El BIS critica los criptoactivos y el proteccionismo, y defiende la independencia de los bancos centrales
El director general de la entidad, Agustín Carstens, insiste en regular a más actores del sistema financiero global y llama a cultivar “la confianza” en tiempos de incertidumbre


Si “Occidente ya no es lo que era”, como sentenció la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, entonces habrá que conservar algo de lo que ya funciona. El director general del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés, el banco de los bancos centrales), Agustín Carstens, se ha erigido en firme defensor del orden multilateral en el marco del Mayekawa Lecture, una de las tribunas más prestigiosas del pensamiento económico, celebrada hoy en Japón.
El banquero mexicano se ha manifestado en contra de los criptoactivos —ha indicado que “es un activo que no garantiza la estabilidad de valor ni está sujeto a un marco regulatorio”— y del proteccionismo. Al mismo tiempo, ha recalcado la labor positiva de los bancos centrales para salir de diversas crisis, desde la de 2008 y la del covid, y por eso aboga por su independencia. “Sin confianza, las políticas públicas fracasarán”, sentenció esta madrugada. Los nuevos tiempos se sienten por doquier: en las políticas de proteccionismo económico de Donald Trump; en las criptomonedas; y hasta en el rearme que ahora se plantea Europa ante el abandono del mundo común que construyó con EE UU tras la Segunda Guerra Mundial. “Para preservar la confianza se deben conocer los límites de lo que las políticas pueden ofrecer”, dijo.
En su discurso, ha recordado que un sistema comercial internacional bien diseñado es “fundamental para la prosperidad económica global” y advirtió de que las medidas proteccionistas, especialmente las que se enfocan en desequilibrios bilaterales, “obstaculizan el desarrollo económico a largo plazo”. No ha mencionado a Trump explícitamente, pero para él, cerrar fronteras o fragmentar cadenas de valor reducen la eficiencia y minan la resiliencia del sistema económico mundial. Su mensaje es claro: en un mundo interconectado, aislarse es una receta para la vulnerabilidad.
La credibilidad en el dinero, explicó, “comienza por la confianza en quienes lo gestionan, y eso exige preservar la independencia de los bancos centrales”; un guiño al presidente de la Reserva Federal de EE UU, Jerome Powell, quien recibió en abril otra amenaza de despido por parte de Trump, que ha convertido en costumbre cargar contra la cabeza del banco central estadounidense. Para Carstens, los reguladores monetarios no son actores políticos, sino instituciones técnicas con un mandato claro: proteger el valor de la moneda. “La autonomía de los bancos centrales es la ingeniería social que cristaliza la confianza de la sociedad en el dinero”, afirmó. Los mercados dan fe de ello, pues reaccionaron con violencia a las amenazas de Trump a Powell, y dejaron la rentabilidad del bono estadounidense a 30 años por encima del 5%, una clara muestra de desconfianza en un activo considerado seguro.
Para Carstens, la independencia no es un privilegio de los bancos centrales, sino una condición para que las decisiones monetarias se tomen con criterio técnico, lejos de beneficios electorales. Sin independencia, “el riesgo es que la política monetaria se subordinade a intereses fiscales o partidistas, lo que puede erosionar la credibilidad, disparar la inflación y desestabilizar todo el sistema financiero”, comentó a lo largo del discurso.
Para él, lo público será la clave. Solo en un mundo en el que las personas confían en sus reguladores se generan círculos virtuosos que procuren precios estables y la misión de pleno empleo. Si bien reconoce el papel primordial de los legisladores, parte importante de su mensaje pasó por manifestar que no se puede depositar toda la labor en los bancos centrales y los gobiernos: “[El público no puede esperar a que los bancos centrales] arreglen cada bache económico con una nueva ronda de estímulos o con promesas que nadie puede cumplir”, comentó, delimitando los marcos de acción de las entidades financieras.
Lo dice a partir de la experiencia, pues Carstens no es un recién llegado a los mercados. Ha vivido desde dentro las grandes crisis de las últimas cuatro décadas: la deuda latinoamericana, el “efecto tequila” en México, la gran crisis financiera de 2008, la pandemia y el estrés bancario de 2023. Su diagnóstico es claro: la confianza es el activo más valioso del sistema financiero, y está en riesgo. “El dinero solo tiene valor si la gente espera que otros lo acepten hoy y en el futuro”, recordó. Esa expectativa no se sostiene sola: necesita instituciones sólidas, reglas claras y políticas que no cambien al ritmo de las encuestas o de los tuits.
Pero el mensaje más urgente del discurso no está en las criptomonedas ni en los bancos, sino en los gobiernos. Carstens advierte que la deuda pública se ha convertido en una amenaza sistémica. Durante años, los tipos de interés bajos permitieron a los gobiernos gastar sin consecuencias claras. Pero eso se acabó: “Los días de tipos ultra bajos han terminado”, y con ellos, la ilusión de que se puede seguir acumulando deuda sin perder credibilidad. “Los mercados ya están despertando al hecho de que algunos caminos no son sostenibles”, advirtió. Y cuando los mercados pierden la fe, no hay banco central que contenga la estampida. Ya hay síntomas de desconfianza en la deuda estadounidense y en el dólar, que pierde casi un 10% de su valor respecto al euro en lo que va de año.
Por eso pide una consolidación fiscal urgente. No se trata de recortes indiscriminados, sino de establecer marcos fiscales creíbles, transparentes y sostenibles. Porque si los reguladores financieros son los únicos que hacen los deberes, el sistema se desequilibra. “Los bancos centrales no pueden ser el único jugador en la ciudad”, sentenció. E invitó a seguir las enseñanzas de Haruo Mayekawa, el ex gobernador del Banco de Japón que trazó hace más de cuatro décadas una hoja de ruta “sorprendentemente vigente”.
Mayekawa advirtió de que “el bajo crecimiento no se resuelve con recetas de demanda, sino con reformas estructurales; que la mejor contribución de la política monetaria es una inflación baja y estable; que la deuda pública excesiva mina la credibilidad y el crecimiento; y que un sistema comercial abierto es esencial para la prosperidad global”, remató. Carstens suscribe cada una de esas ideas y añade una quinta: la confianza. Esta no se crea en el vacío, ni se decreta en los libros de los Estados. Se construye con coherencia, con instituciones sólidas y con la humildad de reconocer que los desafíos del futuro no se enfrentan con promesas, sino con preparación.
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