La inflación no ha muerto, solo está descansando
Hay una larga historia de autoridades monetarias que celebraron prematuramente el fin de las alzas de precios
En los últimos tres años, la inflación ha pasado de ser “transitoria” a “persistente” y, bueno, aburrida. En todo el mundo desarrollado, el aumento anual de los precios está volviendo a acercarse al discreto nivel del 2% fijado como objetivo por muchos bancos centrales. Los comentaristas hablan del escenario Ricitos de Oro, en el que la economía, como la sopa del cuento, no está ni demasiado caliente ni demasiado fría.
Pero no saquemos todavía el champán. Hay una larga historia de responsables de política monetaria que han celebrado prematuramente el fin de la inflación, para luego verse sorprendidos por su repentino resurgimiento. Quizá el mejor ejemplo se remonte a principios de los años 70.
La inflación repuntó en EE UU a finales de los 60, como consecuencia de la guerra de Vietnam y del gasto en programas sociales Gran Sociedad del presidente Lyndon Johnson. La Reserva Federal respondió subiendo los tipos de interés hasta cerca del 10% en 1969. Siguieron una breve recesión y el desplome de la Bolsa. La inflación retrocedió, cayendo al 2,7% en 1971, cerca de su nivel actual. A finales de año, el tipo oficial de la Fed volvía al 3%. Los valores de gran capitalización se dispararon. Entonces se desató el infierno. En 1974, la inflación alcanzó el 10%, los tipos superaron el 13%, las acciones Nifty Fifty se desplomaron y se produjo una grave recesión.
Hay varios factores que ayudan a explicar el dramático resurgimiento de la inflación. En 1971, el dólar perdió su ancla monetaria después de que el presidente Richard Nixon cerrara la llamada ventanilla del oro, poniendo fin a la convertibilidad del dólar en el metal precioso. Al tiempo, Nixon presionaba al presidente de la Fed, Arthur Burns, para que impulsara la economía de EE UU durante su exitosa campaña de reelección de 1972. Tanto Nixon como Burns dieron prioridad al bajo desempleo sobre la estabilidad de precios. Al año siguiente, la OPEP impuso un embargo a los países importadores de petróleo que habían apoyado a Israel durante la guerra del Yom Kippur. El precio del crudo se triplicó.
En un principio, la Fed se acomodó a la crisis energética recortando los tipos. El economista Milton Friedman y otros criticaron más tarde esa medida. Pero, si el banco central de EE UU hubiera impedido que otros precios subieran, es posible que toda la economía se hubiera hundido. Además, un reciente estudio del FMI concluye que los casos históricos de inflación “no resuelta” suelen estar asociados a crisis energéticas.
En su libro de 1983, Is Inflation Ending: Are you Ready? (¿Está acabando la inflación, ¿está usted preparado?), A. Gary Shilling y Kiril Sokoloff señalaban otros factores que impulsaban los precios al alza. Entre ellos, los planes de apoyo a los productos agrícolas y lácteos, así como los aranceles sobre el azúcar y el acero japonés. La proliferación de normativas incrementó los costes de la actividad empresarial. En 1971, Nixon introdujo controles de precios e ingresos que, como era de esperar, no lograron frenar la inflación. Los ajustes del coste de la vida en los pagos de la seguridad social y el salario mínimo aislaron a gran parte de la población del país de los estragos de la inflación. Los trabajadores se declararon en huelga para mantener sus diferencias salariales. El crecimiento de la productividad se redujo a la mitad. La debilidad del dólar hizo subir los precios de las importaciones. La mayoría de estas fuerzas inflacionistas se reforzaron a sí mismas.
Shilling y Sokoloff describen un vínculo histórico entre la creciente participación del Gobierno en el pastel económico, que alcanzó alrededor del 40% del PIB del país en 1980, y la espiral de precios. El banco central jugó un papel de apoyo. Tras su dimisión en 1978, Burns lamentó que “la propia Fed se viera atrapada en las corrientes filosóficas y políticas que estaban transformando la vida y la cultura de EE UU”. Para entonces, sin embargo, los estadounidenses estaban más preocupados por la inflación que por la pérdida de empleos. Bajo la presidencia de Paul Volcker, el banco central recibió el mandato de expulsar la inflación del sistema, una hazaña lograda con tipos por las nubes, dos graves recesiones y un paro galopante.
Hoy no estamos en 1973. Pero hay algunas similitudes interesantes. La maraña de regulaciones gubernamentales es cada vez más espesa. China y los demás miembros del llamado Sur Global de países en desarrollo están tramando planes para romper el control del dólar sobre el sistema monetario. Aumentos salariales que revientan la inflación siguen acaparando titulares. A principios de mes, los estibadores de EE UU pusieron fin a su huelga tras recibir una subida del 62%. Los empleados de Boeing han rechazado una oferta de aumento del 30% por parte del atribulado fabricante de aviones. La vicepresidenta Kamala Harris promete tomar medidas enérgicas contra los precios abusivos de las empresas si gana las elecciones presidenciales, que a algunos les suena sospechosamente a reimposición de controles de precios. Su oponente, Donald Trump, quiere imponer fuertes aranceles a los productos importados, con una penalización adicional a las importaciones chinas.
Mientras, otra guerra sacude Oriente Próximo. Aunque no corte inmediatamente el suministro de petróleo en el Golfo, sigue habiendo dudas sobre la sostenibilidad del abastecimiento a medio plazo. Exxon Mobil ha advertido de una posible escasez en 2030 debido a la insuficiencia de nuevas inversiones, aunque la Agencia Internacional de la Energía no está de acuerdo. El cambio hacia las renovables ha contribuido a aumentar el coste de la electricidad en la UE en un 45% desde 2020, según Eurostat. Al igual que en los 70, el encarecimiento de la energía –agravado por la guerra de Rusia con Ucrania– está dejando obsoleta gran parte de la base manufacturera europea. La producción industrial alemana ha caído un 14% desde su máximo de 2017, según Andy Lees, de MacroStrategy Partnership.
La deuda pública es mucho mayor que hace cinco décadas. El FMI prevé que la deuda pública total alcance los 100 billones de dólares a finales de este año. En 2023, el déficit presupuestario de EE UU ascendió a 1,6 billones, es decir, el 6,3% del PIB. John Cochrane, de la Universidad Stanford, cuya “teoría fiscal” postula una conexión entre el excesivo gasto público y la inflación, cree que no es cuestión de si esta vuelve, sino de cuándo.
Sokoloff, fundador y presidente del asesor de inversiones 13D Research & Strategy, predijo con acierto el cambio de tendencia de la inflación hace 40 años. Hoy no es tan optimista. En su opinión, estamos asistiendo a una recesión cíclica. Siguen existiendo enormes factores seculares de subida de precios. La desglobalización, el rearme, la desdolarización, el envejecimiento demográfico, el cambio climático y la transición energética seguirán presionando al alza la inflación en los próximos años. Al igual que a principios de los 70, no hay interés político en aplicar tipos reales elevados para contener los precios, ni austeridad para controlar las finanzas públicas.
Según Sokoloff, el oro lleva mucho tiempo siendo un barómetro fiable tanto de la inflación como de la deflación. Desde principios de año, su precio ha subido casi un 30%. Según el veterano analista, esto nos dice que las cuatro décadas de desinflación han acabado y que los bonos están ahora en un mercado bajista secular a largo plazo. La inflación no ha muerto, solo está descansando.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías