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El campo europeo lucha por mantenerse competitivo en pleno cambio del modelo

La UE ha mejorado su comercio agrícola en la última década, pero enfrenta grandes desafíos. La volatilidad de precios, los riesgos de producción, la renovación generacional, la adopción de nuevas tecnologías y una normativa cada vez más estricta, derivada del cambio climático, son los principales retos

Tractores en Polonia
Manifestación de agricultores en el centro de Gdansk (Polonia) en protesta por las medidas ambientales europeas.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

La Unión Europea es un gigante agrícola a escala mundial. Ocupa los primeros sitios en la producción y exportación de productos lácteos, carne de cerdo y diversos cereales. Sus vinos son reconocidos en todo el planeta, así como sus frutas y verduras. Pero este titán –forjado desde la decisión tomada hace más de 60 años de fundar una política agrícola común (PAC) y que superó con éxito el desafío de la soberanía alimentaria tras la Segunda Guerra Mundial– muestra signos de cansancio.

Durante más de una década, su contribución económica a la región se ha estancado, en un modesto 1,4% del producto interior bruto (PIB), y en este tiempo ha acumulado desafíos significativos como una transformación digital desigual entre los actores del sector, un relevo generacional lento y el impacto de nuevas y rigurosas normativas ambientales derivadas del cambio climático.

A este cóctel se suma una alta volatilidad en los precios, la subida en los costes del combustible, impulsados por los conflictos geopolíticos (como la invasión rusa en Ucrania), los bajos salarios y una burocracia excesiva para acceder a las ayudas públicas que, en conjunto, han encendido la mecha del descontento en el campo.

“En un entorno económico y político en constante cambio, el sistema agroalimentario de la UE ha demostrado resiliencia”, afirma Marion Jansen, directora de Comercio y Agricultura de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La base de este sector está en las manos de unas 17 millones de personas (repartidas en la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la pesca), que día tras día trabajan para mantener la producción agrícola y garantizar la seguridad alimentaria en la zona. En los últimos años, sin embargo, su productividad ha aumentado a un ritmo más lento que en otras regiones.

1,4%

es la contribución del sector al producto interior bruto (PIB) de la zona. Su aporte a la economía se ha estancado durante más de una década.

En 2023, el campo europeo disminuyó un 6,6%, tras un periodo de cuatro años de crecimiento continuo. Esta bajada coincide con una caída del 7,9% en el valor real de los ingresos agrícolas y una reducción del 1,4% en la mano de obra del sector en la región, según los últimos datos de la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), publicados en diciembre.

De los 27 países de la UE, solo siete mostraron un aumento en la productividad laboral agrícola el año pasado: Bélgica, España, Portugal, Hungría, Italia, Malta y Eslovenia. Por otro lado, 19 naciones experimentaron una disminución, con Estonia reportando la mayor caída (60%), seguida de Suecia, Irlanda, Lituania y Bulgaria. Eurostat no ha incluido en su informe los datos de Francia, el mayor productor de la UE.

Vulnerabilidad

“La Unión Europea es un gigante agrícola, pero cada vez muestra más signos de vulnerabilidad”, confirma Yves Madre, presidente del grupo de expertos Farm Europe. Este profesional sabe de lo que habla. Ha sido agrónomo y economista que ha ocupado roles importantes tanto en el Ministerio de Agricultura y Alimentación de Francia en París, como asesor sénior del Comisario Europeo de Agricultura y Desarrollo Rural durante la última reforma de la PAC. También ha asesorado a empresas del ramo y a Gobiernos en Londres, Bruselas, Hungría, Polonia y Eslovenia. Madre posee un profundo conocimiento en negociaciones internacionales, políticas agrícolas y alimentarias, y afirma que la pérdida de productividad tiene impacto en la competitividad. “Los costes y los requisitos normativos han aumentado en la UE, sin que se exija lo mismo a las importaciones”, explica.

La competitividad agríco­la es un concepto complejo sin una definición estándar. En esencia, se refiere a la capacidad de vender productos que cumplen con la demanda y aseguran beneficios sostenibles, dependiendo de factores como el tamaño de la explotación, tipo de agricultura, ubicación, capital humano y acceso a tecnología. En el mundo se mide a través de la productividad total de los factores (TFP) y el comercio agroalimentario, que son indicadores clave.

Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea para el Pacto Verde.
Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea para el Pacto Verde.Thierry Monasse (Getty Images)

En la UE, la TFP ha subido, impulsada por la productividad laboral, aunque se ha desacelerado su ritmo desde 2015. Esto significa que la economía de los Veintisiete está produciendo más bienes y servicios con la misma cantidad de insumos, lo cual es positivo. Sin embargo, el crecimiento alza se debe a que los trabajadores están produciendo más por hora que antes. Los datos de la OCDE indican que el incremento promedio de la TFP ha frenado su avance a escala global, pero la UE sigue estando ligeramente por encima del promedio, aunque se encuentra por debajo de Canadá, Brasil y China.

El aumento de la TFP del Reino Unido y de EE UU se ha estancado en la última década. Históricamente, fue impulsada principalmente por el progreso tecnológico. Las causas de su ralentización no están claramente identificadas, pero los expertos de la OCDE consideran que el cambio climático impacta significativamente en el crecimiento.

Tras una solución

Para dar un nuevo impulso al campo, la Unión Europea ha reformado la Política Agrícola Común (PAC), el instrumento que desde hace casi seis décadas ayuda al mantenimiento de las rentas agrarias y a la mejora de las condiciones de los agricultores. Esta nueva versión (vigente entre 2023 y 2027) implica la repartición de una bolsa de 387.000 millones de euros (aproximadamente un tercio del presupuesto de la UE) para mejorar la competitividad del sector, dándole un mayor enfoque a la sostenibilidad (destinando un 30% de los pagos directos a prácticas beneficiosas para el clima y el medio ambiente) y una mayor condicionalidad, donde los pagos estarán sujetos al cumplimiento de normas medioambientales y de gestión.

Con esta nueva estrategia, además, los Estados miembros tienen más flexibilidad para diseñar programas nacionales, y se crea una reserva de crisis para ayudar a los campesinos ante perturbaciones del mercado. También se introduce un mayor apoyo a los jóvenes que apuestan por esta actividad para iniciar o ampliar sus explotaciones.

Pero la reforma no ha sido bien recibida. “Mientras la UE y los Gobiernos nacionales intentan predicar con el ejemplo, la oposición a las medidas verdes está creciendo”, advierte Stefan Sipka, analista y jefe del programa de prosperidad sostenible para Europa en el Centro de Políticas Europeas (EPC, por sus siglas en inglés). Este rechazo se ha dejado ver en las protestas de los agricultores en casi todos los países de la zona, y en las cuales se reclaman mayores recursos, cambios en la política de entrega en las ayudas y una disminución en los requisitos burocráticos para acceder a las subvenciones. Los propietarios de pequeñas explotaciones sostienen que la nueva PAC favorece únicamente a las grandes firmas, perjudicando a las de menor tamaño. “Lamentablemente, parece que nuestros Gobiernos no han sabido explicar a los agricultores y a los ciudadanos la importancia de la transición verde”, comenta el experto del think tank.

17

millones de personas trabajan en esta actividad. 
Incluye la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la pesca.

El campo europeo, dice el especialista, se siente intimidado ante una mayor regulación y el avance de otros competidores con los que la UE ha firmado acuerdos de libre comercio o busca su rúbrica. Por ejemplo, con el Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia) que se negocia desde la década de los noventa del siglo pasado, aunque solo en 2019 se llegó a un principio de acuerdo, que implica la creación de un mercado de casi 800 millones de consumidores. En estas relaciones comerciales, dice Jansen, de la OCDE, hay una clara fortaleza de la UE: el procesamiento de alimentos, ya que la mayor parte del excedente exportador proviene de este sector. Esto incluye muchos productos especializados europeos como aceite de oliva, quesos, vinos y licores. “Por otro lado, la Unión Europea es importadora neta de semillas oleaginosas y cereales para pienso. En general, la fortaleza radica más en productos especializados y alimentos procesados, mientras que la debilidad está en las materias primas estándar”, argumenta.

“Europa y su industria de alimentos han sido beneficiadas fuertemente por la globalización y los acuerdos comerciales. Por un lado, esto ha abierto mercados para la producción propia y ha reducido el costo de insumos como el alimento para animales. Por otro, ha expuesto a los productores agrícolas menos competitivos a los precios y mercados internacionales”, añade. Especialmente este efecto se nota en áreas donde la protección comercial ha llevado a precios europeos considerablemente más altos que los del mercado mundial, como en la carne de vacuno, y donde el producto se considera una mercancía intercambiable, como en el pienso.

La ventaja específica de la agricultura europea radica en su sólida tradición alimentaria y su industria innovadora. “La agricultura europea se ha adaptado a nuevos desafíos y, gracias a agricultores bien educados e innovadores, está preparada para enfrentar los desafíos futuros”, abunda la experta de la OCDE. Para Madre, de Farm Europe, la mayor fortaleza del sector europeo son sus trabajadores. “Son emprendedores que demuestran un compromiso, una capacidad extraordinaria de adaptación y resiliencia, y que en promedio son más abiertos a la innovación que otras profesiones”, resalta.

A pesar de ello, esta no es necesariamente la imagen que se proyecta. “La agricultura europea también es una garantía de productos de calidad”, agrega.

Sin embargo, esta característica tiene poco reconocimiento dentro de la UE. “Está en una encrucijada: la sostenibilidad es necesaria y debe perseguirse, pero la rentabilidad económica ha sido olvidada por los tomadores de decisiones políticas durante demasiado tiempo”, subraya. “Ya es hora de darse cuenta y reconocer que el sector es central si queremos seguir siendo una potencia global estratégica”, insiste Madre. El papel de esta actividad es una cuestión de soberanía alimentaria, pero también económica en un mundo en plena transición.

Europa, el principal comerciante agroalimentario del mundo

Intercambios. La balanza comercial agroalimentaria de la Unión Europea (UE) alcanzó un nivel récord en 2023, de acuerdo con el último informe de la Comisión Europea. Las exportaciones de la zona ascendieron a unos 228.600 millones, mientras que las importaciones sumaron 158.600 millones de euros. Este resultado significó un superávit por más de 70.000 millones, un incremento del 22% respecto al ejercicio anterior.

Impulsores. Este saldo positivo se atribuye a la diferencia entre los altos costes de los productos exportados y la disminución de los precios de aquellos de importación. Los principales impulsores de las ventas al exterior fueron preparados de cereales, productos lácteos y vino, con casi el 30% del total. No obstante, la UE experimenta un déficit en categorías como semillas oleaginosas, frutas, café, té, cacao, especias y frutos secos. Pese a esto, sigue siendo el principal comerciante mundial de productos agroalimentarios.

Destinos. El Reino Unido es el primer destino de las exportaciones, con una cuota del 22%. EE UU ocupa el segundo lugar, aunque con una ligera disminución en productos como bebidas espirituosas y licores. China, el tercer destino, registró una caída del 29% en las exportaciones de carne de cerdo. Turquía y Ucrania mostraron alzas significativas en sus importaciones de productos de la UE.

Importaciones. Las importaciones agroalimentarias de la UE cayeron un 7% en 2023. Brasil se mantuvo como el mayor proveedor, con un 11% de participación, seguido por Reino Unido y Ucrania. Las compras a este país recuperaron sus niveles de 2021 hacia finales del año. Los tres principales orígenes sumaron el 28% del total de importaciones. La UE adquirió productos por más de 1.000 millones de euros a una treintena de países, lo cual es reflejo de la diversidad de sus compradores.

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