Cuando hay liquidez reinan la calma o la euforia
Desde 2019, el exceso de efectivo en los mercados monetarios ha crecido un 77%, y el S&P 500, un 81%
Todo el mundo que ha tenido o tiene algo que ver con los mercados financieros sabe de la importancia de la liquidez en su comportamiento.
A veces, el uso de la palabra liquidez se vuelve ambiguo, ya que puede usarse en dos sentidos bastante diferentes. Uno de ellos (que no es el que nos interesa hoy aquí) es el de que haya liquidez a la hora de comprar un determinado valor, sea este de renta fija o de renta variable. En ese sentido, se habla de la liquidez que tiene un determinado valor como la posibilidad de que se puedan comprar y vender cantidades relativamente altas del valor sin modificar grandemente el precio en el mercado.
De ahí que se diga, por ejemplo, que el mercado de deuda pública de Estados Unidos es el más líquido del mundo porque, en circunstancias normales, absorbe con facilidad la cantidad de títulos que se pongan a la venta, y también absorbe el dinero que se ponga para comprar, sin apenas inmutarse, sin apenas mover el precio. De ahí que los valores líquidos sean, por tanto, los más difíciles de manipular.
A veces, a los mercados líquidos se les llama también mercados profundos: el lenguaje de los mercados está siempre lleno de metáforas, pues, como todo el mundo sabe también, en las aguas profundas es donde mayor volumen de líquido se concentra. De modo que, finalmente, liquidez y volumen de negocio de un determinado valor (o en un determinado mercado) vengan a ser expresiones equivalentes.
Pero el concepto de liquidez que nos interesa hoy aquí es otro, y es el de que haya mucho o poco dinero circulando. Y, a veces, a la caza de muy pocos (o relativamente pocos) activos.
Un ejemplo de esas situaciones en que hay una liquidez demasiado abundante se dio en 2004-2008, cuando, como es conocido, se produjeron diversos fenómenos especulativos, sobre todo en el sector inmobiliario de diferentes países. En el caso de España (también de Grecia), esa liquidez provenía en gran parte de los bancos alemanes, que, no sabiendo que hacer con el dinero, terminaron tomando decisiones de concesión de préstamos que eran de lo más imprudentes.
En el caso de la banca de Estados Unidos sucedió algo parecido: se concedieron alegremente préstamos hipotecarios que después se revendían para con ellos crear lo que terminaron llamándose productos tóxicos, aunque, cuando aún tenían respetabilidad, se les bautizara con acrónimos de sus nombres en inglés (por ejemplo, CDO) que muchas veces no entendían ni los inversores que se interesaban por ellos ni los comerciales que se encargaban de colocarlos en las carteras de valores ajenas.
A efectos prácticos, quienes actúan profesionalmente en los mercados financieros, así como quienes se preocupan por una gestión activa de sus carteras de valores, saben que el exceso de liquidez es siempre el heraldo de la subida de precio de todo tipo de activos. De ahí que, en los últimos años, haya cobrado cada vez más importancia el saber calcular, seguir e incluso pronosticar acertadamente la evolución del exceso de liquidez.
En el caso de EE UU (que es el más fácil de seguir por la transparencia y abundancia de información que allí se proporciona), la evolución del exceso de liquidez caracteriza el signo de los tiempos vividos recientemente, y, más en concreto, desde septiembre de 2019.
¿Y que sucedió en septiembre de ese año para que sea un hito o mojón en la evolución de los mercados? Pues que, para sorpresa de la Reserva Federal y de todos los agentes de los mercados monetarios, se produjo una falta de liquidez en estos que hizo que las autoridades monetarias (es decir, la propia Reserva Federal) se vieran forzados a intervenir.
Los tipos de interés en el mercado interbancario tuvieron una subida muy fuerte que nadie sabía explicar a qué se debía. Se estaba en una de esas situaciones en que se dice (metafóricamente de nuevo, recurriendo a la jerga de los fontaneros) que las cañerías del sistema estaban obturadas. Pasados unos días de desconcierto, la Reserva Federal, a pesar de que estaba reduciendo su balance desde enero de 2015, decidió aplicar la política inversa y aprobar la compra de letras del Tesoro a las instituciones financieras para así inyectar liquidez al sistema.
Con eso los mercados se calmaron, pero esa calma, aunque nadie lo supiera entonces, sería de corta duración porque, cuatro meses más tarde, se nos echó encima la pandemia de covid y, dos meses después de iniciada esta, las cañerías del sistema de liquidez habían vuelto a obturarse. Ello obligó tanto a la Reserva Federal como al Banco Central Europeo (a pesar de la resistencia inicial de este, públicamente puesta de manifiesto por su presidenta, Christine Lagarde) a iniciar sendos programas de compra de bonos para que la liquidez volviera a fluir y reinara una calma que se había visto gravemente afectada.
Para hacerse idea de la enormidad del tratamiento fontanero, solo hay que decir que el exceso de liquidez en los mercados monetarios de Estados Unidos pasó de ser 3,43 billones (trillions) de dólares en septiembre de 2019 a 7,06 billones en noviembre de 2021. Después se ha ido reduciendo paulatinamente, hasta los 6,06 billones de la semana pasada.
Entre los 3,43 y los 6,06 billones, el exceso de liquidez subió un 77%. En ese mismo período el S&P 500 subió un 81% (coeficiente de correlación, 0,78%).
¡No hay más preguntas, señoría!
Juan Ignacio Crespo es economista y estadístico del Estado
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