triunfan partidos eurófobos que plantean abiertamente la salida de euro.

La actual crisis de confianza en el modelo de integración política que sustentaba el euro hace más probable los pasos hacia atrás que hacia adelante. De hecho, la zona euro parece un proyecto estancado. Bruselas proclama que sigue sumando socios, pero solo ha incorporado siete países pequeños (Eslovaquia, el mayor) que suman entre todos un PIB solo ligeramente superior al de Grecia... o al de Madrid.

Los países grandes de Europa Central, como Polonia o Hungría, no se atreven por ahora a dar el paso. Y una economía tan poderosa como Suecia ni se lo ha vuelto a plantear, tras el referéndum de 2003 que, con una participación del 82%, rechazó el ingreso en la zona euro.

En los dos socios de la UE que no están obligados a cambiar de moneda, Reino Unido y Dinamarca, el euro tampoco goza de excesiva popularidad. En Copenhague el Gobierno socialdemócrata que acaba de perder las elecciones coqueteaba con la idea de volver a someter a referéndum la adopción del euro tras la victoria del no en 2000. Pero la idea sigue siendo tan impopular que el nuevo Ejecutivo danés descarta plantearlo.

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