El bono español a 50 años se desploma un 60% desde máximos
La subida de los tipos de interés hunde el precio en paralelo a la subida de las rentabilidades, que superan ya el 4,5%
Las expectativas que preveían que 2023 fuera el año de la renta fija caen en saco roto. Las firmas de análisis esperaban que la subida acelerada de los tipos frenara la economía y generara ganancias para los bonos ante la idea de una eventual flexibilización de la política monetaria. La realidad ha sido muy diferente. La resistencia de la inflación ha llevado a los bancos centrales a prolongar la subida de los tipos y reiterar que serán necesarias tasas altas durante más tiempo. En este escenario las rentabilidades de la deuda han profundizado los ascensos con muchas referencias en máximos de 2007.
A medida que suben los rendimientos el nominal baja y aunque esta tendencia es generalizada donde más incidencia tiene es en la deuda a muy largo plazo. Los bonos con mayores vencimientos son los que más tiempo tienen que pasar para recuperar la inversión. Esto les convierte en los activos más volátiles y los que más sufren cuando suben los tipos. En el último año y medio el precio del dinero en la zona euro ha repuntado 450 puntos.
Dentro de la deuda a largo plazo destacan las emisiones a 50 años que efectuaron muchos gobiernos en la eurozona aprovechando los tipos cero. El bono a 50 años que emitió España en marzo de 2021 pierde un 60% desde su puesta en circulación. Las buenas condiciones de financiación llevaron al Tesoro a efectuar por segunda vez en su historia una colación a ese plazo. España vendió 5.000 millones con vencimiento en 2071 al 1,45%, el mínimo histórico. A día de hoy la rentabilidad se sitúa en el 4,5%.
El bono español sigue el patrón del resto de referencias al mismo plazo. La deuda a 50 años que emitió Italia en abril de ese mismo año pierde más de un 50% y la rentabilidad escala del 2,5% al 4,86%. Por su parte la referencia francesa con vencimiento en 2071 cae un 66% y su rendimiento pasa del 0,57% al 3,48% actual. Superiores a estas caídas son las pérdidas que acumula la deuda a 100 años que emitió Austria en 2020. Desde diciembre de ese año el bono con vencimiento en 2120 pierde más de un 74%. “Tras el fuerte repunte de tipos vivido desde 2022, las emisiones con duraciones extraordinariamente largas han sufrido un fuerte castigo y acumula importantes pérdidas para los inversores que entraron en el momento de su lanzamiento”, destaca Cristina Gavín, jefa de renta fija de Ibercaja Gestión.
El estallido de la pandemia hizo temblar los mercados. Mientras las Bolsas se desfondaban a mínimos de la crisis financiera, las rentabilidades de la deuda subían como la espuma. Para devolver la tranquilidad a los inversores y ayudar a las economías, los bancos centrales desplegaron toda su artillería. La Reserva Federal no dudó en actuar y de un plumazo bajó el precio del dinero en 100 puntos básicos, hasta el 0-0,25%. Este anuncio fue acompañado de un programa de compra de activos. El BCE, que había mostrado más reticencias y tenía los brazos más atados, pues continuaba anclado en los tipos cero, le siguió los pasos con el programa de compra de activos frente a la pandemia (PEPP).
Estas medidas fueron suficientes para devolver la calma. Mientras las rentabilidades de la deuda se desplomaban a mínimos históricos, gobiernos y empresas aceleraron la venta de deuda. Además de captar recursos para ampliar los colchones de liquidez y para financiar las medidas puestas en marcha para paliar la paralización de las economías, muchos estados aprovecharon los tipos negativos para asegurarse financiación a largo plazo muy barata. Cristina Gavín, señala que con las emisiones a muy largo plazo los estados mejoraban su estructura de financiación. Además de asegurarse el pago de unos retornos muy reducidos, ampliaban la vida media de la cartera de deuda. Es decir, reducían el riesgo de las refinanciaciones.
Institucionales
Aunque la deuda a un siglo acumula sustanciales pérdidas, los expertos destacan que este tipo de emisiones no iban dirigidas a los inversores minoristas, sino a los institucionales de largo plazo como las compañías de seguros. En la era de los tipos cero los grandes inversores que querían lograr un extra de rentabilidad y sacar partido a la pendiente de la curva se veían obligados a aumentar la duración. En la actualidad acumulan considerables pérdidas, pero como explica Gavín los inversores con acceso a estos activos tenían los flujos cubiertos. Es decir, disponen de cierto blindaje ante las abultadas pérdidas.
Con la vista puesta en el medio plazo, la inversión de la curva de deuda (los plazos cortos pagan más que los largos) hace que este tipo de emisiones ofrezcan poco valor y que se vean muy afectadas por los tipos. Los expertos coinciden en señalar que para un cliente conservador esta tipología de deuda puede no ser aconsejable. Con los tipos en máximos de 22 años, los inversores pueden obtener rendimientos similares con un horizonte de inversión más reducido y evitando la volatilidad implícita de las duraciones extremadamente largas. Mientras la deuda a 50 años da en la actualidad un 4,5%, las letras a 12 meses pagan un 3,876%. “Cuando tienes curvas muy invertidas y luego se normalizan, históricamente es el mejor momento para comprar deuda”, señala Scott Salomon, gestor de T. Rowe Pice Associeates.
Los bonos a un siglo solo están indicados para aquellos inversores con gestión activa de su cartera y que puedan soportar altos niveles de volatilidad. En las últimas semanas, un periodo marcado por el estallido de la guerra en Gaza, la deuda pública ha experimentado los niveles de volatilidad más altos desde la pandemia. Gavín subraya que esta deuda solo tiene sentido para aprovechar una hipotética relajación de tipos, escenario que el mercado retrasa a la segunda mitad de 2024.
Tres años de pérdidas
Duración. Lacy Hunt, economista jefe de Hoisington Investment Management, estudia revisar la positiva valoración que viene registrando en los últimos meses. Su hipotesisis de que la desaceleración de los precios frenaría el repunte de los rendimientos no se ha materializado y aunque rebajaron la duración de su cartera a comienzos de año, no fue suficiente para esquivar las pérdidas. Por su parte Chris Iggo, director de inversiones de Axa IM, reconoce que han sido tres años complicado para la deuda. “El mercado ha dado a quienes dudan más razones para cuestionar el valor de la renta fija. Pero déjenme ser atrevido. El año que viene será el ejericico de la deuda”, subraya.
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