La deuda del sector público inquieta (y mucho)
Los altos tipos de interés están a punto de poner a prueba la resiliencia de las finanzas públicas, presionadas por el envejecimiento, los costes de la transición verde y el gasto en defensa
La deuda del sector público es el rinoceronte gris, la metáfora que en el análisis de riesgos se utiliza para ilustrar un evento muy probable, con un gran impacto, que se descarta o se pasa por alto. El término fue acuñado por Michele Wucker para referirse a un peligro que es obvio, visible y afecta directamente. Sin embargo, el rinoceronte gris no parece haber sido avistado todavía.
En el Informe de Riesgos Globales 2024 del World Economic Forum (WEF) destacan la crisis del coste de vida, la idea de un “aterrizaje más suave” de la economía, con unas perspectivas a corto plazo muy inciertas; prevalecen las presiones sobre los precios del lado de la oferta, así como impactos desfavorables del fenómeno meteorológico del Niño y hasta la potencial escalada de conflictos bélicos. Incluso el temor a que, si los tipos de interés continúan relativamente altos durante más tiempo, las pymes y los países muy endeudados estén particularmente expuestos al sobreendeudamiento. Sin embargo, la deuda soberana no aparece entre los diez más importantes en el período de dos años incluso a pesar de que, con la suma de la deuda del sector privado, ha alcanzado niveles gigantescos: 313 billones de dólares, de los que 89,9 corresponden a la deuda soberana, que ahora está amenazada por el coste que supone financiarla con tipos elevados. Aunque la magnitud de la carga financiera difiere de forma considerable entre los distintos países, según los datos del Fondo Monetario Internacional se ha multiplicado por 2,5 en el último decenio. Esto implica que, para un prestatario habitual de ingreso bajo, la proporción ha aumentado de cerca del 6% a casi el 14%; y en algunas economías ha pasado del 9% al 25%.
En los próximos dos años, los países de ingreso bajo también deberán hacer frente a obligaciones de pago importantes. Necesitan refinanciar unos 60.000 millones de deuda externa cada año, en torno a tres veces el promedio registrado en la década anterior a 2020. Las múltiples demandas que compiten por financiación en las economías avanzadas y de mercados emergentes, también con el fin de captar recursos para adaptarse al cambio climático, avivan un riesgo notable de poder obtener suficiente financiación a un coste asequible.
La mayor preocupación en España procede de la Airef y, en el ámbito internacional, de algunos directivos del Banco Internacional de Pagos que consideran que la deuda soberana es probablemente la mayor y más subestimada amenaza a la estabilidad monetaria y financiera, porque incluso en el caso de que los tipos de interés se mantuvieran por debajo de las tasas de crecimiento, que serán por cierto muy bajas dada recesión de algunos países, la relación deuda-PIB aumentará en el largo plazo desde sus máximos históricos actuales.
Los datos del BIS recuerdan la ilusión óptica anterior al Covid en la que los tipos en negativo hacían liviana la carga. Pero solo dos años más tarde, unos altos tipos están a punto de poner a prueba la resiliencia de las finanzas públicas, presionadas además por el envejecimiento de la población, los costes de la transición verde y el mayor gasto en defensa vinculado a posibles tensiones geopolíticas. En opinión reciente de Claudio Borio, jefe del Departamento Monetario y Económico del BIS, “las cosas pueden parecer engañosamente estables hasta que, de repente, ya no lo son”.
La Airef estima que la subida de los tipos disparará el coste de la deuda pública española desde los 30.175 millones de euros, que se pagaron en 2022 (2,4% del PIB), hasta los 57.800 en 2028 (3,3% del PIB). En un escenario a largo plazo, este organismo proyecta un gasto en intereses en relación con el PIB creciente del 4,5% en los próximos 15 años, frente al 2,4% de 2022; un incremento de 26.625 millones de euros en apenas cinco años. Y reclama un ajuste fiscal por valor de 38.000 millones de euros para frenar una futura bola de nieve de deuda soberana.
El hecho de que se deba pagar más por la deuda complica cuadrar las cuentas de los estados. Durante muchos años han recibido dinero gratis (o casi) y ha llegado liquidez abundante para resolver crisis como la del Covid, y esa acumulación conlleva que los presupuestos dediquen una mayor porción de sus cuentas únicamente a pagar el interés de la deuda y a lastrar la inversión productiva. Para el gestor público esa situación no es incómoda, porque, a diferencia de las personas y las empresas, si se diera una situación extrema no habría un tribunal de quiebras para los soberanos que pudiera obligar al deudor y a sus acreedores a resolver la cuestión. Habría un proceso de negociación en el que los acreedores querrían recuperar su dinero tanto como fuera posible, mientras que el soberano intentaría recuperar un estatus normal en los mercados financieros sin pagar demasiado por ello. Sin embargo, estas reestructuraciones suelen ser costosas tanto para el deudor como para los acreedores. Cabe recordar al respecto la experiencia con los hombres de negro en que España, desafortunadamente, obtuvo un máster.
Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín
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