Cómo Bill Ackman convirtió 27 millones en 2.700 en plena pandemia
El gestor de fondos de cobertura se ha convertido en una de las estrellas más consolidadas e influyentes del mundo financiero
El mundo financiero adora su propia jerga, como los abogados, los ingenieros y los sacerdotes. A los gestores de fondos les encanta hablar de acciones que han descubierto y han multiplicado por 10 su valor. En Estados Unidos las llaman 10 baggers, que se podría traducir como la que ha conseguido alcanzar 10 bases, en un partido de beisbol. Lo más de lo más. Algunas han logrado llegar a ser 20 baggers o 50 baggers. Pero, ¿es posible una apuesta inversora que multiplique por 100 el retorno? ¿Y hacerlo solo en unas semanas? ¿Y conseguirlo cuando una tormenta pandémica amenaza a la humanidad? Pues sí.
La hazaña inversora la logró Bill Ackman (Chappaqua, Nueva York, 1966). Era febrero de 2020 y el coronavirus viajaba a toda velocidad desde China hacia Occidente. Fue entonces cuando el inversor avisó a su equipo de que “el infierno bursátil estaba de camino”. ¿Qué se puede hacer cuando se tiene la certeza de que todas las Bolsas mundiales se van a desplomar en unas semanas? ¿Vender toda la renta variable que se tiene en cartera y quedarse en liquidez? No es el estilo de Ackman.
El hedge fund que dirigía -y sigue dirigiendo-, Pershing Square, estaba concentrado en un puñado de grandes compañías bursátiles. Su estilo de gestión se basaba en mantener en cartera entre siete y ocho posiciones, con inversiones de entre 500 y 1.000 millones de dólares (470-940 millones de euros) y esperar a que se revalorizaran, incluso influyendo sobre sus gestores o su imagen pública, como hacen los gestores activistas. Por aquel entonces tenía acciones de la cadena de comida rápida mexicana Chipotle, de la empresa de tiendas de bricolaje Lowe’s... Pero Ackman tenía la certeza de que los confinamientos y las restricciones a la movilidad iban a tumbar su valor bursátil. Había que actuar.
Él y su equipo decidieron gastar 27 millones de dólares para contratar un derivado financiero que les protegiese de la crisis que se avecinaba. Tras analizar varias opciones contrataron unos credit default swaps (CDS): una especie de seguro que cubren a su tenedor ante la posible quiebra de una empresa. Si la percepción de la solvencia se deteriora, el CDS se vuele más valioso porque te compensa en caso de suspensión de pagos. El contrato era por cinco años, y el coste era de 27 millones al mes.
Cuando Ackman ejecutó la compra, a mediados de febrero, los mercados aún no habían entrado en pánico y los CDS cotizaban a un precio razonable. Como si el apocalipsis no se aproximase. La idea original era que su cartera tuviera un amortiguador para las futuras caídas. Y funcionó. En un mes, el índice S&P 500 -que sintetiza la evolución de las mayores compañías de Estados Unidos- perdió un 32% de su valor. Una de las correcciones más bruscas de la historia bursátil. Pero el fondo Pershing Square no se había despeinado (subía un 0,2% en el año).
Su campaña para lograr la destitución de la rectora de Harvard
Bill Ackman estudió en la Universidad de Harvard y, tras convertirse en un inversor de éxito, se convirtió en uno de sus más importantes donantes. El magnate, de origen judío, y con más de un millón de seguidores en la red social X, utilizó el año pasado toda su influencia y su poder para armar una campaña contra la rectora de la universidad, Claudine Gay, por considerar que había sido muy complaciente con las manifestaciones pro Palestina que se habían producido en el campus.
Ackman fue uno de los promotores de una campaña de denuncia de anti-semitismo, que se extendieron en varias universidades de prestigio de Estados Unidos. La presión fue tal que Gay tuvo que acudir a la Comisión de Educación del Congreso de los Estados Unidos a dar explicaciones y en enero acabó dimitiendo.
En su cruzada contra Claudine Gay, Ackman acabó acusándola también de plagio. Pero el boomberg le acabó volviendo unos meses después, cuando el portal Business Insider publicó que la mujer de Ackman, Neri Oxman -que había sido profesora del Massachusetts Institute of Technology, MIT- había extraído varios pasajes en sus artículos académicos de trabajos de sus alumnos, de la wikpedia y de libros de texto.
A finales de marzo de 2020, cuando acababan de empezar los confinamientos en buena parte de Europa y América, Ackman consideró que las coberturas ya habían cumplido su función y que las autoridades estaban tomando las medidas adecuadas para afrontar la pandemia. Fue de los primeros en aventurar el desastre, pero también de los primeros en confiar en la solución. Era el momento de vender. Ahora sí que había tortas por adquirir CDS para proteger las maltrechas carteras inversoras. Su precio se había disparado. Los 27 millones de dólares desembolsados se convirtieron, en apenas unas semanas, en 2.700 millones de dólares. El 100 bagger se había hecho realidad.
Hay quien podría decir que esta apuesta del jefe de Pershing Square fue un golpe de suerte. Tal vez. Lo que está claro es que fue un golpe de audacia. Algo que siempre ha caracterizado la forma de actuar de Ackman. Una de sus principales reglas de inversión es que para ganar mucho dinero hay que ser osado. Hay que ir contracorriente. Y hay que ser capaz de mantenerse firme en las decisiones de inversión.
Uno de las operaciones que le dio a conocer fue cuando en 2002 vio claro que el mercado hipotecario de Estados Unidos estaba dopado. La forma de jugar esta idea fue tomar una posición en corto contra los CDS de Municipal Bond Insurance Association. Sus bonos tenían la máxima calificación crediticia, y eso no le cuadraba a Ackman. La tesis tardó unos años en cristalizar, pero cuando las hipotecas subprime (de alto riesgo) pincharon, el gestor se hizo de oro. También se coronó con su apuesta por un gestor de centros comerciales que estaba al borde de la quiebra, General Growth Properties. Puso 60 millones y acabó sacando 1.600.
La talla de la autoconfianza de Ackman no la dan solo los éxitos, sino también los fracasos. Jugadas que en las que el gestor se ha pasado años manteniendo una posición, contra viento y marea, y perdiendo miles de millones de euros. Uno de sus fracasos más sonados fue Valeant. Hace 10 años se hizo con casi el 10% del grupo farmacéutico para intentar comprar Allergan, el fabricante de Botox. Invirtió casi 4.000 millones de dólares. En los siguientes años, la compañía vivió un sinfín de problemas y acusaciones de fraude y Pershing Square salió de allí escaldada, tras dejarse 3.000 millones de dólares.
También pinchó en hueso cuando tomó posiciones cortas por valor de 1.000 millones de dólares sobre la empresa de nutrición Herbalife, a la que acusaba de ser un sistema piramidal diseñado como una empresa de marketing multinivel. En este tipo de estrategias, el inversor bajista gana dinero si el precio de la acción se desploma. Durante unos años, Ackman inició una campaña publicitaria, mediática y legal para demostrar su tesis y hundir a la compañía de suplementos alimenticios. Eso le provocó un enfrentamiento con otro famoso inversor, Carl Icahn, accionista de Herbalife. Tras seis años de enfrentamiento, Ackman decidió deshacer toda la posición en corto sobre Herbalife. El caso Herbalife puso de relieve el carácter de Bill Ackman. Su extrema confianza y determinación, que lo llevó a enfrentarse a otros gigantes de la inversión, y al consejero delegado de la compañía, Michel Johnson, un poderoso ejecutivo procedente de Disney.
Pershire Square celebra ahora sus 20 años de trayectoria. En este periodo ha conseguido un retorno medio anual del 16,4% para el selecto club de inversores en el hedge funds (fortunas, firmas de capital riesgo, aseguradoras...) generando unas ganancias de 18.800 millones de dólares. En su trayectoria profesional, Ackman ha acumulado una fortuna de 4.000 millones de dólares, haciendo gala de un ego más grande que el Estado de Texas.
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