¿Lo estamos haciendo bien con la transición energética?
Existen sectores claves de la economía donde el abandono de los combustibles fósiles no podrá ser inmediato
El actual cambio climático se distingue de los anteriores por dos características. En primer lugar, por la influencia de la actividad humana en la emisión de gases de efecto invernadero, originados principalmente por el empleo de combustibles fósiles y el cambio de uso del suelo. En segundo lugar, por la elevada velocidad con que se está produciendo, lo que complica la adaptación de naturaleza y sociedad a las nuevas condiciones.
Pero tampoco la actual transición energética es como las anteriores. Hasta ahora fueron los diversos saltos tecnológicos en su adopción de nuevas fuentes de energía aprovechables (de la madera al carbón, petróleo, gas o nuclear) los protagonistas del desarrollo energético, y siempre desde el lado de la oferta. Ahora, sin embargo, es la dinámica de la demanda que, acelerada por políticas climáticas, transforma velozmente la oferta hacia unas soluciones más limpias y, aunque bastante desarrolladas, con mejoras pendientes como su integración, disponibilidad, almacenamiento, y captura de carbono.
El profesor Vaclav Smil, reconocido por sus estudios en el mundo de la energía, mostraba su preocupación ante el calentamiento progresivo y la velocidad con que las políticas climáticas pretenden llevar a cabo esta transición energética, exponiendo que las transiciones no son algo repentino. La tecnología disponible en el mercado permitirá alcanzar los objetivos climáticos a 2030, sin embargo, lograr la descarbonización neta a 2050 necesitará del fomento de la I+D+i y la respuesta de las empresas (según la AIE, el 50% de la reducción de emisiones de CO2 para la neutralidad climática en 2050 proviene de tecnologías en demostración).
La evolución tecnológica, que nos ha permitido alcanzar cierto nivel de bienestar, ha venido impulsada por un mayor dominio de la energía, y más en concreto de los combustibles fósiles. Una vez reconocido el impacto ambiental de la quema de estos combustibles, la sociedad, consciente, comienza a relegar su consumo en lo posible, iniciando el camino de la descarbonización hacia una economía libre de emisiones de carbono.
Este camino supone una serie de decisiones complejas. La voluntad de descarbonizar de un inversor podría llevarle a la venta inmediata de sus activos relacionados con los combustibles fósiles; sin embargo, no se considera la estrategia óptima, dado que una venta precipitada puede suponer la compra por otro inversor menos concienciado, sin haber contribuido a mejorar el impacto ambiental. De ahí que existan estrategias más elaboradas y eficaces como la interacción climática con las compañías, donde procesos de diálogo permiten la evolución de las empresas hacia su descarbonización dentro de unos plazos razonables.
No olvidemos que, en el contexto actual de crisis, la seguridad de suministro sigue necesitando de ciertos combustibles fósiles mientras se completa la inversión en renovables. Como afirma Lucian Peppelenbos, especialista en cambio climático y biodiversidad, “pese a la ironía que supone, necesitamos el empleo de los combustibles fósiles para poder abolirlos.” De hecho, existen sectores clave como el transporte de largo recorrido, o ciertas industrias pesadas, donde el abandono de estos combustibles no podrá ser tan inmediato.
Estamos ante una decisión de gran magnitud. Eliminar los combustibles fósiles de una sociedad ya habituada, con unas tecnologías eficientes y muy evolucionadas a lo largo de toda su cadena, acarreará inconvenientes que supondrán inicialmente costes, desigualdad, etc. El objetivo del cero neto a 2050 necesita de 5 billones de dólares anuales, algo que deberemos ver más como una inversión de futuro en el planeta que como un gasto, ya que recordando a Lord Stern “los beneficios de una acción fuerte y temprana superan con creces los costes económicos de no actuar”.
Cuando se llevan a cabo decisiones de tamaña envergadura, la actitud más coherente es asegurarse que siempre servirán como mejora. Esto es, la llamada estrategia no regreat (sin arrepentimiento) donde, si por cualquier causa el cambio de paradigma perseguido se demostrara innecesario, o al menos no en su magnitud y velocidad, el camino emprendido resultara igualmente beneficioso para la sociedad.
La disminución en el empleo de los combustibles fósiles beneficiará, en paralelo a su lucha contra el cambio climático, a aspectos como la mejora de la calidad del aire en las ciudades, o la futura disminución de la dependencia y el coste energético, al desaparecer el combustible importado, y habiendo satisfecho las infraestructuras necesarias. Supondrá un aumento del empleo neto, y un nuevo reposicionamiento de las políticas de modernización e I+D+i, con una mayor electrificación y digitalización. A nivel geopolítico contribuirá a la futura desaparición de los históricos conflictos internacionales motivados por el petróleo y el gas, pero dará lugar a un nuevo panorama también complejo, donde el dominio de China en la cadena de suministro de las nuevas tecnologías será clave, aunque permita a Europa recuperar cierta presencia a nivel internacional.
En todas las épocas hay quienes colocan sus butacas en la dirección de la historia, como escribía Albert Camus. Así como pensemos, la transición energética nos coloca en la dirección correcta. Aun desde diferentes perspectivas, descarbonizar la sociedad resultará algo positivo, hagamos de la debilidad virtud, porque descarbonizar con cabeza, a la postre, es una oportunidad.
Ana Claver Gaviña/ Luis de la Torre Palacios son CFA. Directora General Robeco Iberia, Latam y U.S. Offshore y presidenta del Comité de Sostenibilidad de CFA Society Spain/ Especialista en sostenibilidad y recursos.