Fijos discontinuos, la punta del iceberg
España tiene un mercado laboral volátil, poco competitivo, con un alto paro estructural y muy expuesto a variables externas
En Europa existe un país, en el que hay 450.000 profesionales que no trabajan… pero que no se contabilizan a efectos de paro. Profesionales que cobran la prestación por desempleo… pero no se consideran desempleados. Los llaman fijos discontinuos, y ocurre en España.
Esta podría ser la introducción a un relato cómico, pero la realidad es que no tiene nada de broma. España está, desde hace muchos años, en el pódium del desempleo en Europa, con parados de larga duración que no encuentran salida en un mercado laboral cada vez más exigente y que se convierten en ayudas-dependientes.
Con un paro juvenil del 27,9% (Encuesta de Población Activa, EPA, del segundo trimestre de 2023) que condena a un largo camino por los multicontratos basura, por trabajos que en ocasiones nada tienen que ver con nuestra formación, o simplemente, a buscar mejor suerte en países con mercados laborales más favorables.
Con un 29,6% de parados sénior de más de 50 años (EPA del primer trimestre de 2023), donde a su vez el 61% de los desempleados de más de 55 lleva más de doce meses sin trabajo (una cifra que nos deja claro lo grave y crónico de este tipo de desempleo). Con una clase media cada vez más amenazada, donde a pesar de disponer de un trabajo (o varios a jornada parcial) no se llega a final de mes, y donde las desigualdades campan a sus anchas.
España tiene un mercado laboral volátil, poco competitivo, con ciclos de crecimiento del empleo y del desempleo muy pronunciados, con un porcentaje de desempleo estructural por encima de la media europea y muy, muy expuesto a variables externas. No pinta bien.
Pero volvamos al tema principal. En medio de todo este panorama y a las puertas de una posible recesión, los españoles sacamos pecho por nuestra rampa de creación de empleo. Empleo creado a base de salarios low-cost, de jornadas parciales no deseadas, de un 55% del empleo creado por la Administración (contando solo desde antes de la pandemia) y a base de contratos fijos discontinuos que obligan a las familias a hacer malabarismos para poder cerrar un balance adecuado del año.
Profundicemos algo más. En nuestro país, la figura del fijo discontinuo es una figura en la que el empleado tiene una actividad que está discontinuada en el tiempo, es decir, cuando tiene llamamientos a la actividad, la persona está trabajando y en alta en la Seguridad Social, y se contabiliza como empleado en los Servicios Públicos de Empleo. Cuando la persona está en inactividad, no está trabajando y, por lo tanto, figura de baja en la Seguridad Social, no cuenta como activo a efectos de empleo, pero tampoco como demandante de empleo o desempleado. A pesar de esto, está cobrando una prestación por desempleo en función del tiempo cotizado.
Estas personas, que experimentan periodos intermitentes de empleo y desempleo debido a la estacionalidad de ciertos sectores, se han convertido en el centro de atención en medio de la constante transformación del mercado laboral.
¿Estamos elaborando unas cifras de empleo suficientemente fieles a la realidad? ¿O es que estas casi 450.000 personas no merecen ser tenidas en cuenta para el conjunto de políticas activas de mejora del empleo? Todo ello sin menospreciar que el número de fijos discontinuos que está buscando otro empleo se ha duplicado en poco más de tres años (Instituto Nacional de Estadística, INE), pasando de un 5% en el año 2020 a más del 10% hoy.
Esta es la nombrada amenaza a la clase media… que sufre de una grave inestabilidad financiera.
Por favor, no fallemos ahora. España se encuentra en un momento económico crucial, donde los próximos años podrían ser nuestro ansiado punto de inflexión. La innovación, la inversión inteligente, el refuerzo de nuestra base industrial, apareciendo en el mapa como país proveedor en parte de los nuevos vectores económicos, será clave para nuestro progreso económico y para nuestro bienestar durante los próximos 25 años.
España tiene aptitudes para ser un actor principal en el nuevo ciclo económico, pero tenemos que capacitarla, dentro de lo cual, crear un mercado ágil, dinámico, moderno y flexible, jugará un papel fundamental. Sin olvidar cómo vamos a formar a nuestros jóvenes en las necesidades de las empresas, para este nuevo periodo.
Y no nos confundamos. Todo esto empieza por ser realistas, no autoengañarnos y no caer en las telarañas de la autocomplacencia.
José Canseco es profesor de EAE Business School
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