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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La España rural, más allá de la demografía

La despoblación del campo tiene grandes repercusiones económicas y ambientales

Castillo de Gormaz, en Soria.
Castillo de Gormaz, en Soria.Fernando Nieto

La despoblación rural en España ha hecho correr ríos de tinta, como tema ha sido intensamente debatido en nuestro país y hasta políticamente contamos con un ministerio que lo tiene casi como segundo apellido. En la presente reflexión se matizan algunos conceptos y se abordan, en relación con la llamada España rural (o vacía a vaciada, según expresiones al uso) dos dimensiones menos conocidas: la económica y la ambiental.

Se hace necesario aclarar que técnicamente despoblación y despoblamiento no son conceptos sinónimos, por más que frecuentemente los mass media, nuestros políticos y la sociedad muchas veces los confundan y hasta el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española los haga equivalentes. Se trata de dos fenómenos que, aunque ligados entre sí, presentan connotaciones y matices diferentes y consecuencias distintas que van mucho más allá de las demográficas.

La despoblación hay que entenderla literalmente como la pérdida sostenida de población en un núcleo o área determinada, bien sea porque la natalidad sea más baja que la mortalidad, porque presente saldos de migración neta negativos o porque ambos fenómenos se den a la vez (hecho que afecta a muchas cabeceras comarcales y a una buena parte de centros urbanos, singularmente a sus cascos históricos).

El despoblamiento, por su parte, cabe ser entendido como la plasmación territorial, morfológica y hasta ambiental del fenómeno de la despoblación (desaparición de los núcleos menores del sistema de asentamientos, territorios que dejan de explotar, pérdida de patrimonio edificado...) y, por tanto, debe relacionarse más con las formas de ocupación humanas, con el abandono de los usos del suelo y con el territorio.

La despoblación, pues, tiene una dimensión estrictamente demográfica en tanto que el despoblamiento presenta una dimensión de carácter más territorial y ambiental.

En España, como en los demás países desarrollados, la despoblación –y el consiguiente despoblamiento– han sido la consecuencia de la desagrarización de su estructura productiva y de la aceleración del proceso de urbanización consiguiente. Las ciudades –tanto más cuanto mayor fuera su tamaño– propiciaban oportunidades laborales, de servicios y, en suma, de progreso material, de ahí que experimentaran los efectos demográficos positivos de lo que se ha llamado el círculo virtuoso de la inmigración y el crecimiento. Al mismo tiempo, el imaginario colectivo y los mass media proyectaban una imagen de la ciudad como un destino en el que cualquier futuro era posible.

Por el contrario, los espacios rurales aparecían como territorios del pasado, sin perspectivas ni laborales ni sociales, al tiempo que sufrían y soportaban los negativos efectos demográficos de lo que se ha llamado el círculo vicioso de la emigración y del envejecimiento. Las consecuencias para tales espacios no fueron solo demográficas (pérdida de vitalidad y envejecimiento poblacional), sino también sociales, económicas, territoriales y ambientales.

Desde la perspectiva social, la emigración masiva del campo supuso la desarticulación social de las comunidades rurales.

Desde la perspectiva económica, la emigración masiva acarreó en algunas áreas la pérdida de recursos o, al menos, el desa­provechamiento de una buena parte de ellos, aspecto este singularmente importante en momentos como los actuales en que la seguridad alimentaria es una prioridad.

Desde la perspectiva geográfica, la despoblación rural ha profundizado el problema de la falta de cohesión territorial, singularmente en las zonas de muy baja densidad de población (cambio en los usos del suelo, naturalización de espacios antes humanizados...)

Finalmente, desde la perspectiva ambiental, la despoblación (mucho más que como un proceso demográfico y económico lineal y, por cierto, inacabado) ha de ser entendida como un complejo e involuntario desmantelamiento de la estructura del paisaje y del sistema de aprovechamiento del territorio por el hombre, sin reparar en las consecuencias. Piénsese por ejemplo en el candente tema de los incendios forestales y su relación con el abandono por falta de mano de obra para el manejo y la gestión sostenible del bosque.

Sin unos umbrales mínimos de población en el sector primario (agricultura, ganadería, actividades forestales...) los servicios ecosistémicos de aprovisionamiento (alimentos, agua dulce, fibras, recursos genéticos, recursos bioquímicos) están en peligro, cuanto menos de degradación progresiva. También lo están los servicios de regulación (del clima, de las enfermedades, del agua...) así como los servicios culturales (estéticos...) y, singularmente, los servicios de soporte (suelos, nutrientes, producción primaria...).

Un ejemplo: los ecosistemas forestales de España ocupan el 52% del territorio nacional, pero laboralmente ocupan tan solo al 0,6% de la población activa del país y representan únicamente el 0,4% de nuestro PIB. ¿Alguien piensa que desde el punto de vista ambiental este es su valor? Su valor, en clave de futuro y de sostenibilidad, es incalculable y su escasísimo peso en el mercado laboral y en la economía convencional poco representa en términos de biodiversidad.

Se hace necesario re-articular o re-vertebrar territorialmente el mundo rural, para lo cual la clave de bóveda son las comarcas y sus cabeceras o centros funcionales, fundamental en un país muy fragmentado territorialmente, conformado por 61.578 entidades singulares (caseríos, lugares, aldeas villas, barrios, urbanizaciones, ciudades...), agrupadas en 37.109 núcleos de población y organizadas administrativamente en 8.131 municipios.

Se hace necesario prestigiar al mundo rural y fomentarlo como destino residencial y como espacio de oportunidades, para lo cual el desarrollo de las TIC es fundamental.

Se hace necesario poner en marcha medidas fiscales que favorezcan a los espacios rurales y les permitan desarrollar todo su potencial con el objetivo de contribuir a la descarbonización del país, permitiendo, así, avanzar la transición a una economía más verde y sostenible.

El mundo rural es clave para afrontar el futuro de nuestro país. El desarrollo de las 136 medidas frente la despoblación que ha puesto en marcha el Gobierno apunta en la dirección adecuada. Para algunos territorios representan la última oportunidad; para otros consideramos que llegan demográficamente demasiado tarde.

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