Ni una cuenta de cuatro billones justifica la inversión en petróleo y gas
Los precios de la energía han disparado los beneficios de la industria de combustible fósil, pero el sector prefiere repartir dividendos a reinvertir
La guerra en Ucrania y la subida de los precios energéticos ha deparado un ejercicio 2022 histórico para el sector. Según los datos de la Agencia Internacional de la Energía, el año pasado la industria global de petróleo y gas registró el mejor ejercicio de su historia, con la mareante cifra de cuatro billones de dólares en beneficio neto. Es casi el doble que en 2021 y un 15% más que el máximo anterior, registrado en 2012. Grandes petroleras y empresas estatales de países productores se reparten prácticamente a medias (con leve ventaja para los Estados petroleros) estos beneficios, que equivalen al producto interior bruto de Alemania.
La necesidad de asegurar el suministro en Europa a raíz del cierre del grifo del gas ruso ha removido los cimientos de la política energética continental. Un invierno suave y el aprovisionamiento masivo de gas licuado procedente de Estados Unidos y Oriente Medio ha evitado los temidos cortes energéticos, pero han surgido voces tanto a favor de modular la transición energética como de acelerarla, todas, obviamente, con el foco en la seguridad del suministro.
El mundo empresarial, fuera de la vieja Europa, no tiene tantas dudas, incluso en un entorno idílico (para la cuenta de resultados) como los altos precios y la escasez, aunque sea percibida, de suministro. Y no tanto por las declaraciones que reconvierten venerables petroleras en empresas de energía en términos generales, sino por las decisiones corporativas. Según el mismo informe de la AIE, la inversión en petróleo y gas representa menos de la mitad del flujo de caja de la industria en 2022; el resto se ha destinado a dividendos, recompras de acciones y amortización de deuda. Entre 2010 y 2019, por el contrario, tres cuartas partes de las salidas de efectivo se invirtieron en el suministro.
La inversión en combustibles fósiles ha subido, aunque apenas un 6%, y la mitad de este aumento se debe a la inflación. El corte de gas ruso ha elevado las inversiones en gas, que han supuesto la mayor parte del gasto en capital para combustibles fósiles convencionales, y por el mismo motivo han crecido con fuerza también las inversiones en terminales de licuefacción. Ello explica, en parte, la calma que refleja el mercado del gas europeo para el próximo invierno: el futuro TTF cotiza a 25 euros por megavatio hora para agosto y apenas llega a 40 para el invierno, niveles equiparables a los previos al conflicto.
“La reticencia a invertir en el suministro tradicional de petróleo y gas se debe a una serie de factores, como la preocupación por los costes, la incertidumbre sobre la demanda a largo plazo, la exigencia de que la industria participe en la lucha contra el cambio climático y las presiones de inversores para que [las empresas] se centren más en la rentabilidad que en el crecimiento de la producción”. La tendencia es particularmente significativa en segmentos como el petróleo no convencional (fracking), cuyos mayores costes de explotación lo convierten en una inversión que requiere de más visibilidad a largo plazo. Algo similar sucede con el gas. “Un dilema clave para los inversores en grandes proyectos de gas es cómo conciliar la fuerte demanda a corto plazo con una demanda incierta y posiblemente decreciente a largo plazo”.
Las empresas están optando, pues, por “ordeñar” los yacimientos petrolíferos. De acuerdo con datos de Bloomberg, 21 firmas petroleras integradas (entre las que están BP, Shell, Repsol, ExxonMobil, Petrobras, Chevron o Aramco) repartieron entre dividendos y recompras de acciones 271.000 millones de dólares entre sus accionistas en 2022, frente a los 168.000 en 2021. Exxon duplicó de 15.000 a 30.000 millones la retribución a sus inversores, Petrobras pasó de 13.000 a 37.000 y Shell, a 25.000 millones desde 9.000. En paralelo, el gasto en capital fue de 239.000 millones (200.000 el año pasado), de los que 100.000 correspondieron solamente a la saudí Aramco. El gasto en capital de estas 21 empresas apenas compensó las amortizaciones: 217.000 millones.
No son, obviamente, las únicas empresas generosas con sus accionistas. Solamente Apple y Alphabet, de acuerdo con los datos de Bloomberg, repartieron 160.000 millones el año pasado a sus inversores, cifra cuatro veces superior a su inversión en el mismo periodo. La lectura de la tendencia, en todo caso, tampoco tiene por qué ser la misma: en el negocio petrolero las fortísimas inversiones que exigen las operaciones son independientes de la escala (un pozo sigue siendo un pozo y proporciona un rendimiento esperado), mientras que las tecnológicas, pese a las señales de madurez, tienen la escalabilidad en el núcleo de su negocio: el desarrollo de una aplicación vale lo mismo la usen 100 personas o 100 millones.
Frente a los 950.000 millones de inversión en combustibles fósiles (con datos de la AIE), la inversión en energías limpias (es decir, que no emiten gases contaminantes) suma 1,7 billones para 2022. Ahí se incluyen inversiones en redes, almacenamiento, combustibles limpios, eficiencia o energía nuclear. La cifra, al igual que sucede con los números de la inversión en combustibles fósiles, está algo inflada por el mayor coste de los suministros. La energía solar es el líder indiscutible: la AIE calcula que cada día de este 2023 se destinan 1.000 millones de dólares para paneles solares. En energía eólica la inversión, también con fuerte crecimiento, superará los 200.000 millones.
La apuesta por las renovables está cambiando el contexto; la luz en España es ahora más cara en ciertas horas nocturnas, cuando hasta hace poco más de un año estábamos pendientes de poner la lavadora de noche. Está por ver si este impacto en los precios de la mayor oferta tiene implicaciones en las decisiones de inversión (al final, es una cuestión de flujos de caja previstos) y, sobre todo, si las tecnologías e hidrógeno y/o almacenamiento permiten sortear o al menos mitigar la necesidad de energía de respaldo. Pese a las dudas, y obviando declaraciones de intenciones muchas veces sesgadas, los números son tozudos: el sector privado está ordeñando el petróleo y apostando su futuro a las renovables.
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