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Columna
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¿Adónde va Europa?

José Carlos Díez

Hoy se reúne el BCE y nadie apuesta por movimientos de tipos en la Unión Económica y Monetaria (UEM). Los tipos oficiales en Europa llevan clavados en el 2% desde hace dos años y, a pesar de estos reducidos niveles, la economía no consigue retomar el vuelo. El BCE está recibiendo críticas y presiones para que baje sus tipos de interés, pero el problema de Europa no está en su política monetaria, por desgracia es un problema mucho más complejo de resolver.

El dato de inflación preliminar de mayo se ha situado en el 2% y se confirma la ausencia de presiones inflacionistas en la eurozona. Pero la reciente depreciación del euro incrementará el precio de nuestras importaciones de crudo y el riesgo de inflación futura aumenta, por lo que es entendible que el BCE se muestre reacio a bajar sus tipos de interés. No obstante, los datos económicos que vamos conociendo no dan señales claras de recuperación, lo cual ha llevado a los inversores a retrasar sus expectativas de subidas de tipos hasta el segundo semestre de 2006.

Nosotros no somos tan pesimistas y tras conocer los datos de PIB del primer trimestre mantenemos que lo peor de la desaceleración económica en la UEM ha quedado atrás y que, a partir de ahora, la economía europea entrará en una senda de recuperación. Ahora bien, será una recuperación muy lenta y compleja. A pesar de que se ha institucionalizado la idea de que la economía europea está en crisis, desde el año 2000 no se ha destruido empleo en Europa, al contrario de la crisis anterior del año 1992. Sin embargo, la economía se recuperó en 2004 y el empleo no acompañó a la evolución del PIB. Esta es una señal significativa de que Europa está sufriendo una crisis de oferta.

Lo peor de la desacele-ración económica en la zona euro ha quedado atrás

En la última década, el cambio en la economía mundial ha sido uno de los más intensos de la historia económica. China y la India han ido ganando peso y el modelo de desarrollo chino está basado en las exportaciones, al igual que el modelo japonés de los años cincuenta y sesenta. China ha conseguido sacar de la pobreza a 400 millones de habitantes y esto ha sido muy positivo para la economía europea, que se beneficia del mayor crecimiento asiático vía exportaciones e inversiones directas.

Europa se enfrenta a la encrucijada de que el tablero mundial ha cambiado y hemos dejado de ser competitivos en muchos sectores, pero aparecen posibilidades de mayor crecimiento en sectores en los que los europeos somos muy competitivos, como la telefonía móvil, automóvil, maquinaria, etcétera. En este escenario habrá perdedores, que son los sectores que han perdido competitividad, pero en su conjunto la sociedad europea saldrá beneficiada.

Esto condiciona el análisis del referéndum francés, y también del holandés. Políticamente, el no tiene justificación y llevará a unas instituciones europeas más democráticas y más próximas a los ciudadanos, pero desde el punto de vista económico el no dibuja un escenario poco esperanzador. Los franceses no han votado no a Europa, sino a los cambios y a las reformas. Una prueba de ello es que el no ha vencido en las circunscripciones donde más ha aumentado el desempleo en los últimos años. Los franceses han calificado a la constitución como liberal y consideran al liberalismo la causa de todos sus males y la principal amenaza para su bienestar.

El ser humano es reacio al riesgo por naturaleza y es lógico que los profundos cambios que nos toca vivir provoquen una primera reacción de rechazo.

Pero acudamos a la historia, desde el siglo XVIII el sistema de economía de mercado ha permitido mantener ritmos sostenidos de crecimiento y de bienestar de los ciudadanos. En los últimos tres siglos se han difundido numerosas profecías anunciando el fin del modelo y el advenimiento del peor de los mundos.

Trotskistas, anarquistas, nacionalsocialistas, comunistas, etcétera no han parado de pronosticar, con escaso éxito, la insostenibilidad del modelo. Si les hubiéramos hecho caso, hoy no tendríamos electricidad y seguiríamos alumbrándonos con candiles.

Es incoherente que, ahora que los chinos apuestan por nuestro modelo, nosotros reneguemos de él para defendernos de los chinos.

No tenemos que cambiar todo, hay muchas cosas que los europeos hacemos muy bien. No se trata de desmontar nuestro estado de bienestar y de protección social. Se trata de identificar aquellas variables que han dejado de funcionar y que impiden funcionar correctamente al resto. Para eso hacen falta grandes estadistas, pero a ver que político, que quiera ganar las siguientes elecciones, se atreve a proponer reformas en Francia.

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