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A Fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Milagros laicos para una desinflación inmaculada

La baja tasa de paro está actuando como cortafuegos económico, limitando los efectos negativos del alza de tipos

Un puesto de frutos secos en un mercadillo al aire libre, a 31 de julio de 2022, en el distrito de Tetuán, Madrid (España).
Un puesto de frutos secos en un mercadillo al aire libre, a 31 de julio de 2022, en el distrito de Tetuán, Madrid (España).ricardo rubio (Europa Press)

Como mantiene el conocido chascarrillo, es indudable el sentido del humor de los economistas, ya que somos capaces de poner decimales en nuestras predicciones. En política económica, también es tozudo nuestro afán por construir expresiones más propias de una neolengua orweliana, buscando, como en 1984, minimizar los pensamientos negativos de la ciudadanía. Para ello, elaboramos abundantes eufemismos como crecimiento negativo, como sustituto de recesión, o tique moderador para referirnos al copago sanitario, entre otros variados ejemplos.

Y qué decir de las metáforas poéticas o los juegos de palabras, especialmente aquellas con un ligero tono irónico, históricamente abundantes en la línea editorial de la casi bicentenaria The Economist. Publicación siempre rica en sutil mordacidad inglesa y corresponsable de la difusión internacional del término desinflación inmaculada, tras el inicio de las subidas de tipos en EE UU. Expresión inicialmente impulsada por los descreídos de que algo así pudiera suceder, y que contiene reminiscencias cristianas.

En este caso, el atributo inmaculado se conseguiría si las subidas de los tipos no tuvieran efectos significativos sobre el crecimiento y, particularmente, sobre la tasa de desempleo. A día de hoy, más de un año después de la primera subida de tipos del BCE y a pesar de una clara ralentización del crecimiento en la zona euro, las tasas de paro se encuentran en mínimos que, para muchas economías, como España, se pueden calificar de históricos, mientras la inflación se ha moderado al 5,3%, desde el 8,9% de julio de 2023, en la mencionada eurozona. Más espectacular ha sido la reducción en España, donde nuestra tasa de inflación ha decrecido del 10,7% al 2,3%, situándose unas escasas tres décimas por encima de la inflación objetivo del BCE, aunque nuestra evolución futura siga siendo aún incierta. En resumen, existe base empírica, hasta la fecha, y siempre con permiso de los retardos en política monetaria que describió Milton Friedman, para mantener esta bonita esperanza de la desinflación inmaculada.

El atributo de inmaculada, como la santidad, necesita de postuladores. En este caso contamos, entre otros, con dos aspectos casi milagrosos, difíciles de imaginar al inicio de la brusca subida de tipos, cuando pocos cuestionaban los efectos negativos y rápidos que estas subidas tendrían sobre la tasa de morosidad y el precio de la vivienda.

En primer lugar, respecto a la tasa de morosidad, EY lleva prediciendo, afortunadamente sin demasiado éxito por ahora, subidas significativas en ella, que tendría que haber alcanzado el 4,6% en 2022, cuando lo cierto es que cerró el año en el 3,54%, su mínimo en un diciembre desde el comienzo de la Gran Recesión en 2008. Mientras que la predicción para este año es de 4,5%, según esta Big Four, y podría llegar al 5,5% en 2026. Pero lo cierto es que dicha tasa está prácticamente estancada, con leves subidas, en el 3,59%.

La explicación se puede obtener del simple análisis de la serie temporal de esta tasa de morosidad, que se disparó en nuestro país, paradójicamente, cuando bajaron los tipos en los albores de la Gran Recesión, a medida que se incrementaba la tasa de desem­pleo y, posteriormente, fue disminuyendo con la recuperación económica, es decir, con la disminución del desempleo. O, dicho de otra forma, las economías domésticas y las empresas pagan religiosamente, especialmente las hipotecas, si hay actividad económica y empleo, independientemente del coste de la financiación. Sin embargo, si este coste es alto, disminuirán su endeudamiento, lo que explicaría la creciente amortización anticipada de las hipotecas, junto a la fuerte caída de nuevas contrataciones durante este año, más del 20%.

Lo que no se explicaría, y ahí llegamos al segundo de los hechos milagrosos, es la resistencia a la baja de las compraventas de inmuebles, con caídas de solo un dígito –pero siempre por encima de los niveles prepandemia– y la nula disminución del precio de la vivienda en términos nominales, que incluso sigue subiendo en torno al 1%. Las explicaciones de esta asimetría son múltiples, desde el recurso a lo poco que queda del ahorro embolsado durante la pandemia –que permite disminuir la demanda de financiación, favoreciendo el pago al contado–, un mayor número de permutas, la pobre oferta de vivienda social, hasta el incremento de la demanda de inmuebles por parte de extranjeros.

Pero también es cierto que, a pesar de la dramática quiebra de la burbuja inmobiliaria, los inmuebles siguen siendo un vehículo de inversión directo muy atractivo para aquellas familias con buenos empleos, capacidad de ahorro y escaso conocimiento o directamente aversión al nuevo mundo de las fintech. Atractivo reforzado, por un lado, por los múltiples usos potenciales de la vivienda, gracias al bum de los alquileres de corta duración en plataformas digitales, y por otro, porque su rendimiento sigue siendo mejor que el de otros vehículos de inversión tradicionales, como los rácanos depósitos bancarios o la Bolsa española.

En el peor escenario posible, de media, quien hubiera tenido la mala suerte de invertir en ladrillo justo antes del pinchazo de la burbuja ahora soportaría una pérdida de poco más del 5%. Mientras que, si ese inversor hubiera adquirido una cartera de valores que replicara el Ibex en su máximo precrisis financiera, seguiría perdiendo más de un 41% del capital invertido.

En resumen, la baja tasa de desempleo está actuando como verdadero cortafuegos económico, limitando los efectos negativos de las subidas de tipos. Y sin negar veracidad a los sesudos análisis políticos postsorpresa electoral, no se debería descartar que también haya jugado como cortafuegos político, ya que, como popularizo el célebre James Carville, el mediático spin doctor de Bill Clinton, it’s the economy, stupid.

José Ignacio Castillo es catedrático de la Universidad de Sevilla

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