La desigual distribución de la riqueza en España: la perspectiva territorial
Millones de ciudadanos viven en regiones rurales atrapadas en el círculo vicioso del paro, la falta de productividad, el envejecimiento y la despoblación
El tema de la desigualdad social en el reparto de la riqueza está ampliamente tratado y analizado en nuestro país. Es menos conocido desde la perspectiva generacional. Finalmente, desde la perspectiva territorial o espacial se ha convertido es un tema clásico para la economía regional y, antes, y siempre, lo fue para la geografía.
En relación con España, puede afirmarse taxativamente que, con la excepción de los años centrales de la etapa desarrollista:1959-1975, desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad la desigualdad entre el norte y el sur del país no ha dejado de agrandarse, pese a la importante batería de políticas sociales desplegadas por los sucesivos Gobiernos progresistas.
El tema importa, porque ligado a la riqueza aparece el empleo, las oportunidades laborales, la calidad de vida y, derivado de todo ello, las migraciones. La desigualdad en el reparto de la riqueza parece, asimismo, estrechamente relacionada con tema de la cohesión económica y social y condiciona las pautas de comportamiento político y electoral.
Un dato inicial: en términos de valores absolutos, que a fin de cuentas son los que importan a la economía: en España las tres regiones con más renta (Comunidad de Madrid, Cataluña y Andalucía) concentran casi la mitad del PIB. En términos relativos y, a efectos comparativos, aislando el factor tamaño, las diferencias son, asimismo, muy marcadas.
Madrid concentra el 19% del PIB nacional, pese a significar al 14% de la población del país; en Cataluña los guarismos son 19% y 16%, en el País Vasco, el 5,9% y 4,6 % y, junto a Navarra (1,7%, 1,4%) y Aragón (3,1%, 2,1 %, respectivamente), configuran el grupo de regiones más ricas al disponer de una porción del PIB nacional mucho mayor, o mayor, que el que les correspondería por su población. Por el contrario, el resto de las comunidades y las dos ciudades autónomas están por debajo, o muy por debajo, del porcentaje de PIB nacional de que deberían disponer en función de sus efectivos demográficos.
El máximo exponente de desajuste en negativo es Andalucía, que tiene tan solo 13% del PIB, pese a representar el 17 % de la población. Únicamente en La Rioja el porcentaje entre ambas proporciones (PIB y población) es exactamente el mismo: 0,7%.
A continuación, se presentan algunos cuatro indicadores significativos de los desequilibrios territoriales en España. Según los últimos datos del INE para 2022, el PIB per cápita la comunidad de Madrid (34.821 euros) y el País Vaso (32.925 euros) casi duplican los valores de Extremadura (19.072 euros) o Andalucía (18.906 euros).
El segundo indicador mide la pobreza: según información estadística procedente de European Anti-Poverty Network para 2022 se deduce que el gap en la tasa de riesgo de pobreza entre las regiones más ricas y las más pobres -o con menos pobreza y más pobreza, para ser más precisos- es de más de 25 puntos porcentuales: los valores más altos Extremadura y Canarias, con el 44% y el 40% respectivamente y los más bajos, País Vasco, con el 15,7% y Navarra, con el 14,5%.
En relación con la tasa de desempleo, este varía desde el 27,8% en Ceuta o el 20,9% en Melilla hasta el 7,8% en Aragón o el 7,5% en Cantabria (datos de septiembre de 2023)
Finalmente, en relación con el territorio, stricto sensu, o a la superficie geográfica, hay un indicador poco conocido, aunque encierra una enorme significación, cual es el capital neto o patrimonio neto de cada comunidad autónoma por kilómetro cuadrado. Exceptuadas -o no consideradas las ciudades autónomas por ser territorios espacios intrínsecamente urbanos- la brecha entre comunidades autónomas va desde los 89,4 millones de euros por kilómetro cuadrado en la Comunidad de Madrid o, lejos de este valor, los 29,3 del País Vasco, los 23,6 de Balares, los 23,2 de Cataluña o los 20,6 de Canarias hasta los 1,9 millones de Extremadura, los 2,1 de Castilla la Mancha, los 2,3 de Castilla y León, presentando el resto de comunidades valores entre 6 y 20.
En España unos cuantos millones de ciudadanos viven en regiones de componente predominantemente rural atrapadas en el círculo vicioso del desempleo, falta de productividad, el sobre-envejecimiento y despoblación. Sus poblaciones aparecen cada vez más fragilizadas frente a la economía global y para ellos se presentan escasas perspectivas de futuro.
Frente a ellos, decenas millones de ciudadanos se concentran en las ciudades o áreas metropolitanas económicamente dinámicas, que gozan con buenos servicios públicos y atraen capital humano y población de las primeras o áreas rurales. Sin embargo, cada vez se ven más sometidas a riesgos de aumento del coste de la vida y a las consecuencias de la sobrecarga de los edificios y las infraestructuras de las que se sirven, lo que se traduce para un alto porcentaje de población (la que corresponde a la que tiene ingresos bajos y medios), en pérdida progresiva de calidad de vida. A la vez, estas amplias capas de población soportan las consecuencias de los que se han llamado males urbanos: progresiva privatización del espacio y de los servicios, turistizacion -masiva en algunos casos-, problema de acceso a la vivienda, movilidad, gentrificación, especulación urbana, segregación social...
Los desequilibrios territoriales y sus geografías cambiantes se han dado siempre a lo largo de nuestra historia y en la de los países occidentales. El problema es en la situación actual en el imperio de llamado turbo-capitalismo –el concepto es del economista norteamericano Edward Luttwaky- la globalización galopante la nómina de perdedores (personas y territorios) es cada vez mayor y las de los ganadores cada vez más reducida, porque, al fin y a postre, los desequilibrios territoriales o espaciales (a todas las escalas, desde la internacional, a la interregional o intrametropolitana) son el reflejo de las desigualdades que se dan la propia sociedad: el espacio es un producto social y, en la batalla entre quienes buscan su valor de uso y quienes persiguen su valor de cambio, la victoria se decanta, cada vez más, por los segundos, para perjuicio de la inmensa mayoría de la población y los territorios.
Pedro Reques Velasco es catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria
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