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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La pregunta de Isabel II regresa con fuerza

¿Por qué nadie vio venir la crisis financiera?, cuestionó en 2008: ahora ese interrogante es aplicable a la inflación

Isabel II
La reina Isabel II de Inglaterra, en febrero de 2020.TOLGA AKMEN (AFP)

“¿Por qué nadie lo vio venir?”. Esa fue la famosa pregunta que la reina Isabel de Inglaterra planteó a los economistas en noviembre de 2008, tras seis semanas de la mayor crisis financiera de la historia.

En aquella ocasión, la respuesta era obvia. Los principales bancos centrales habían pasado las dos décadas anteriores centrados en la baja inflación, descuidando los riesgos para la estabilidad financiera.

La monarca británica, fallecida hace un año, ya no puede poner en aprietos a los expertos. Pero su pregunta ha vuelto con fuerza. Esta vez, es más difícil de esquivar, ya que lo que los responsables políticos no vieron venir fue el resurgimiento de la propia inflación, el mismo fenómeno que se supone que los bancos centrales modernos deben mantener bajo control.

El Banco de Inglaterra es la primera gran autoridad monetaria que aborda la cuestión de frente. A finales de julio, nombró a Ben Bernanke, expresidente de la Fed, para que hiciera una revisión de sus modelos y previsiones internos.

El debate sobre la mejor manera de hacer predicciones macro es antiguo. En las décadas de 1960 y 1970, la moda era construir modelos teóricos cada vez más ambiciosos de la estructura causal de la economía. Sin embargo, ya en la década de 1980 los economistas descubrieron que la extrapolación de correlaciones puramente estadísticas produce a menudo resultados más precisos.

Los asombrosos avances de la presente década en el aprendizaje automático hacen que los buscadores de datos tengan viento fresco en sus velas. Los algoritmos predictivos desmenuzan cantidades de datos sin precedentes con una potencia de cálculo inimaginable. Han descifrado el código del plegamiento de las proteínas y pueden burlar a los mejores del mundo en juegos complejos como el ajedrez y el Go. ¿Por qué confiar entonces en el arcaico wetware (el hardware y el software de los seres vivos) de los economistas humanos para predecir cuánto subirán los precios?

Los banqueros centrales replican correctamente que la precisión predictiva no es lo mismo que la capacidad explicativa. Los responsables políticos no solo necesitan una previsión de la inflación del mes que viene, sino una explicación de por qué los precios subirán esa cantidad y qué intervenciones pueden modificar su trayectoria. Así pues, la revisión de Bernanke tendrá que pasar por el tamiz de las teorías causales de la inflación de los banqueros centrales.

La explicación dominante de la evolución de los precios se basa en la famosa curva de Phillips. En este modelo económico de olla a presión, la inflación es el resultado de desequilibrios en la oferta y la demanda agregadas. Si la economía se recalienta, el nivel de precios tiende a subir. Si se fuerza el enfriamiento de la demanda, las presiones sobre los precios también disminuyen.

Este marco simple e intuitivo funcionó razonablemente bien durante 30 años. Sin embargo, fracasó en 2021, cuando llevó a los responsables políticos a predecir que la subida de los precios tras la pandemia sería leve y breve. Dos críticas principales a este enfoque han dominado desde entonces los círculos de la banca central.

La primera es que la curva de Phillips ofrece escasa orientación práctica cuando los precios se desestabilizan por perturbaciones de la oferta, en lugar de la demanda. Durante el apogeo de la globalización, cuando se derrumbaron las barreras al flujo de bienes y servicios, la demanda pudo haber sido lo único que importaba. Pero las inmensas perturbaciones provocadas por el Covid, la subida de los precios de la energía tras la invasión de Ucrania y el retroceso de tres décadas de liberalización del comercio han hecho saltar por los aires esa hipótesis.

El resultado es que las llamadas teorías cost-push de la inflación, que estuvieron en boga por última vez en los setenta, están disfrutando de una sorprendente reaparición. En estos modelos, el lado de la oferta de la ecuación es el culpable. La inflación surge cuando los trabajadores buscan un mayor reparto del pastel mediante demandas salariales o las empresas exprimen los beneficios del monopolio subiendo los precios.

Isabella Weber, profesora asociada de la Universidad de Massachusetts Amherst, apunta a los precios abusivos de las empresas. Califica las subidas de precios de los últimos 18 meses de “inflación de los vendedores”. Guido Lorenzoni, de la Universidad de Chicago, e Iván Werning, del MIT, han revestido la teoría marxista de la lucha de clases con un moderno ropaje matemático. El título de su discutido artículo, Inflation is Conflict, parece un eslogan del París de 1968.

No cabe duda de que las teorías de la oferta captan los factores cruciales de la inflación actual. Sin embargo, no está nada claro cómo deben responder los bancos centrales independientes de hoy a estas luchas abiertamente políticas. El gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, hizo un amago en esa dirección en febrero de 2022, cuando aconsejó a los trabajadores que no pidieran un aumento. El jefe del tercer sindicato británico calificó su comentario de “broma de mal gusto”.

La segunda alternativa resurgente a la explicación dominante de la inflación procede de la venerable teoría monetarista. Esta sostiene que el desequilibrio relevante es un desajuste entre la oferta y la demanda de dinero. Los bancos centrales deberían dejar de preocuparse por conceptos empíricamente elusivos como la brecha entre el producto potencial y el real, y centrarse, en cambio, en vigilar y manipular la cantidad de dinero en circulación.

A la hora de explicar el actual estallido inflacionista, los monetaristas parecen tener razón. En 2021, cuando la curva de Phillips estaba dormida al volante, el crecimiento de la masa monetaria parpadeaba en rojo. Si los bancos centrales hubieran prestado más atención a los agregados monetarios, podrían haber reaccionado antes.

Sin embargo, vale la pena recordar por qué el monetarismo se desvaneció en su encarnación original. Milton Friedman y Anna Schwartz anunciaron que la inflación era una función de la oferta monetaria cuando publicaron A Monetary History of the United States en 1963. Pero cuando los banqueros centrales intentaron instrumentalizar esa relación en las décadas de 1970 y 1980 para mantener bajo control el crecimiento de los precios, rápidamente se vino abajo.

Lo lamentable es que esta vez hay muchas respuestas a la pregunta de la Reina, pero ninguna solución mágica. Los macrodatos y las estadísticas inteligentes pueden ofrecer mejores previsiones de la inflación, pero es poco probable que expliquen por qué se produce. Es importante entender cómo las luchas de poder hacen subir los precios. Sin embargo, los tecnócratas de los bancos centrales no pueden hacer mucho al respecto. La relación entre dinero e inflación es una idea valiosa. Pero, si se intenta utilizar, tiende a desaparecer.

Winston Churchill dijo que, de todas las formas de gobierno, la democracia es la peor, con la excepción de todas las demás. Mi conjetura es que Bernanke concluirá lo mismo de la teoría dominante de la inflación. Eso sugiere que no pasará mucho tiempo antes de que vuelva a surgir la pregunta de la Reina.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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