Desiguales consecuencias
Tras un largo periodo de apreciación a partir de los mínimos de 1995, el dólar no ha dejado de depreciarse desde comienzos de 2002, hasta perder más de un 35% en términos efectivos. A la combinación de aquel fortalecimiento del tipo de cambio con una intensidad de la demanda interna muy superior a la de sus principales socios comerciales, se atribuye la tendencia creciente del desequilibrio comercial y por cuenta corriente de EE UU a lo largo del segundo lustro de la pasada década. La financiación exterior de ese déficit de ahorro fue amplia y se materializó fundamentalmente en inversiones directas y de cartera que buscaban captar las indudables ventajas competitivas que entonces exhibían las empresas americanas. Una situación que contrasta con las mayores reticencias actuales de los inversores extranjeros reflejada en una muy distinta composición de esos flujos de capital, más necesarios que entonces para financiar un desequilibrio aún mayor. Ahora se espera que la depreciación contribuya a reducir la magnitud de ese déficit exterior, que en su cuenta comercial se ha situado en el conjunto del pasado año en más de 717.730 millones de dólares, el 5,3% del PIB.
Algunas de las implicaciones potencialmente más adversas de esa ya larga e intensa depreciación del dólar sobre la economía estadounidense no se han manifestado del todo. No lo han hecho a través de un repunte significativo de la inflación, ni de los tipos de interés a largo plazo. Claro que la Reserva Federal viene elevando su tipo de referencia desde hace meses, pero lo hace en dosis reducidas y anticipables, coexistentes con una pulsación de la demanda interna que para ellos la querrían los responsables de la mayoría de las economías europeas. De los comunicados que transmite su órgano ejecutivo, el Federal Open Market Committee, no se deduce precisamente una gran inquietud por las amenazas inflacionistas derivadas de la evolución del tipo de cambio.
Las autoridades estadounidenses parecen preocupadas por que esa depreciación se extienda a otras monedas que las hasta ahora fortalecidas. Las asiáticas de forma particular. El balance de esa depreciación hasta el momento es manifiestamente desigual, con el euro sufriendo buena parte del peso del ajuste. No es sin embargo la eurozona la que define el mayor superávit comercial bilateral con EE UU. Pero sí es su banco central el que ha mantenido una actitud más reticente a las intervenciones en los mercados de divisas. Justo lo contrario de lo que vienen haciendo Japón y China. Este último manteniendo contra viento y marea el mismo cruce desde 1995: 8,28 yuan por dólar.
Europa encuentra en el precio del dólar un obstáculo adicional a su titubeante recuperación
Una de las consecuencias de un empeño tal es el aumento sin precedentes en las reservas de divisas en dólares por parte de los bancos centrales más activos en esa defensa del tipo de cambio de su moneda. La materialización de esas reservas mayoritariamente en títulos del tesoro americano, convierte a esas entidades, otra vez el chino de forma destacada, en importantes financiadores del desequilibrio presupuestario estadounidense. Esa continua disposición a adquirir instrumentos financieros denominados en dólares y con escaso riesgo de solvencia, es una de las razones que está contribuyendo al mantenimiento de los tipos de los bonos públicos en mínimos históricos. Y eso no le viene nada mal a la Administración estadounidense; en todo caso, esa cómoda y barata financiación de un déficit fiscal en máximos actúa como paliativo de la excepcional brecha comercial con China y de la propia magnitud del déficit público americano.
Este último se ha constituido desde 2001 en un poderoso estímulo a la demanda interna estadounidense. Por tanto, en un freno al necesario ajuste del desequilibrio exterior. Las reducciones de impuestos y el aumento del gasto en seguridad y defensa tampoco favorecen la reconducción del tipo de cambio del dólar. Cualquier señal que cuestiona los propósitos de ajuste tiene tanta o mayor influencia en el tipo de cambio que las variaciones en el déficit comercial.
Mientras tanto, Europa encuentra en el precio del dólar un obstáculo adicional a su titubeante recuperación. La depreciación del dólar solo ha favorecido una menor factura petrolera. Pero la frontera de los 1,30 dólares por euro (que llegó a 1,36 en noviembre pasado) no es compatible con la recuperación del bloque económico más anémico del mundo.