Corrupción académica y capitalismo clientelista: síntomas patológicos
En el clientelismo, el éxito empresarial depende menos de una buena gestión que de cultivar buenas conexiones
Confesar alivia. Negar angustia. El orden en la lógica de la economía es una virtud tan apreciada y principal como en el cristianismo lo es la inocencia, la piedad o la clemencia. No es al misterio de la fe a lo que se abraza el funcionamiento del mercado. No hay nada a lo que más podría temer este que a la duda o la incertidumbre; su bestia feroz. La demanda de certezas enarbola la consigna de la ideología dominante y esto se refleja en todos los órdenes de la sociedad, incluidos el académico y el empresarial. La angustia por no saber una respuesta ni predecir con solvencia conduce a los colectivos humanos a un sentimiento de intolerancia y a la negación de la responsabilidad individual y colectiva. Irrumpe así el deseo de ensuciar y destruir lo que está a nuestro alcance como pulsión esencial del Yo, justificándose este a través del intempestivo aforismo todos son igual de malos. Hay un trabajo sucio que hacer cuando uno asume la misión de ser un policía intelectual para resucitar aquel olvidado concepto de unidad que surgía, no de las fortalezas de las diferentes partes, sino de la falta de poder de cada una de ellas, para saber hacer y controlar todo lo que acontece en la naturaleza (sean incendios, guerras o fraudes de corrupción).
En junio de 2023 se publicó en The New York Times la noticia del fraude perpetrado por una prestigiosa profesora de Harvard Business School, Francesca Gino, especializada en destripar el motor de la conducta individual y su influencia sobre las decisiones y la formación de creencias. Se fue demostrando que, al menos en cuatro de sus trabajos de investigación, había falsificado los datos que usaba para confirmar sus hipótesis (uno de ellos, paradójicamente, dedicado a la tendencia humana a informar erróneamente sobre hechos y cifras para beneficio personal).
En su trayectoria resultó que otros tantos artículos coescritos por Dan Ariely (célebre superventas en la materia) o Max H. Bazerman (que fue mi profesor en Harvard en una asignatura sobre cómo los líderes suelen adoptar decisiones erróneas en situaciones de estrés) igualmente se mostraban inexactos ante revisiones profundas y tampoco podían justificar el origen de los datos estadísticos con los que avalaban sus conclusiones. Estas figuras académicas venían siendo desde hacía 15 años los más representativos de una doctrina que, desde la supuesta imparcialidad y compromiso ético otorgado por su estatus universitario, pontifica que la honestidad en los negocios es posible si primero se diagnostican las trampas que las personas suelen practicar de manera automática o inconsciente para, después, curarlas mediante la prescripción de patrones conductuales correctores. Un engaño a la ciudadanía y a la ciencia.
Desde entonces, en un reciente artículo en The Atlantic, se informaba de que, por iniciativa de otra profesora del mismo campo perteneciente a la Universidad de California en Berkeley, Juliana Schroeder, se había activado el proyecto Many Co-Authors, en el que un total de 143 investigadores que habían firmado artículos, informes y proyectos con Gino a lo largo de dos décadas asumieron una auditoria para revisar, ellos mismos, la fiabilidad de las publicaciones.
El resultado hasta el momento ha sido desigual y poco esperanzador, dado que han seguido apareciendo datos que, aunque no se pueda afirmar que hayan sido fabricados ad hoc, del mismo modo resulta imposible confirmar que su procedencia y el método de computarlos fueran fehacientemente intachables. El esfuerzo bienintencionado de Schroeder busca esquivar la sospecha de que toda la familia de investigadores son unos tramposos dentro de un área que se había convertido en una de las más influyentes y lucrativas del sector universitario (captando fondos, vendiendo libros de autoayuda y asesorando como consultores a los consejos de administración de empresas para transformar culturas y hábitos entre sus empleados o para influir en la mente de los consumidores), y que se conoce popularmente como la ciencia de tener éxito. Todas las semanas podemos leer entrevistas en medios de comunicación con este tipo de perfiles académicos afincados en universidades con pedigrí, recomendando que la procrastinación te hace más creativo o que podemos comprar la felicidad regalando cosas al prójimo, pero ¿cómo lo saben realmente?
El trasfondo de este escándalo, a mi modo de verlo, tiene un factor político incorporado que viene de lejos y que se concentra en ensalzar en todas las esferas e instituciones al hombre empírico y de acción por encima del hombre teórico y subjetivo, es decir, una legitimación de que los resultados numéricos siempre deben prevalecer por delante del marco teórico, la filosofía y la moral o, dicho de otro modo, que solo vale el amor a la filosofía de los números. Como apuntó Lacan, los números hacen que la boca se cierre.
Sin embargo, como se está demostrando por el curso de los acontecimientos, los números no son inmunes al discurso del lenguaje y, por tanto, son igual de susceptibles a que se tuerzan al servicio de una obsesión, de los delirios de grandeza y del autoengaño de las personas que sueñan con convertirse en los amos del universo. Un daño para la sociedad que no solo altera la idea de verdad, sino que lava el cerebro de los pobres de espíritu y pavimenta el giro cultural hacia el clientelismo.
Paul Krugman advirtió de ello al poco de ganar Trump las últimas elecciones. La economía estadounidense estaría mutando a un modelo que aquel compara con el que fue instaurado en Filipinas durante la dictadura de Ferdinand Marcos entre 1965 y 1986 (en España nos resulta muy familiar, puesto que fue el paradigma entre 1939 y 1978). El significado del clientelismo es sencillo: el éxito empresarial depende menos de una buena gestión (o de ser un visionario) que de cultivar las conexiones adecuadas para urdir un flujo de favores políticos y financieros, que son los que permiten pronosticar el éxito o el fracaso en los negocios.
El futuro de la economía mundial estaría abocado a los campos de golf en los resorts de Donald Trump. En consecuencia, la amenaza en el largo plazo no sería tanto si finalmente la nueva administración de EE UU pondrá aranceles a los productos de la UE, sino qué país europeo podría beneficiarse de una exención sencillamente porque su Gobierno tenga una relación afectiva o privilegiada con el presidente norteamericano. Ante este panorama, la idea de unidad será fácilmente confiscada si el trato discrecional se ofrece como opción.
Se dice de Dios que necesita a los hombres para existir (alguien que le crea) y que por eso se esconde. Si Dios se mostrara y todo el mundo lo conociera, claramente perdería el atractivo que suscita. Así que para hacerle existir hay que quererle. Lo que está en juego en el relato del mundo es lo mismo: si deseas una estructura ética que lo sujete tienes que amarla, o no existirá. El clientelismo globalizado y la trampa como simbolización de la identidad totalitaria y nihilista forman la estructura patológica que dicta el relato contemporáneo. La otra, que articularía nociones ilustradas como la solidaridad, la rendición de cuentas y el pudor, está ausente.
Alberto González Pascual es profesor asociado de la URJC, Esade y de la Escuela de Organización Industrial.