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La exportación a Ucrania sucumbe a las bombas y aguarda su oportunidad

La balanza comercial con el país eslavo es más deficitaria cada año. Los envíos representan la cuarta parte de las importaciones

Un campo de trigo en llamas tras un bombardeo a pocos kilómetros de la región de Járkov, en julio de 2022.
Un campo de trigo en llamas tras un bombardeo a pocos kilómetros de la región de Járkov, en julio de 2022.Evgeniy Maloletka (AP)

Nadie gana una guerra; igual que no se gana un terremoto”, escribió Jeannette Rankin, la primera mujer en llegar al Congreso de EE UU. Medio siglo después, el 24 de febrero de 2022, la Federación Rusa iniciaba una invasión en Ucrania que desató una guerra entre ambos países –de final aún incierto– que se ha convertido en la cuestión central en el panorama estratégico europeo, por no decir en uno de los sucesos que más ha convulsionado el orden internacional este siglo.

Con el problema añadido, señala el Real Instituto Elcano, de que llegó “sin apenas margen para digerir las repercusiones causadas por el coronavirus”. Sea como fuere, más allá del drama humano que conlleva todo conflicto bélico, el comercio con esta república eslava se está viendo muy dificultado por la inevitable interrupción de los intercambios, la caída de la demanda interna o la destrucción de infraestructuras de comunicación en numerosas regiones del país.

Aunque el peso de nuestro comercio con Ucrania siempre ha representado un porcentaje marginal de las ventas totales al exterior, con 676 millones de euros en 2021, 457 millones en 2022 y 439 millones en lo que llevamos de 2023, según Aduanas. Una balanza comercial que es claramente deficitaria, con unas importaciones de materias primas para elaborar alimentos que superaron los 2.251 millones de euros (2022) y los 1.736 millones provisionales (2023).

Enfriados y constipados

Habiendo afectado al comercio exterior (con una bajada el 32% de las exportaciones), “el verdadero impacto del conflicto sobre nuestra economía está causado por los vectores indirectos”, señala Ricardo Santamaría, director de riesgo país y gestión de deuda en Cesce. “La guerra ha encarecido las materias primas energéticas, aunque también algunos minerales, fosfatos y alimentos, en especial, los cereales y el girasol”. “Lo hemos visto, lo hemos sufrido y, todavía hoy, seguimos observando réplicas”, continúa Santamaría. “¿Resultado? Una inflación resiliente, que augura unos tipos de interés elevados a medio plazo, enfriando nuestra economía y constipando la de otros muchos países, clientes de nuestras ventas al exterior”.

Las empresas españolas que comercian con Ucrania se están viendo, lógicamente, afectadas, aunque en diferente medida. Las grandes, como Meliá Hotels –que ha frenado en seco su inversión en la costa del mar Negro–, Zara, Mango o Tous –las tres cerraron sus tiendas al comienzo de la guerra– tienen recursos, y otros mercados a los que atender, como para esperar el desenlace de los acontecimientos.

La caída de la demanda interna y la destrucción de infraestructuras dificultan la inversión

“Aunque territorio cedido es territorio perdido”, apunta Eduardo Irastorza, profesor de Entorno Global de la escuela de negocios OBS. No refiriéndose a las anexiones rusas, sino al mercado concedido: “A Zara la sustituirá Shein, y a las plantas automovilísticas de Navarra, Vigo y Valladolid las reemplazarán las ubicadas en suelo indio”.

Para este experto en geopolítica, sí puede haber negocio en la reconstrucción. “Cuando cesen las hostilidades, o estas queden reducidas a donde lo han estado siempre: la zona oriental, donde vive mayor población prorrusa. Entonces, a base de que el Gobierno español destine fondos públicos, se necesitarán desde empresas constructoras hasta distribuidoras para la recuperación, con vistas a su entrada en la UE”.

Pero mientras llega ese momento, las compañías españolas que llevan años negociando con Ucrania salvan los muebles, cada una a su modo. España e Hijos es una empresa toledana de embutidos y jamones con presencia en cerca de 80 países (la exportación supone ya el 40% de sus 55 millones de euros de facturación). “Llevamos en Ucrania década y media, presentes en sus cadenas de supermercados: ATB, Novus, Silpo...”, confirma su jefe de exportación, Rubén España, “aunque las cosas se pusieron feas hace año y medio, con los bombardeos sobre Kiev, que acapara el 90% de nuestras ventas”.

Campaña navideña

Ahora, esa bajada de facturación que la cárnica cuantifica en torno al 40% está a punto de dar la vuelta. Gracias a la campaña navideña ucraniana, “que es muy fuerte. Tanto familias como empresas regalan paletas y jamones, y prevemos que va a suponer un 50% más de facturación respecto al año pasado, recuperando el nivel previo a la invasión”. Y es que esta pyme castellanomanchega asegura no haber bajado nunca la guardia: “Cuando les quitaron el riesgo-país, nosotros pagando por adelantado y haciendo llegar nuestros camiones, salvando los inconvenientes de bordear las zonas más conflictivas”.

Otra pyme española con presencia en suelo ucraniano es Sugimat, un fabricante valenciano de calderas industriales, especializado en combustibles alternativos (biomasa y residuos sólidos) que sí ha sufrido los rigores del conflicto. “Ambos [el ucraniano y el ruso] eran mercados que, sin ser de los más importantes, sí que contribuían al 35%-40% que supone la exportación de los 17 millones de euros que facturamos en 2022. Los clientes rusos alegaron causa de fuerza mayor en cuanto Putin tomó represalias con las economías occidentales, con proyectos a falta de una firma”.

Y en Ucrania el negocio se ha paralizado. Sugimat había facturado en los últimos tiempos, antes de la guerra, unos 600.000 euros, “pero ya nadie se plantea invertir hasta que no acabe la guerra. Y nuestras calderas tienen como destino principal los aserraderos de este país tan boscoso aún, con un enorme potencial que está, por desgracia, en compás de espera”.

Por si la cosa se tuerce

La agencia de crédito a la ex­portación Cesce acaba de lanzar una línea para operaciones comerciales en Ucrania, con un porcentaje que puede cubrir hasta el 95% de los riesgos comerciales y políticos. Dotada con 30 millones de euros, prevé un plazo máximo para el aplazamiento del pago –cuyo riesgo asume Cesce– de un año. Y para favorecer su reparto, el importe por operación no puede superar los 10 millones de euros. 

Por un lado, damos respuesta al compromiso español de poner a disposición de este país un marco estable de apoyo financiero. Por otro, satisfacemos las peticiones de nuestras empresas”, finaliza Ricardo Santamaría, director de riesgo país de Cesce. “Dependiendo de su demanda, estudiaríamos ampliaciones o modificaciones en breve”.

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