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Inversión
Tribuna
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La Gioconda, las aldeas Potemkin y por qué en el ‘value investing’ no se hacen amigos

La inversión en valor trata de adquirir negocios con un potencial a largo plazo por encima de lo que se está pagando por ellos

Numerosos turistas, ante la Gioconda, en el Museo del Louvre de París.
Numerosos turistas, ante la Gioconda, en el Museo del Louvre de París.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Paul Samuelson, el primer americano Premio Nobel en Economía, indicaba ya en los años 70 que aunque es posible que un inversor lo haga mejor que el índice de referencia es muy difícil hacerlo de forma consistente a mediano plazo y no merece la pena que la mayoría de nosotros ni siquiera lo intentemos.

En uno de sus recientes estudios acerca de la evolución del mercado de valores a lo largo de los últimos 20 años los analistas de Standard & Poor’s demostraron que el 95% de los gestores de fondos profesionales lo hicieron peor que los índices de referencia que intentan replicar en períodos de 5 años. Identificar al siguiente Warren Buffett es prácticamente imposible. Por ello un inversor obtendrá muchos mejores resultados sencillamente comprando un fondo de inversión indexado de bajas comisiones tipo ETF.

El value investing (inversión en valor) trata de adquirir negocios con un valor a largo plazo por encima de lo que se está pagando por ellos. Pero esto, en palabras de Charlie Munger, es “sencillo pero no fácil. Cualquiera que piense que es fácil es un imbécil”. Algunos consideran, erróneamente, que el value investing es una forma mecánica de identificar gangas al estilo de las famosas “colillas” de Benjamin Graham (inversiones que el mercado ha descartado y tirado al suelo pero a las que aún se les puede sacar una calada recogiéndolas del suelo a coste cero). Sin embargo, quien mejor lo ha definido es Seth Klarman, de Baupost Group, uno de los mejores inversores de la historia: “Estamos hablando de una filosofía de inversión que enfatiza el análisis fundamental en profundidad, persigue objetivos a largo plazo, limita el riesgo y resiste el comportamiento de manada”.

Ya les aviso que analizar empresas de forma profesional con un enfoque value es un camino horroroso, que va en contra de todo el funcionamiento en el que está basado Wall Street y en el que se hacen muchos enemigos poderosos para el que hace falta un carácter especial. Se muy bien de lo que hablo ya que ese fue mi trabajo durante 30 años. No se lo recomiendo a nadie. La realidad supera, con mucho, a la ficción más macabra. El propio Klarman lo volvió a clavar: “No te metes a hacer value investing por las palmaditas en la espalda. Si quieres un amigo cómprate un perro”

Se cumple ahora el 40 aniversario de la publicación Los Superinversores de la Ciudad de Graham y Dodd, un artículo basado en una conferencia de Warren Buffett en Columbia para celebrar el 50 aniversario de la publicación de Security Analysis de Benjamin Graham y David Dodd, la biblia del value investing (junto con El Inversor Inteligente de Benjamin Graham). En él Buffett echa por tierra la idea de un mercado eficiente (al menos eficiente siempre y en todo lugar) a través de las experiencias de 9 inversores, todos ellos discípulos intelectuales de Graham, quienes consiguen de forma consistente resultados excepcionales usando estrategias muy distintas pero siempre bajo la filosofía del value: Warren Buffett, Charlie Munger, Walter Schloss, Tom Knapp, Bill Ruane, Rick Guerin, Stan Perlmeter, The Washington Post Master Trust y FMC Corporation. A esta lista de hace 40 años podría yo mismo añadir a bastantes más, entre ellos, y sólo por citar algunos realmente excepciones, el citado Klarman, Stan Druckenmiller y el recientemente fallecido Jim Simons (con nada en común entre ellos en sus diversas estrategias pero todos siguiendo un enfoque value).

Identificar donde está ese valor es una tarea titánica que involucra numerosos factores, entre ellos el psicológico (que es, con mucha diferencia, la habilidad más difícil de adquirir). Los libros de historia están llenos de comportamientos aborregados de la comunidad inversora. Pensar y actuar de manera diferente y no dejarse llevar por la envidia, la presión de grupo y el comportamiento de rebaño es algo al alcance de muy pocos.

Y el valor, en ocasiones, aparece de manera irracional. Debemos a Vincenzo Peruggia, por ejemplo, descubrir el valor de La Gioconda, la que es hoy día, sin duda, la obra de arte más valiosa del mundo. Aunque eso no siempre fue así. Durante 400 años la Mona Lisa ni siquiera era la obra de arte más conocida de su galería (y mucho menos del Louvre en su conjunto). Pero en 1911 el mencionado Peruggia la robó y su desaparición se convirtió en un escándalo nacional. Las teorías conspirativas se dispararon (el propio Pablo Picasso fue interrogado como uno de los sospechosos de haber orquestado el robo… aunque también se sospechó del banquero JP Morgan y del Kaiser de Alemania) y en los 28 meses en que estuvo desaparecida el status del cuadro de Leonardo pasó a lo que es hoy día. Por un simple robo.

Asimismo hace falta ojo de halcón para diferenciar las buenas empresas cotizando a precios aceptables de las Aldeas Potemkin. En 1787 la emperatriz Catalina La Grande organizó un viaje por Crimea para observar los éxitos de la colonización de la zona (que habían fracasado estrepitosamente pero de lo que no se le había informado). Así que ni corto ni perezoso el general Grigory Potemkin, amante de la emperatriz y encargado de la conquista, dispuso a lo largo del río por el que visitaba la Emperatriz una serie de escenarios de cartón representando las fachadas ficticias de pueblos felices, completados con campesinos y animalitos traídos de otras zonas. Cuando el barco seguía su camino esas ciudades de cartón eran desmanteladas y vueltas a ensamblar más abajo del curso del río para que la emperatriz pudiese repetir la feliz experiencia al día siguiente.

Y eso, desafortunadamente, es la esencia de la Potemkin trifecta Wall Street-Bancos centrales–Planificación centralizada gubernamental; una realidad incómoda e indeseable oculta bajo una fachada de cartón piedra diseñada específicamente para engañar a los observadores para que piensen que la realidad es mejor de lo que realmente es.

Todo se resume en un principio muy sencillo: precio es lo que se paga y valor lo que se obtiene y sólo un necio confunde valor y precio.

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