El BCE debería pensar más en la economía y menos en los mercados financieros
De haberlo hecho así, tal vez Fráncfort no hubiera tardado tanto en empezar a retirar los mayores estímulos monetarios de la historia
El Banco Central Europeo parece seguir los pasos de la Fed, solo que con uno o dos trimestres de retraso. En Europa tardamos más que EE UU en salir de la recesión, y como era de esperar, también hemos sido más lentos a la hora de experimentar el inicio de las presiones inflacionistas. Del mismo modo que hasta finales de 2021 Jerome Powell tildaba de “transitorias” las subidas de los precios, Christine Lagarde se ha pasado buena parte de 2022 diciendo exactamente lo mismo. Ahora la Fed se ve abocada a luchar a toda prisa contra la inflación, por lo que tiene programado finalizar el año con los tipos de interés en niveles cercanos al 3%, en lo que será la subida de tasas más rápida de las últimas décadas. Pero, además, lo va a combinar con la reducción de parte de los casi nueve trillones de dólares invertidos en bonos que tiene en su balance.
El BCE ha comenzado a preocuparse recientemente, porque la inflación general está en el 7,4%, y detecta presiones, no solo derivadas de la crisis energética o los alimentos, sino también en otras partes de la economía. Parece que el BCE está dispuesto a cometer el mismo error que la Fed, pese a lo caro que le está saliendo a Powell el error de cálculo. Lagarde pretende seguir comprando deuda hasta que finalice el segundo trimestre de este año, y acto seguido, subir las tasas de interés en 0,25%. Lo mismo que hizo la Fed en marzo de este año cuando acababa con su programa de QE y justo entonces subía el primer 0,25%.
Pero el mercado aprende de los errores antes que los responsables de la política monetaria, y prueba de ello es lo que está pasando en los mercados financieros desde finales de 2021:
• El Euribor ha pasado de -0,50 a +0,34%, es decir, que aquellos con hipotecas a tipo variable cada vez les cuesta más la mensualidad, pese a que el BCE no se ha movido aún.
• La rentabilidad de los bonos a 10 años en Alemania, Francia, España e Italia, por mencionar algunos, ha subido 150 puntos básicos, es decir, que a los gobiernos les cuesta bastante más financiar su deuda, tanto si le gusta como si no a Lagarde.
Mientras tanto, la reticencia a subir el tipo oficial del dinero ha provocado que el euro contra el dólar haya puesto a prueba los mínimos desde el año 2001. En un entorno donde la mayor preocupación es la crisis energética, y su impacto en la inflación, que el euro esté tan débil cuando tanto el petróleo como el gas cotizan en dólares, nos deja en una situación de extrema vulnerabilidad. Y basta con mirar la balanza comercial en Europa para constatar este hecho: en marzo la zona euro registró un déficit comercial de 16.400 millones de euros, en comparación con el superávit de 22.500 millones de un año antes. El déficit en el comercio energético casi se triplicó en los primeros tres meses de 2022. Y es que, aunque las exportaciones aumentaron un 14%, las importaciones se dispararon un 35,4%. Este desequilibrio comercial se puede explicar parcialmente porque la Unión Europea sigue importando energía de Rusia mientras que ya no le vende nada. Pero es que incluso con nuestro principal socio comercial, China, se ha duplicado la brecha hasta los 91.900 millones de euros.
A EE UU le preocupa que la retirada desordenada de estímulos monetarios con los que la Fed lleva regando la economía estadounidense desde hace años, unido a la ausencia de estímulos fiscales, puedan provocar una desaceleración económica tan severa que finalice en recesión. Entiendo la preocupación de la Fed, pero no me sorprende, ya que han sido los responsables, desde hace décadas, de crear todas y cada una de las burbujas financieras que hemos vivido para luego tener que pincharlas más tarde.
Para el BCE el problema es más complejo, ya que no solo tiene que preocuparse de las perspectivas económicas de la zona euro, sino también de su integración. Basta con remontarse diez años atrás y estaríamos de lleno en la crisis periférica para entender el dilema de Lagarde. En aquel entonces se hablaba de la desaparición del euro en la prensa anglosajona. También se apostaba a que país sería el siguiente en seguir a Grecia en un default de su deuda soberana. Italia, España y Portugal se disputaban ese triste honor, y para poder financiarse a diez años se veían obligados a pagar hasta un 7% de interés. La prima de riesgo con Alemania superaba los 500 puntos. El mundo parecía otro muy distinto al de ahora. Fue Mario Draghi, con su famosa frase “whatever it takes” acompañada de la promesa de los países del norte de Europa de apoyar las necesidades imperiosas de los del sur, lo que permitió que la sangre no llegase al rio. Pero la cicatriz de ese recuerdo quedó grabada profundamente en los responsables del BCE. Y por ese motivo, cuando todavía hoy las primas de riesgo se mantienen relativamente estrechas en Europa, y vemos en las declaraciones de prensa de algunos responsables del BCE alusiones a las herramientas necesarias para evitar un comportamiento desordenado en el mercado de renta fija europeo, me preocupo. Tanto como cuando en las películas de suspense el interrogado dice “yo no le maté” antes de que el inspector le diga que han encontrado un muerto.
Llevo tiempo diciendo que los bancos centrales deberían preocuparse de la economía y no de los mercados financieros. De ser así tal vez no habríamos tardado tanto en empezar a retirar los mayores estímulos monetarios de la historia volcados para combatir la pandemia. Ni los habríamos mantenido durante los años 2017 y 2018 cuando no eran en absoluto necesarios. Ni habríamos presenciado ese programa de quantitative easing o QE3 en EEUU tan absurdo y dañino. Mi recomendación para los bancos Centrales es tan vieja como el dicho zapatero a tus zapatos, porque lo demás sobra y no hace ningún bien.
Pablo Gil es Estratega jefe de XTB