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El Foco
Tribuna
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Energía y clima en Europa. ¿A qué esperamos?

Uno de los aspectos tratados en el Consejo Europeo de 22 de mayo ha sido el de las políticas de energía y clima a 2030. El Consejo revisita su proyecto común a 2020 y 2050, para dar orientaciones sobre compromisos a 2030, e invita a la Comisión a presentar propuestas en marzo de 2014. Incluye una positiva y abierta reflexión sobre el mercado de carbono y los objetivos de clima, fundamentales tanto para una estrategia europea de crecimiento como para el éxito de la cumbre de París en 2015, llamada a establecer el régimen global de clima post-2020.

El Consejo acierta al destacar la importancia de disponer de una red mallada de electricidad y gas. Y, en abstracto, es comprensible su genérica reivindicación del uso eficiente de los recursos económicos destinados a apoyar el crecimiento de las energías renovables. ¿Gasto eficiente solo en las renovables? Poco se explica sobre el resto. Por ejemplo, ¿a qué se refiere y cómo se promueve la retirada de subvenciones a los combustibles fósiles? –ha pasado tanto tiempo y se ha hecho tan poco desde que este principio fuera adoptado e incorporado en el G-20, la OCDE y la propia Unión Europea–, ¿incluye esta invitación la necesidad de repensar quién paga los ciclos combinados de gas en desuso que, como en el caso español, crecieron muy por encima de lo que la planificación indicativa del Gobierno estimaba necesario en sus previsiones de 2002 y 2006?

El Consejo Europeo ha acertado al destacar la importancia de disponer de una red mallada de electricidad y gas

Lo cierto es que hubiera sido deseable tener una foto más nítida de hacia dónde queremos ir y un compromiso claro con las apuestas de medio y largo plazo en clima y energía acordadas en 2008 y 2011. Era una buena ocasión para hacerlo, dada la fuerte involución a la que, perplejos, hemos asistido en el último año en la Europa de la austeridad y el desempleo.

Hoy, Europa es el primer destino del carbón exportado desde EE UU. A ello han contribuido el abandono de la señal de coste por la emisión de CO2; un ataque sin precedentes a las energías renovables; el cuestionamiento de las políticas de ahorro y eficiencia energéticas, y un significativo recorte en muchas partidas nacionales y comunitarias destinadas a I+D.

Sin embargo, el Consejo, en vez de construir una apuesta clara y actualizada a favor de la competitividad y el empleo, incorporando la muy europea industria tecnológica de la gestión y la eficiencia energética y de las soluciones energéticas limpias, como un valor seguro para la competitividad y sostenibilidad futuras, parece reorientar el debate hacia las ventajas de los combustibles fósiles no convencionales. Las dudas giran en torno a si se aprovecha el entusiasmo de EE UU por su gas de esquisto para asegurar suministro a buen precio procedente de Rusia y del Golfo; si llegará o no parte del gas norteamericano a puertos europeos o cuándo y cómo empezamos a horadar nuestro propio –y muy poblado en superficie, por cierto– subsuelo.

Y esta reflexión ni siquiera viene acompañada del pertinente recordatorio de que también para el gas será obligatoria la captura y el almacenamiento de carbono de aquí a poco tiempo. ¿Alguien piensa, de verdad, que así resolvemos nuestros problemas?

En paralelo, se abre una nueva brecha en el pilar de la sostenibilidad ambiental: unos aprovechan para reivindicar una contundente señal de precio de CO2, olvidándonos de objetivos en renovables y eficiencia, mientras otros trabajan en contra de cualquier medida que permita recuperar la credibilidad del mercado europeo de emisiones de carbono.

Ha cundido el argumento de que es caro cambiar de modelo energético o integrar señales de coste ambiental

Australia, con tres primeros ministros elegidos o caídos en función de este asunto, cuenta con un ambicioso mercado de carbono y un potente programa de promoción de energías renovables; China inicia su mercado de CO2 el próximo 18 de junio y se plantea aprobar un techo absoluto de emisiones; Latinoamérica se ha fijado en los progresos europeos para diseñar sus propias políticas y los bancos multilaterales confirman el indisoluble vínculo entre desarrollo, clima y energía.

En la Unión Europea ha cundido el falso argumento de que estamos solos y que es muy caro cambiar de modelo energético –tecnologías de generación empleadas, modelo centralizado o distribuido, gestión, ahorro y eficiencia, etc.– o integrar señales de coste ambiental. A la vista de los costes económicos de las políticas de austeridad, resulta poco convincente pensar que la –muchísimo menor– incidencia en costes de las políticas de clima y energía limpia puedan tener en el corto plazo son suficiente e incontestable argumento en contra. Y, a medio y a largo plazo, los riesgos económicos y financieros directos de quedarnos con un modelo obsoleto se disparan; los costes asociados a la oportunidad perdida, también. En el fondo, hacer descarrilar este tren supone asumir por anticipado el declive de Europa y su progresiva conversión en parque histórico/temático en el que, además, corremos el riesgo de sustituir importaciones de combustible por importaciones de tecnología.

Al respecto, es interesante recordar la creciente literatura en torno a los riesgos financieros en los que se incurre al destinar gran parte de nuestros ahorros e inversiones institucionales en proyectos y empresas cuyo principal activo es enormemente intensivo en carbono. Si, como es probable, esta burbuja de CO2 pincha y por razones de seguridad climática se impone la desinversión o el abandono abrupto, caeremos al suelo en pleno vuelo sin paracaídas. Son riesgos que los analistas empiezan a considerar de modo incipiente, aunque en las decisiones todavía pese en mucha mayor medida el riesgo político de las idas y venidas regulatorias.

Este es el panorama preocupante al que deben hacer frente Europa y sus líderes. Un escenario que, no obstante, todavía puede hilvanar una historia de éxito compartido y recuperar el proyecto de una Europa común, en el que la transición a un modelo energético limpio y eficiente ofrece un magnífico recorrido para la innovación, las infraestructuras transnacionales, las soluciones locales, la generación de empleo y energía a precios bajos, estables y predecibles. Un escenario en el que a Europa no se le olvide su vocación de potencia económica y política, pero tampoco los pasos dados por otros muchos en una senda que hasta hace poco lideraba en solitario.

Teresa Ribera Exsecretaria de Estado de Cambio Climático

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