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Escrito en el agua
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cinco encomiendas obligadas para superar el estancamiento en 2023

España debe bajar más la inflación, aunque los tipos los marque Alemania, y reducir gasto, déficit y deuda; y precisa estímulos para ensanchar el crecimiento potencial

España puede esquivar la recesión por las décimas, o puede que no también por las décimas, pero el estancamiento real está aquí hace una buena temporada y la cuestión es cómo cerrar las brechas abiertas en unas cuantas variables capitales para superar con solvencia este impasse del crecimiento. 2023 pinta cada vez más feo, desde luego nada parecido al idílico cuadro que se pinta oficialmente, y solo disponemos de ineficaces suturas para no extender el daño, cuando se precisa más intensidad para salir del bache, con un crecimiento potencial más elevado si se quieren combatir los déficits relativos que el país mantiene con Europa en riqueza, empleo, solvencia fiscal y competitividad. Por partes.

l Control de la inflación. El avance de los precios es el fenómeno que más ha desestabilizado la economía en el último año, con tasas que superaron el 10% y que, aunque han caído después, han arrastrado la tasa subyacente, que es la más peligrosa señal de su cronificación. La oferta ha subido los niveles de precios, empujada por los costes, y ha aprovechado también que pasaba por Valladolid el Pisuerga para la recuperación peligrosa de los márgenes; no resiste el más mínimo rigor la subida de determinados precios, y resulta ridículo y cansino ofrecer la peregrina justificación de la energía.

Los salarios no ejercen una presión llamativa como para empujar la tasa subyacente hacia arriba, mientras que los márgenes sí lo están haciendo, tal como revelan las propias empresas en la Central de Balances del Banco de España hasta octubre. No habrá un pacto de rentas para deshacer los nudos más húmedos del IPC, porque la verdadera intención de sindicatos y patronos en una simulación de pacto, son radicalmente opuestos, y el arroz se ha pasado ya, lo que obliga a una reflexión seria sobre la verdadera representación de patronal y sindicatos y su responsabilidad social.

El Gobierno no ha ayudado a reducir la inflación, salvo de mala gana con unas livianas rebajas de impuestos a la energía y una subvención al transporte urbano, mientras que ha incentivado el consumo de los componentes más vigorosos del IPC cuando se imponía el ahorro, y ha estirado el gasto público y determinados impuestos para financiarlo, como si desconociera que hay pocas palancas más inflacionistas que los impuestos y el gasto público. A partir de enero corregirá algunas de esas decisiones: menos es nada.

l Encajar la escalada de los tipos. En 2022 los tipos de la deuda española a diez años, referencia válida para financiar la economía, han pasado de cero y de algunas emisiones en negativo, a superar con holgura el 3%, sobrepasando con creces el umbral del dolor para familias, empresas y Estado. España, y su Gobierno, pueden hacer algunas cosas para contribuir a reducir la inflación y permitir que el BCE primero, y el mercado secundario de deuda después, empiecen a bajar los tipos. Pero no muchas.

Los tipos en Europa dependerán más de lo que pase en Alemania que de lo que ocurra en la península Ibérica, por el desmesurado peso de la economía germana en la zona euro, y tanto su mayor dependencia de la energía rusa en un momento crítico del conflicto geopolítico, como la probada capacidad de las empresas para encajar subidas de salarios demandadas por unos sindicatos poderosos, harán que la inflación tarde más en bajar e imponga tipos más elevados a sus socios. Si durante la primera década del siglo España tuvo tipos reales negativos por la estabilidad de precios en Alemania, ahora tendrá el dinero muy caro por la inflación en Alemania: cosas del euro y sus asimetrías.

l Reducir un déficit y deuda que no nos podemos permitir. Los últimos proyectos presupuestarios han estirado el gasto público por encima del crecimiento del PIB nominal, y aprovechando la bula fiscal para toda Europa, se ha hecho poco o nada por reducir el déficit, pese a contar ya en el ejercicio que ahora concluye con ingresos extraordinarios, y los expertos dan poco crédito a la senda de reducción de déficit planteada. Es de todo punto discutible que el avance de los gastos tenga algún correlato con el cambio del modelo productivo, con la excepción, todavía a comprobar, de los fondos de la UE.

Esta avalancha de dineros caídos de Bruselas sirve para financiar, mayoritariamente a fondo perdido, una inversión pública que España no hacía con semejante envergadura desde hace tiempo, lo que deja margen para ahorrar recursos y reconducir el dese­quilibrio fiscal. Sirven también para hacer un plan presupuestario de varios años que incluya una revisión de ingentes partidas de gasto enquistadas en las cuentas públicas desde hace décadas y de eficacia cuestionable; para hacer, por qué no, un Presupuesto con base cero.

Si no se controla el déficit como se debe, y las señales no apuntan en tal sentido, con una reformita de las pensiones más para aplazar unos años el dilema que para resolverlo, no dejará de crecer una deuda pública que está en volúmenes y ratios poco gobernables con la estructura productiva y fiscal que tiene España, ni siquiera con tipos cercanos al cero. El problema, que está ya viniendo, se agravará cuando los tipos superen el 4% o el 5%, que no hay que descartar.

l Empleo y productividad. Por supuesto que van de la mano, como demuestran las cifras de los últimos años, en los que un millón más de ocupados que en 2019 hace menos PIB que entonces, con una pérdida alarmante de productividad que pasará una impagable factura si no se corrige pronto. La reforma laboral ha creado muchos empleos, pero poco empleo; ha repartido más que ha creado, con fuerte crecimiento de ocupaciones a tiempo parcial (o fijos discontinuos, que es lo mismo, pero en cómputo anual), que en la práctica es una pérdida innegable de calidad, ya que esta no la mide el tipo de contrato, sino la estabilidad de la actividad que desempeña. Si no se refuerza la productividad, no lo harán las rentas ni la competitividad empresarial, y no lo harán los ingresos fiscales ni de cotizaciones.

l Liberalizar la economía, que siempre se puede más. ¿Cómo? A veces basta con intentar hacer lo contrario de lo practicado hasta ahora. Pero no estaría de más lograr involucrar al sector privado, nacional y externo, en los grandes programas de inversión que financia Europa; incentivar con normas flexibles y sencillas (fiscales, laborales, regulatorias) la atracción de inversión extranjera productiva; liberalizar solo la mitad de lo que se habla los mercados de bienes, servicios y factores; acoplar educación y formación, con el rescate del mérito, a lo que demanda una economía avanzada y digitalizada; reducir el continuo intervencionismo público en la economía; y ayudar a superar el enanismo corporativo endémico del país, donde aterra, porque castiga, crecer y crear empleo. Hay cosas que no dependen de soluciones internas; pero todo esto, sí.

José Antonio Vega es periodista

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