La lentitud de los beneficios de BP agrava su dilema ecológico
El negocio verde de la petrolera aporta solo el 3% de las ganancias, y tendrá que buscar soluciones creativas
La lista de tareas pendientes para el sucesor de Bernard Looney se ha vuelto más desalentadora. BP se tambaleó tras la abrupta salida de su CEO en septiembre, y ayer anunció un beneficio neto de 3.300 millones de dólares en el tercer trimestre, un 20% por debajo de las expectativas de los analistas, por los problemas de su negocio eólico y los débiles resultados del trading de gas. Ello arrojará dudas sobre la capacidad de la firma, valorada en 100.000 millones de euros, para mejorar la rentabilidad de su división de energías limpias y, al tiempo, potenciar su negocio de petróleo y gas.
Los resultados han sido decepcionantes en todos los ámbitos. Parte del golpe es una pérdida de 540 millones de dólares en una participación del 50% en parques eólicos marinos de EE UU que adquirió en 2020. El deterioro se produjo después de que los reguladores neoyorquinos rechazaran una petición de BP de mejorar las condiciones del precio de la energía para hacer frente al aumento de los costes. El CEO interino, Murray Auchincloss, que planea reducir su participación en el proyecto eólico de EE UU al 25%-30%, podría incurrir en más pérdidas si el sector sigue enfrentándose a vientos en contra en la cadena de suministro.
BP no desveló el motivo de sus débiles resultados en el trading de gas. Pero las oscilaciones de precios por las huelgas de trabajadores en Australia pueden haber influido.
La preocupación de los inversores, ejemplificada en la caída del 4% de la acción de BP tras publicar resultados, es doble. Por un lado, parece estar invirtiendo un 40% de su gasto de capital, según Citi, en una tambaleante división verde. Mientras, se espera que su producción de petróleo y gas, que alimenta el negocio de combustibles fósiles, más rentable, se mantenga casi plana hasta 2025. Esto contrasta con las previsiones de crecimiento anual del 3%-4% de Exxon y Chevron.
Según el plan de Looney, la contribución a los beneficios de los llamados “motores de crecimiento de la transición” de BP aumentaría hasta los 12.000 millones de dólares en 2030, un cuarto de los beneficios netos previstos. En el primer semestre de este año, empero, estos negocios aportaron solo 700 millones, apenas el 3% de los 23.000 millones de beneficios netos. Para alcanzar el objetivo de Looney, calculamos, sería necesario que los beneficios netos de estos negocios crecieran un 36% anual.
Hay formas de resolver el dilema. BP podría tratar de ampliar su cartera de empresas con bajas emisiones de carbono, adquiriendo firmas como Occidental Petroleum. O podría valorar la opción de sacar a Bolsa su unidad de petróleo y gas terrestre en Nueva York y usar los ingresos para comprar productores de petróleo de EE UU. No son opciones fáciles de digerir para los inversores, pero el sucesor de Looney tendría que afrontar el reto con creatividad.
¿Fusiones en Europa?
En junio, el jefe de la británica Shell –de 200.000 millones de euros–, Wael Sawan, dijo a los inversores que las fusiones no eran su prioridad. La decisión de Exxon, de 390.000 millones de euros, y Chevron, de 260.000 millones, de adquirir Pioneer Natural Resources, de 53.000 millones, y Hess, de 42.000 millones, debería de cambiar las tornas. Pero aunque Sawan, Auchincloss, o Patrick Pouyanné, de TotalEnergies, quisieran participar, varios factores frenarían a las grandes firmas europeas.
El más obvio es la valoración. Tanto Exxon como Chevron pagaron en acciones, usando sus decentemente valorados fondos propios. Exxon está valorada en 7,5 veces su flujo de caja de los próximos 12 meses, según LSEG, frente a las 6,3 que valía Pioneer. Según ese baremo, Shell, Total (150.000 millones de euros) y BP se valoran a entre 3 y 4 veces, pese a que sus acciones han subido un 12%, un 5% y un 4% este año, respectivamente. Esa diferencia significa que los europeos tendrían que ceder mucho más de sus empresas si intentaran hacer operaciones.
Otro problema igual de importante es qué deberían comprar. Los inversores europeos, centrados en los criterios ASG, han acogido con gran satisfacción que Shell y BP hayan suavizado su giro verde. Pero seguiría siendo difícil para cualquiera de ellas imitar a sus homólogas de EE UU y comprar una gran petrolera.
En vez de eso, podrían redoblar sus inversiones para reforzar sus credenciales verdes. La incertidumbre de la transición energética ha hecho que los grupos de biocombustibles y los eólicos estén más baratos. La finesa Neste, de 25.000 millones, muy centrada en el gasóleo renovable y el combustible para aviones, ha visto cómo su acción ha caído casi un 30% en 2023. El gigante danés de la eólica marina Orsted, de 19.000 millones de euros, está en un cuarto de su valoración de principios de 2021.
Pero ninguna parece una opción. Neste sigue cotizando al doble de la valoración de Shell, 8 veces, mientras Orsted lo hace a 7,3 veces. Peor aún, Neste pertenece en un 36% al Estado finés, y el danés posee algo más del 50% de Orsted. Es poco probable que sus amos políticos vendan a bajo precio.
Hay un comodín que podría marcar todas las casillas: una apuesta por Occidental (EE UU), de 52.000 millones de euros. Esta productora de crudo está valorada en 4,7 veces, y ha apostado a lo grande por la captura de carbono, invirtiendo en tecnología que eliminará no solo el CO2 emitido a lo largo de su producción, sino también el que se emite cuando los clientes queman el petróleo. Pero su novedosa tecnología de captura directa del aire aún no se ha probado, y una prima del 30% implicaría que incluso Shell cediera el 25% de la empresa. La participación del 25% de Warren Buffett en Occidental implica que también tendría que estar de acuerdo.
Para Sawan, Auchincloss y Pouyanné es más fácil y seguro cruzarse de brazos. Pero eso podría agravar su condición de segundones.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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