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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las inversiones en IA huelen a círculos viciosos del pasado

El flujo de capital entre ‘big tech’ y startups puede ser una burbuja, aunque los peligros parecen más manejables

DADO RUVIC (REUTERS)

La inteligencia artificial está dando lugar a decisiones financieras realmente preo­cupantes. A medida que los titanes de la tecnología compiten para respaldar nuevas empresas emergentes, obtienen a cambio promesas explícitas o implícitas de ingresos. La caótica semana de agitación en OpenAI, propietaria de ChatGPT y respaldada por Microsoft, nos muestra cómo este tipo de círculos supuestamente virtuosos pueden volverse viciosos.

La fiebre por los programas que emulan, o incluso superan, las capacidades humanas está en pleno apogeo. Después de que OpenAI despidiera y volviera a contratar en unos días a su jefe, Sam Altman, tras la intervención del CEO de Microsoft, Satya Nadella, la empresa sigue adelante con la venta de acciones prevista, que podría valorarla en más de 80.000 millones de dólares, según el FT. Un acuerdo indicaría que el revuelo es lo suficientemente fuerte como para superar los importantes riesgos que acaba de poner al descubierto, en parte debido a los contrafuertes corporativos. Antes del golpe en la sala de juntas, OpenAI interrumpió las suscripciones a su servicio de pago ChatGPT Plus porque no podía seguir el ritmo de la oleada de nuevos usuarios. Este nivel de exuberancia evoca la era de las puntocom en más de un sentido.

La inyección de 10.000 millones de Microsoft en OpenAI en enero ayudó a desa­tar la locura. Como parte de su acuerdo, el operador de ChatGPT aceptó usar en exclusiva los servicios de computación en la nube de su nuevo inversor. En los 12 meses anteriores al acuerdo, OpenAI había gastado menos de un millón de dólares con el gigante del software, según el portal de noticias tecnológicas The Information, mientras que ahora la cifra va camino de superar los 400 millones anuales, en la división de servicios web Azure de Microsoft por sí sola.

La llamada IA generativa, que usa algoritmos para producir nuevos textos o imágenes a partir de los datos sobre los que se entrena, ha desatado los instintos en Silicon Valley. Microsoft, Apple y Alphabet son algunas de las empresas que han superado con creces al Nasdaq este año. El entusiasmo tiene cierto sentido, pero la forma en que se están estructurando las inversiones encierra un notable peligro, al igual que ocurría en los noventa, cuando estaba de moda el despliegue de las redes de comunicaciones por todo el mundo. En ambos casos, se trata de impulsar nuevas ideas que, a la vez, generan una nueva demanda de productos existentes. Pero la regulación u otras complicaciones podrían ralentizar fácilmente el progreso o crear obstáculos adicionales para la adopción de la IA, poniendo a su vez en peligro todos los ingresos adicionales que las grandes tecnológicas están anticipando, así como sus valoraciones en alza.

La nueva ampliación de capital de OpenAI –retrasada de diciembre a enero– podría hacerla valer más del doble de los 30.000 millones imputados a principios de año. La subida ha sido simbiótica. Microsoft, incluida la deuda, está valorada ahora en unos 2,7 billones, 10 veces los ingresos que los analistas esperan para el próximo año, según LSEG. El múltiplo es un 25% superior al de hace un año. En parte se debe a la perspectiva de aumentar las suscripciones a Microsoft 365 con funciones de IA y al crecimiento del 30% en Azure, ayudado por OpenAI y sus homólogos.

Otras líneas de negocio se verán impulsadas por proyectos de IA por un importe equivalente a la cantidad de capital que se está inyectando en ellos. Amazon, por ejemplo, reveló en septiembre sus planes de invertir hasta 4.000 millones en Anthropic, que ha acordado gastar otro tanto en cinco años en los servicios de computación en la nube de Amazon, según el WSJ. Y poco después del acuerdo de Amazon, Google se comprometió a aportar otros 2.000 millones a la misma startup, que meses antes había firmado un contrato con Google Cloud por valor de más de 3.000 millones.

Todo este tira y afloja mutuo recuerda a la burbuja de hace una generación. Entonces, tanto los nuevos participantes como las empresas más establecidas pidieron prestado más de 1 billón para instalar cables de telecomunicaciones a través de los fondos oceánicos y más allá. Los proveedores de equipos, como Cisco, Lucent y Nortel, disfrutaron de un rápido crecimiento de ingresos y valoraciones. El problema era que los ingresos que sustentaban el auge no eran tan buenos como se pensaba.

La peor fórmula se conocía como roundtripping, ida y vuelta. La empresa A cerraba un acuerdo de capacidad de red con la empresa B, a menudo al final de un trimestre, y luego la empresa B compraba parte a la empresa A a un precio similar. Los ejecutivos de Global Crossing, por ejemplo, pagaron grandes sumas para resolver demandas relacionadas con esta práctica. Muchas firmas del sector se vieron obligadas a reformular sus resultados financieros y, en última instancia, quebraron.

La financiación legal, pero errónea, de los proveedores fue otro de los problemas de la época. Los fabricantes de equipos de telecos concedían créditos a las nuevas empresas para que pudieran comprar los equipos que necesitaban. El razonamiento era que empresas como Nortel podían hacer un buen uso de sus balances tipo blue chips. Los clientes pagaban tipos más altos para compensar el riesgo y se comprometían a utilizar los conmutadores y otros artilugios de un determinado proveedor. En un sector en el que el tamaño importa, los competidores que no concedían préstamos corrían el riesgo de quedarse rezagados.

Cuando la burbuja estalló, se produjo una doble conmoción. Las ventas anteriores de equipos se malograron, provocando impagos y deteriorando los balances, mientras que los nuevos pedidos también se secaron, provocando pérdidas inesperadamente grandes. Los fabricantes de equipos de red sufrieron un descenso de más del 90% en su capitalización bursátil colectiva durante una década.

Esto plantea la cuestión de si la historia amenaza con repetirse hoy con lo que podría describirse como capital de los vendedores. Aunque los últimos acuerdos están ayudando a inflar las valoraciones en ambos lados de las transacciones, los peligros parecen ser más manejables. Para empresas valoradas en billones, unos pocos miles de millones son una miseria. Gran parte del capital invertido debería de devolverse con relativa rapidez a medida que las empresas de IA compren servicios de back-end. La tasa de mortalidad de la industria, como la de tantas otras ideas tecnológicas incipientes, será presumiblemente alta, pero si el mercado global sigue creciendo, podría haber incluso beneficio, aunque se monte en el caballo equivocado.

Amazon, por ejemplo, parece motivada por la oportunidad de reforzar su incipiente negocio de fabricación de chips. El gigante acordó inyectar 4.000 milllones en Anthropic para potenciar sus esfuerzos de entrenamiento de modelos de IA. Nvidia tiene entre el 80% y el 95% del mercado de IA, según los analistas. Al usar Anthropic como campo de entrenamiento para iterar y mejorar sus propias alternativas menos populares, Amazon podría comerse ese dominio, un beneficio que podría cosechar independientemente del destino de Anthropic. Si Amazon se hiciera con, digamos, el 10% de la cuota de Nvidia, su negocio de chips valdría teóricamente más de 100.000 millones por sí solo.

El problema de las obsesiones inversoras es que hacen más daño a medida que crecen. En telecomunicaciones, por ejemplo, la financiación de los proveedores se aceleró rápidamente en el crac. Los optimistas temían perder una oportunidad excepcional, mientras los cínicos se daban cuenta de que incluso los malos acuerdos elevarían las valoraciones de las acciones. Esto significa que, a medida que crece esta última moda tecnológica, merece la pena vigilar de cerca en qué medida se apoyan mutuamente las tecnológicas tradicionales y las iniciativas emprendedoras de IA.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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