El BCE y la globalización
Si tecleas en Google globalization, el buscador encuentra casi 20 millones de páginas relacionadas. Los economistas hemos incorporado a nuestros análisis y modelos los profundos cambios que se han producido en la economía mundial, sin embargo, los hechos demuestran que muchas instituciones aún no se han adaptado a ellos. La transición de una economía planificada a una de mercado en China, India, las antiguas repúblicas soviéticas, América Latina y África tiene mucho que ver con la intensidad del fenómeno. La revolución de las comunicaciones, del transporte y de la denostada innovación financiera, especialmente del desarrollo del mercado de titulizaciones, lo ha intensificado.
Siempre que hablamos de globalización caemos en los tópicos del comercio de bienes y servicios y los cuentos chinos. Siendo cierto y también reconociendo que el empleo se globaliza, lo más destacado de las últimas seis décadas ha sido el descomunal incremento de los flujos financieros globales. La tasa de apertura financiera de la economía mundial se aproxima al 300% del PIB versus el 60% de la tasa de apertura comercial. La realidad es que el ahorro es global y un ahorrador de un país desarrollado puede depositar su dinero en cualquier lugar del planeta y cambiarlo, sin apenas costes de transacción.
En los años cincuenta, Robert Mundell, premio Nobel de Economía, ya detectó este fenómeno y desarrolló un modelo que nos advertía de sus implicaciones. En la actualidad, los países desarrollados hemos optado por tipos de cambios flexibles que se adaptan a perturbaciones reales pero sobrerreaccionan ante perturbaciones monetarias. La recesión en EE UU no sería un grave problema, ya que el dólar se depreciaría y los precios relativos retornarían a las economías al equilibrio. Sin embargo, los efectos reales de la crisis financiera se propagan inmediatamente y se amplifican, como hemos tenido la oportunidad de comprobar en España.
La Fed debería dejar de bajar tipos y el BCE recortarlos ligeramente para poner un suelo al dólar
Mundell utilizó el modelo básico de la época, basado en el supuesto de precios constantes, pero si incluimos la inflación el problema se complica. La mayoría de países emergentes tienen tipo de cambio fijo, como es el caso de Oriente Próximo, cuasifijo en China o intervienen impunemente en el mercado de divisas para evitar la apreciación de sus divisas, como sucede en Brasil, India, Rusia o los tigres asiáticos. Esto les protege de los efectos de la crisis financiera, pero amplificará los efectos de la recesión en EE UU y el estancamiento del consumo europeo y japonés.
Además, la intervención en el mercado de divisas se ha intensificado desde el pasado verano y la mayor parte del aumento de reservas no se esteriliza, por lo que estos países están incrementando significativamente su base monetaria, lo cual ayuda a explicar, en parte, el dinamismo de su demanda doméstica pero también de la inflación, especialmente de materias primas.
El problema se agrava si tenemos en cuenta que EE UU mantiene un elevado stock de deuda externa, un abultado déficit por cuenta corriente, una tasa de ahorro ridícula y pocos bancos centrales mantienen un elevado porcentaje de su deuda externa. Esta situación podría denominarse el Dilema de Triffin II y mantiene al dólar en el filo de la navaja. El problema se agrava aún más si tenemos en cuenta que el FMI ha estimado el coste de la crisis financiera para la banca internacional en un billón de dólares y buena parte de esos costes son de bancos estadounidenses y se van a socializar.
Es evidente que la economía mundial pide a gritos que se coordinen las políticas económicas, pero el G-7, que comienza hoy, se centrará en proponer medidas para prevenir crisis financieras futuras, sin ninguna medida concreta para resolver la actual, y mostrarán su enorme preocupación por la volatilidad en los mercados de divisas, por supuesto sin proponer ninguna medida concreta para poner fin a la debilidad del dólar.
Por el contrario, el BCE sí tomará medidas concretas en su reunión de hoy y mantendrá los tipos invariados. Los tipos a corto plazo del euro pagan el 4,5%, los del dólar el 2,5% y las expectativas es que este diferencial siga aumentando. La prioridad es resolver la crisis financiera. Además, la Fed debería dejar de bajar tipos y el BCE bajar ligeramente para poner un suelo al dólar. Esto aumentaría el margen de maniobra en los países emergentes para acometer políticas restrictivas y moderar su demanda efectiva, especialmente de energía y metales básicos, lo cual relajaría los precios de las materias primas. El BCE vería su tasa de inflación aproximarse al objetivo, sin necesidad de seguir estrangulando a los consumidores europeos y acelerando procesos de deslocalización de empresas.
Por suerte, globalización implica mayor eficiencia, mayor diversificación, más polos de desarrollo, mayor flexibilidad y mayor capacidad para hacer frente a perturbaciones y errores de política económica. Confía en esto último, no olvides que el crecimiento es cíclico y que volveremos a crecer próximos al potencial y, sobre todo, no te hagas proteccionista mi amigo.
José C. Díez. Economista jefe de Intermoney