La energía nuclear regresa con fuerza, pese a los prejuicios
Cuando el contexto y las prioridades cambian tanto, hay que cambiar de política
La energía nuclear está regresando con fuerza en el mundo. Lo acaba de decir el director general de la Agencia Internacional de la Energía. Quizá por eso, la presidenta de la Comisión Europea se ha mostrado abierta, en una reciente visita a República Checa, a la idea de aprobar subvenciones industriales en el ámbito de la energía nuclear a aquellos países que decidan apostar por ella en su estrategia nacional de transición energética.
Aunque la división entre quienes defienden Nucleares, no gracias y aquellos que piden Más nucleares, por favor sigue siendo importante en toda Europa, sobre todo, después de que la guerra de Ucrania mostrara los riesgos de la dependencia europea del gas ruso, la política energética europea ha incluido la nuclear por cumplir los tres criterios: competitividad, seguridad de suministro y sostenibilidad. Incluso el BEI estudia incorporarla a sus líneas de créditos.
Líderes y delegaciones de 30 países se reunieron en marzo en Bruselas para promover el papel de la energía nuclear en la reducción de emisiones de CO2, siguiendo el impulso dado en la COP28. Algo impensable hace unos años. Lo mismo que su inclusión en la Taxonomía de Financiación Sostenible presentada por la Comisión y aprobada por el Parlamento Europeo: invertir en nuclear es, ahora, verde, en Europa, donde hay 150 reactores activos y otros en construcción, que generan el 30% de la energía europea.
En los últimos años, se ha producido un cambio de actitud respecto a la energía nuclear, a la que ya no se ve como aquella que provocó los accidentes de Chernóbil (1986) por un fallo humano y el de Fukushima (2011) por un terremoto seguido de un tsunami, sino como la de los nuevos minirreactores (SMR), todavía en prototipos, que pueden construirse en tres años, con una capacidad de potencia de hasta 300 MW y que según el Organismo Internacional de la Energía Atómica suponen “un nuevo paradigma para la energía nuclear”. Pero, sobre todo, si la energía nuclear está regresando como una opción más, es por otras tres razones fundamentales: sin la nuclear no podemos alcanzar los objetivos climáticos a tiempo; la nuclear refuerza la autonomía energética de Europa y, además, es la energía preferida por los gestores de los sistemas eléctricos para dar firmeza al sistema y cubrir los huecos de generación que tienen la solar y la eólica.
Poniendo el ejemplo de España, hay demanda de electricidad 8.760 horas al año. La solar y la eólica, juntas, pueden cubrir, en promedio, poco más de la mitad. ¿Cómo cubrir el resto? La energía hidráulica es una solución. Pero parcial. Incluso si se multiplicaran las instalaciones de bombeo con una eficiencia energética superior a la actual (en torno a un 70%), haría falta una mayor potencia, lo que significa muchos más pantanos en una época de sequía crónica por el cambio climático.
Aun asumiendo que en 2050 las energías renovables representen en torno al 70% de la energía eléctrica, seguiremos necesitando otra fuente de energía capaz de cubrir la diferencia y más inversión en redes de transporte y distribución que puedan integrar las necesidades de los nuevos centros consumidores, como los centros de datos, donde Amazon apuesta por SMR nucleares. Se está trabajando mucho para desarrollar métodos de almacenamiento de la solar y la eólica, lo que permitiría cubrir más horas de demanda y evitar el precio cero que ya hemos empezado a ver estos días. También se apuesta por el hidrógeno verde, incluso investigando sobre una turbina que puede funcionar con cualquier concentración de hidrógeno en lugar de con gas. Y también se sigue avanzando en la mítica fusión nuclear, cuyos primeros experimentos se produjeron en la década de los cincuenta del siglo pasado.
Sin duda, en el impostergable proceso de descarbonización al que estamos obligados, alguna de estas opciones, o todas, acabarán, más pronto que tarde, representando el necesario acompañante para las energías renovables. Pero mientras tanto, y con decisiones que tenemos que adoptar ahora, la única elección segura como complemento de firmeza y seguridad a las energías renovables es entre el gas (emite CO2) o la nuclear (no emite). Así se entiende mejor la reciente declaración del director de la AIE: “España debería pensarse dos veces el cierre de las nucleares”, decidido en un contexto en nada similar.
En este momento, la nuclear cubre en España en torno al 20% de la demanda. Si apostamos por un sistema eléctrico cien por cien sin emisiones, además de solar, eólica e hidráulica, deberíamos mantener la cuota actual de la nuclear en el mix energético. Eso significa adoptar ya dos decisiones: prorrogar la vida útil de las actuales centrales (con toda la supervisión que garantiza el Centro de Seguridad Nuclear) y apostar por incentivar nuevas inversiones en nucleares. En ambos casos, se debe revisar la carga fiscal extraordinaria que penaliza a la nuclear (25 euros/MWh, según un informe de PwC). Y sí, el problema de los residuos tiene hoy soluciones técnicas adecuadas, a falta de un Gobierno con coraje para transformarlas en decisiones políticas.
Los municipios y las comunidades autónomas donde hay centrales se manifiestan a favor de no cerrarlas. El Partido Popular apuesta por la “extensión de la vida útil de las centrales nucleares existentes” y creo que estarían de acuerdo con esto varios partidos nacionalistas vascos y catalanes de tal manera que, si se presentara hoy una PNL (Proposición no de Ley) en el Congreso con este contenido, es muy posible que saliera aprobada por mayoría.
España es el único país del mundo con centrales nucleares en activo que ha anunciado su cierre. A pesar del retraso en el despliegue de las renovables. A pesar de la ausencia de almacenamiento. A pesar de los problemas técnicos y de emisiones de las centrales de gas (por las que apuesta Alemania). Cerrar la nuclear en estas condiciones es una irresponsabilidad. Cuando el contexto y las prioridades cambian tanto, aferrarse a los viejos prejuicios no es buena política.
Jordi Sevilla es economista
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