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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El dilema entre el campeón nacional y la competencia

Europa no tiene gigantes locales de telecomunicaciones, pero tampoco se han visto grandes intentos de crear megacompañías europeas

CINCO DÍAS
STC
YAZEED ALDHAWAIHI (EFE)

La entrada de la saudí STC en Telefónica, operación que está aún por concretarse en su totalidad, un extremo que depende de una decisión gubernativa, se solapa, sin salir de España ni del sector de las telecomunicaciones, con la tramitación de otro movimiento corporativo de calado y que depende de la luz verde administrativa: la fusión de Orange y MasMóvil. La defensa de la competencia, en toda la Unión Europea, ha condicionado el desarrollo de los servicios de comunicaciones. Las autoridades han penalizado la concentración en aras del libre mercado y del interés del consumidor. La combinación de, por un lado, tener un número mínimo de operadores dominantes y, por otro, garantizando la cesión de capacidad a terceros. Desde el sector se ha insistido en que esta política, combinada con las necesidades de despliegue de nuevas tecnologías, ha dañado la rentabilidad de las empresas y que esto se nota en su valor en Bolsa. La entrada de capital extranjero en las firmas europeas no sería sino la señal de esta debilidad en Bolsa, ejemplificada en este caso en Telefónica (ha perdido un 40% de su valor en cinco años) pero no exclusiva de la española. En este plazo, ha caído lo mismo que Telecom Italia y menos que Vodafone.

No hay en Europa gigantes de las telecomunicaciones, salvo quizá la alemana Deutsche Telekom, con un valor de más de 100.000 millones de euros. La recurrencia de los ingresos de este sector, no obstante, le hace atractivo para inversores financieros como las monarquías del Golfo Pérsico. Que una regulación más laxa de la competencia podría haber aliviado en Bolsa a las empresas del sector y, por tanto, Europa podría disponer de campeones nacionales es el argumento de la industria. Otra cosa es si, desde el punto de vista de las políticas públicas, está antes el tamaño de las corporaciones o la factura que pagan ciudadanos y empresas.

Llama la atención, asimismo, la proliferación de operaciones domésticas ante la escasez de movimientos transnacionales. Europa no tiene campeones nacionales, pero tampoco se han visto intentos de crear campeones europeos. Quizá la cuestión del tamaño importe, pero a la industria, pero quién manda suele importar más. Y ni empresarios ni políticos quieren perder cuotas de poder. Sí puede tener más argumentos de la industria cuando aflora la comparación entre sus magros con un sector tecnológico que nada en la abundancia, pero que, sin la infraestructura de las aburridas telecos tradicionales, simplemente no existiría.

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