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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El auge de la inteligencia artificial podría tener éxito y a la vez diluirse

Las nuevas tecnologías pueden cambiar el mundo, pero dejar a los inversores en la estacada

Sam Altman
Sam Altman, consejero delegado de OpenAI.Carlos Barria (REUTERS)

Los modelos de IA pueden producir respuestas aparentemente brillantes a preguntas humanas que, si se examinan más de cerca, revelan trocitos de tonterías posiblemente regurgitadas. Una dinámica similar puede estar en juego en el aumento de las inversiones y las valoraciones de las tecnológicas que buscan enriquecerse con ordenadores autodidactas. De los ferrocarriles a las redes de telecomunicaciones, los anteriores auges de las industrias intensivas en capital demuestran que las nuevas tecnologías pueden cambiar el mundo, pero dejar a los inversores en la estacada.

Los inversores no se cansan de la IA. OpenAI, Anthropic o Mistral baten recórds de captación de fondos. Pero son gigantes tecnológicos como Microsoft, Amazon, Alphabet y Meta los que han disfrutado de las mayores ganancias inesperadas en Bolsa desde el lanzamiento de ChatGPT. Estas empresas están en una carrera armamentística de gastos para conquistar nuevos mercados y evitar que sus rivales perturben sus negocios existentes.

Los ingresos generados por la IA siguen siendo pequeños. Sequoia calcula que la IA generativa aporta ahora unos 3.000 millones de dólares al año en ingresos, frente a cero hace un año. Sin embargo, la empresa de capital riesgo señala que las firmas que ofrecen software como servicio tardaron una década en alcanzar un umbral similar. La promesa de futuras riquezas ha desencadenado algunas previsiones gigantescas para el gasto necesario para fabricar los semiconductores avanzados, construir los centros de datos y generar la energía necesaria para entrenar y ejecutar modelos de IA.

Este desenfreno podría incluso estar justificado. Los sistemas inteligentes que automatizan más trabajo, manipulan mayores montones de datos y complementan o superan la inteligencia humana podrían valer muchos múltiplos de esa cantidad. Además, el mundo ya ha experimentado antes auges de dimensiones similares.

Por ejemplo, el ferrocarril. Según el historiador económico Andrew Odlyzko, la inversión acumulada en la construcción de la red ferroviaria de Reino Unido entre 1845 y 1850 equivalió aproximadamente al 30% del PIB británico de 1850. A finales del siglo XX, las telecos pidieron prestado un billón de dólares para construir redes de cable de fibra óptica y telefonía móvil, según el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones de EE UU. Eso equivalía a cerca del 3% del PIB mundial de la época. Hoy día, un programa de inversión de 7 billones equivaldría a cerca del 30% del PIB anual de EE UU, o el 7% del mundial.

Pero las inversiones actuales solo tendrán sentido si generan enormes beneficios. Para ver qué tipo de ingresos podrían requerir las tecnológicas, empecemos por Nvidia, cuyos chips son los predeterminados para entrenar sistemas de IA. Los analistas esperan que la firma ingrese este año casi 100.000 millones procedentes de su división de centros de datos, según LSEG. Aunque no todas las ventas de esta unidad están relacionadas con la IA, es probable que la mayor parte sí.

Supongamos que los servidores de IA que utilizan estos chips tienen una vida útil de cuatro años. Otros costes, como los equipos de red, el espacio en los centros de datos y la energía necesaria para ejecutar los modelos de IA suponen un 75% de la factura, según SemiAnalysis, lo cual eleva el desembolso total a 175.000 millones. Ahora supongamos que las tecnológicas que hacen estas inversiones esperan un margen de beneficio operativo del 40%. Esto implica que, en conjunto, tendrán que obtener 292.000 millones de ingresos relacionados con la IA en cuatro años, es decir, unos 73.000 millones al año. Sin duda es posible, pero aún está lejos de los 3.000 millones actuales.

Una característica de los nuevos mercados tecnológicos es que las primeras estimaciones pueden quedarse muy cortas. En 1980, McKinsey trató de adivinar el tamaño del mercado de la telefonía móvil en 20 años y la cifra real fue 125 veces superior a la estimación de la consultora.

Hoy día, los lanzamientos de productos de IA se describen habitualmente como mágicos, mientras que las empresas se maravillan de los supuestos aumentos de productividad del 30% derivados de la implantación de esta tecnología. Como en el bum de las telecomunicaciones, hay un beneficio obvio en el tamaño. Los mayores avances de la IA en los últimos años se deben a que los modelos son cada vez más grandes y utilizan más datos y potencia de cálculo.

Pero los auges de la inversión decepcionan más a menudo a sus partidarios financieros. Los inversores en ferrocarriles británicos sobrestimaron la demanda de la nueva forma de transporte y en 1850 habían perdido un tercio de su dinero. El país entró en una depresión.

El frenesí de las telecomunicaciones de finales de los noventa también produjo pérdidas colosales. Las enormes inversiones en el tendido de cables de fibra óptica y el pago excesivo por las licencias europeas para explotar redes 3G condenaron al fracaso a muchas firmas emergentes y a las grandes compañías a años de retornos por debajo de la media.

La bonanza de la IA viene acompañada de estos escollos y otros más. Las vías del tren y el cable de fibra óptica, una vez instalados, duran décadas. La vida útil de un modelo de IA y de los servidores en los que se ejecuta es mucho más corta. Los cambios en los gustos o comportamientos humanos, la nueva información o el entrenamiento con datos erróneos pueden dejar obsoleto rápidamente un caro modelo de gran tamaño.

Múltiples empresas gigantes y muchos países quieren desarrollar la IA, por lo que los avances pueden convertirse en una commodity. Y si la IA demuestra ser superior a la inteligencia humana, parece probable que los Gobiernos impongan límites estrictos a sus usos, lo cual reducirá el beneficio resultante.

Tal vez el resultado final sea muy parecido al auge del ferrocarril y de las telecomunicaciones. Los visionarios de la tecnología tenían razón: ahora la gente puede leer este artículo en su smartphone mientras viaja en tren. Es un consuelo para los muchos inversores que perdieron la camisa en el proceso.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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