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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un tiempo nuevo para el mercado de trabajo

Las crisis transforman las economías y pocos son los fundamentos que salen intactos de un impacto como una hecatombe financiera como la de los últimos años, que en España ha tenido un efecto tan devastador sobre el empleo. Únicamente la regla de oro de que el precio es el árbitro en todo mercado normalizado sale reforzada y moviliza la oferta y la demanda. Y el mercado más irreconocible con el paisaje de antes de la crisis es el laboral, que ha experimentado la enésima transformación desde que la llegada de la democracia y la integración internacional de la economía dejó a empleadores y trabajadores condenados a entenderse en campo abierto.

De ser un mercado superprotegido como era el del franquismo y la autarquía, en la que los derechos laborales suplantaban a los políticos para evitar la mezcla de climas, se ha pasado a uno en el que se determina libremente el salario y donde se equiparan a los parámetros europeos los diques de contención tradicionales, como son el despido y el seguro de paro.

Desde la caída de la autarquía franquista y desde luego desde la llegada de las relaciones industriales democráticas, las condiciones laborales se han determinado a base de intentos de flexibilización del empresariado y los Gobiernos, y otros tantos por impedirlo por parte de los sindicatos de clase. La sacrosanta institución del despido en España, con la posibilidad de indemnizar a quien abandonaba la empresa con una generosidad que no se practicaba en ningún país del mundo, ha sido siempre el espolón al que se han agarrado las centrales sindicales.

Para evitar la confrontación, los Gobiernos han buscado siempre atajos legislativos en los modelos de contratación que movilizasen el empleo. Se flexibilizaba la entrada para conservar la rigidez de la salida.

Y así, reforma tras reforma, como quien corta finas rodajas a un salchichón, la normativa ha ido arañando cotas de derechos insostenibles en un mercado económico abierto como es el español desde el ingreso en la Unión Europea, pero totalmente libre de trabas cuando el club tiene moneda común y España pierde soberanía monetaria.

En 1984, el Gobierno de Felipe González puso en marcha la contratación temporal, con despido cero, y aunque la opinión pública lo cuestionaba, terminó considerando, como el propio González auguraba, que es mejor un contrato temporal que nada, que estar en el desempleo. Y así, a golpe de cambios a propósito de cada golpe de crisis (1981, 1991, 2008), la legislación ha ido robándole proteccionismo al factor trabajo y ha logrado abaratarlo, especialmente ahora que es un bien escaso y con demanda muy fuerte.

En la última reforma, con el despido a un precio más razonable, la posibilidad de ajustar salarios en empresas en crisis y la disposición a aceptar empleos a sueldos más bajos, pese a la barrera que sigue ejerciendo la protección por desempleo, la ocupación se ha refugiado inicialmente en contratos a tiempo parcial, y bastante a menudo con remuneraciones más modestas.

Es un modelo laboral para un tiempo nuevo, para una España sin peseta, sin devaluación y sin más red financiera de seguridad que la del BCE. Es de calidad deficiente, pero no hay otro y otro no es posible, salvo que el sistema productivo se convierta masivamente a las manufacturas de calidad. Cuestión de tiempo para que sea valorado frente a la nada. Recordad que quedan rodajas que cortar al salchichón.

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