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La Lupa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elon Musk, el populista que toreaba al capitalismo­

Promete a los accionistas de Tesla ganar un billón haciendo humanoides y logra que le aprueben un bonus de 50.000 millones

elon musk
Elon Musk, CEO de Tesla.Gonzalo Fuentes (REUTERS)

Elon Musk es seguramente el empresario que capta más atención en el planeta. Creó Tesla de la nada y es el fabricante de automóviles que más vale del mundo; quien invirtió mil dólares en su salida a Bolsa hace 14 años hoy tiene más de 13 millones. Esta historia de creación de valor le ha dado un enorme crédito que usa para pedir fondos para sus ideas, y los amos del dinero se dan codazos para llenarle el saco sin grandes miramientos. Hace menos de un mes que ha levantado 6.000 millones de dólares para financiar los proyectos de su empresa de inteligencia artificial xAI.

Con una trayectoria de generación de valor como la suya, que le ha convertido en un fijo en el Top Five de milmillonarios del mundo, capaz de multiplicar los panes y los peces con coches (Tesla), pagos online (PayPal), cohetes (Space X), satélites (Starlink) o con la neurotecnología (Neuralink), parece muy osado buscarle pegas. Eso sí, los inversores que entraron en Tesla en diciembre pasado y pierden un 25% no se consuelan con los que se forraron en años pasados, y se mueren de Nvidia, la nueva estrella del firmamento bursátil.

Es demasiado pronto para juzgar su gestión: Tesla se fundó en 2003, pero hay algunos elementos objetivos que apuntan a que el mundo Musk, el Universo X, muestra fatiga de materiales; pueden ser transitorios, como ha sucedido en otros momentos a su gran referencia (Apple), o estructurales. Pero quizás la mayor prueba de debilidad de Musk esté, aunque parezca un contrasentido, en su victoria en la pasada junta de accionistas de Tesla, en la que los inversores tenían que refrendar de nuevo el paquete de remuneración del fundador, aprobado en 2018 e invalidado por una juez de Delaware, ya que cuestiona la independencia de los consejeros que lo propusieron. Su decisión está recurrida ante instancias judiciales superiores.

Esa remuneración alcanza un valor actual de alrededor de 50.000 millones de dólares (47.000 millones de euros). Nunca antes un ejecutivo había osado repartirse un botín semejante, que equivale a la suma del valor bursátil de Telefónica (22.600 millones), Repsol (17.400 millones) y ACS (10.000 millones), por ejemplo. Si llega a abonarse, tendrán que entregarle casi el 10% del capital de Tesla, que capitaliza 580.000 millones de dólares.

Elon Musk puede reclamar este importe porque la compañía ha cumplido los objetivos que se marcó, fundamentalmente ligados a la evolución en Bolsa. Pero es difícil de sostener que una única persona se pueda atribuir tanto mérito, y más cuando se trata de alguien que ejerce de primer ejecutivo a tiempo parcial, puesto que manda en media docena de empresas a la vez. Es legítimo que, con todo lo que le pagan, los accionistas se crean dueños de todas sus iniciativas, aunque seguro que no le reclaman participar en la ruinosa compra de Twitter, por la que pagó 44.000 millones de dólares que se han esfumado en X.

Para convencer a los accionistas de que aprobaran esa vasta remuneración (a diferencia de 2018, ahora conocen su importe), Musk les plantó un discurso que debería resultarles irritante, pues los trata como niños. Él, que es uno de los empresarios más ultraliberales, reclama todo tipo de barreras comerciales a los coches eléctricos fabricados por las marcas chinas. Lo dice cuando Tesla pierde el liderazgo a manos del fabricante chino BYD. Entonces, quizás tendría que compartir su remuneración con los contribuyentes, con el Estado que le facilita vender sus coches.

Impresiona que el 72% de los accionistas apoyara su desorbitada remuneración después de haberle escuchado el cuento de la lechera de sus humanoides, una nueva idea de la factoría Musk que sí se va a ejecutar en Tesla y supondría su práctica reconversión de fabricante de coches a robots. Según su relato, todo el mundo va a querer tener un robot en casa, lo que significa que hay un mercado potencial de 1.000 millones de robots al año y Tesla va a tener una cuota de mercado del 10%. Por tanto, va a fabricar 100 millones de máquinas al año, con un coste medio de 20.000 dólares, que deja a su empresa un margen de 10.000 dólares, que, multiplicados por los cien millones de aparatos que va a producir, da la magnífica cifra de un billón de ganancia. Miguel Jiménez señalaba con tino en este periódico que el propio Elon Musk recordó a los asistentes que eran las 4:20 PM, el número de la marihuana, cuando hizo este relato. Nada que añadir.

El visionario Musk lanza esta cortina de humo para ocultar que Tesla necesita a su Gobierno para frenar a sus colegas chinos y, sobre todo, que está descolocada ante la cuarta revolución industrial, la que viene con la IA. Mientras él estaba enredado en batallitas con Twitter o lanzando cohetes, Jensen Huang, CEO de Nvidia, avanzaba sin parar en la generación de los procesadores que demanda la IA para gestionar la ingente cantidad de datos que necesita gestionar. Musk sueña con una cuota del 10% de los humanoides, mientras Huang ya hace caja con el 80% del mercado de microprocesadores, que estarán en el cerebro de sus robots.

Nvidia ha alcanzado esta semana la cima mundial por valor en Bolsa, con 3,3 billones, superando a Apple y Microsoft, las otras grandes tecnológicas con estrategia definida y comunicada en IA que están en el club de los tres billones de capitalización bursátil.

Elon Musk está lleno de contradicciones. Es liberal, a la par que intervencionista si el beneficiario es él. Es capaz de destrozar todos los valores de Twitter para convertirla en el ágora de extremismos, desinformación y pornografía, haciendo honor a su nuevo nombre, y a la vez firmar una carta abierta pidiendo una pausa de seis meses en el desarrollo de la inteligencia artificial generativa, convencido de que se trata de una amenaza real para la especie humana. La pausa era una ventaja para él. Los firmantes de aquella carta se preguntaban si “deberíamos dejar que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y falsedad”. Depende de a quién beneficie, apostillaría Musk.

Quizás merezca la pena que los dueños del dinero, los grandes fondos de capital riesgo que financian a Elon Musk, se pregunten si no ha llegado el momento de quitarle la pelota al niño.

Aurelio Medel es periodista y doctor en Ciencias de la Información

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