¿Amenaza el dólar a la economía global?
Hacer previsiones sobre la evolución del mercado de divisas es entrar de lleno en una ciencia inexacta en la que hay tantas opiniones como economistas. Con excepciones, como ahora.
La evolución del dólar ha generado un raro consenso entre los expertos, que mayoritariamente creen que el billete verde seguirá perdiendo valor frente a las monedas de los principales socios comerciales de Estados Unidos. El declive comenzó en 2002 y hasta ahora le ha hecho perder un 46,6% de su valor frente al euro y un 24,7% frente al yen. Se espera que siga bajando hasta un límite que, según muchos economistas, no debería pasar de los 1,40 euros por el bien de la economía europea. Pero hay quienes apuestan por un descenso mayor.
La clave de esta depreciación está en los déficit presupuestario y por cuenta corriente de Estados Unidos, que han batido todos los récords durante la presidencia del republicano George W. Bush. Tanto el Gobierno como los ciudadanos gastan más de lo que producen o ingresan, con lo cual tienen que endeudarse fuertemente, presionando a la baja el valor de la divisa. En el caso de los consumidores, el descenso de los tipos de interés permitió mantener un elevado nivel de demanda durante la última crisis y la tasa de ahorro ha caído hasta un 0,2% de los ingresos.
En cuanto al Estado, está financiando su endeudamiento gracias, sobre todo, al dinero procedente de Asia, que ha multiplicado en unos años su inversión en bonos del Tesoro estadounidense. Hace 10 años, el 18% de los bonos estaban en manos extranjeras. Ahora el porcentaje es del 43%.
En cuanto al déficit por cuenta corriente, suma ya casi el equivalente del 6% del PIB, y el país tiene que atraer 1.800 millones de dólares al día para financiarlo. Algo que puede no ser sostenible eternamente. De hecho, el Tesoro ya ha empezado a detectar un descenso de la compra de activos denominados en dólares.
Parte del declive del billete verde se produce por la convicción de los inversores de que el Gobierno estadounidense ve este fenómeno con cierta complacencia, a pesar de que oficialmente sigue proclamando su política del 'dólar fuerte'. Según los técnicos de Morgan Stanley, estamos asistiendo a una 'devaluación competitiva' que, en teoría, debería permitir un repunte de las exportaciones estadounidenses y un recorte del gigantesco déficit comercial.
Sin embargo, esto no termina de ocurrir y el déficit comercial alcanzó en 2004 el equivalente al 5,3% del PIB. Un récord animado por el alza del petróleo y el apetito de los consumidores, que llevaron a que las importaciones crezcan el doble que las exportaciones. Y es imposible reducir el déficit vía exportaciones cuando las importaciones son un 52% superiores. Además, la progresiva reducción de la base industrial de Estados Unidos ha disminuido el efecto que sobre las ventas al exterior tiene la depreciación del dólar.
Washington acusa a sus principales socios comerciales, con Europa a la cabeza, de no impulsar lo suficiente su crecimiento económico y su demanda exterior. Los analistas conceden parte de razón al Gobierno en este juego global de culpabilidades e incluso sugieren que el BCE debería bajar los tipos de interés para fomentar la demanda, aunque admiten que así se 'exportan burbujas'.
El Gobierno estadounidense culpa también a la emergente China por mantener su moneda artificialmente baja e inundar así los comercios norteamericanos con sus productos. De hecho, los analistas se extrañan de que Europa no se queje más ante China, ya que este país fuerza al resto de Asia a frenar la apreciación de sus divisas y, de esta manera, la corrección del dólar la sufren sobre todo quienes tienen su moneda en libre flotación, con los países de la zona euro a la cabeza. Es cierto que China podría dar pasos para dejar flotar libremente su moneda, pero con ello sólo se arreglan marginalmente los problemas comerciales de Estados Unidos.
La verdadera solución pasa por que el Gobierno recomponga sus finanzas y los hogares hagan lo propio, recortando el consumo y elevando su tasa de ahorro. Pero existen serias dudas sobre cómo respondería a ello una economía en la que las tres cuartas partes del crecimiento dependen del consumo privado.
Al menos oficialmente, Washington reconoce que tiene que poner coto a sus elevados déficits. Pero el último proyecto de presupuesto de Bush, para el ejercicio 2006, no lanza señales alentadoras en este sentido. Ante esta situación, los analistas creen que el dólar seguirá bajando. Y confían en que lo haga de manera ordenada.
De no ser así, nos encontraríamos ante el peor de los escenarios. Un frenazo brusco y pronunciado del consumo y una salida acelerada de los inversores del mercado de deuda estadounidense que provocarían un descenso precipitado del dólar.
Este escenario es casi de ciencia ficción, porque los propietarios de la deuda no querrán ser los que precipiten la devaluación de sus reservas. Pero hay una minoría que cree que el crash no es descartable, porque el déficit por cuenta corriente de Estados Unidos es ya mayor que en los años ochenta, un periodo en el que este país era acreedor neto, mientras que ahora es deudor.
Si el dólar se desplomase de manera súbita, la Reserva Federal se vería forzada a subir los tipos de interés de manera mucho más pronunciada. Y ello pondría contra las cuerdas a los consumidores estadounidenses, que se verían forzados a frenar el gasto para costear sus deudas. Además, el encarecimiento del dinero pincharía el mercado inmobiliario. Y los precios de las viviendas en las ciudades podrían depreciarse hasta un 50% en cuestión de meses, dejando en la bancarrota a sus propietarios.
Algunos economistas creen que el gobierno imprimiría más dinero, lo que daría lugar a una fuerte inflación que terminaría afectando a muchas empresas. El contagio llegaría pronto a Europa y Japón, donde empresas como BMW, las aceiteras italianas o los fabricantes de televisiones de plasma verían hundirse sus ventas en Estados Unidos porque sus precios se habrían convertido en prohibitivos.
Ante este panorama, las autoridades estadounidenses tendrían que revertir la tendencia y anunciar agresivas bajadas de tipos e incentivos fiscales para impulsar el consumo, entrando en una espiral que podría arrastrar a Europa y Japón.
De nuevo podría haber una devaluación competitiva, esta vez del euro y del yen, que convertiría la caída del dólar en una espiral a la que se sumasen otras divisas... un escenario apocalíptico que, afortunadamente, pocos creen factible. Aunque para evitarlo sea preciso tener que firmar un nuevo Acuerdo del Plaza.