¿Hacia dónde vas, inflación?
La suma de la crisis del Covid-19 y la provocada por la guerra de Ucrania, junto al coste de la transición energética, auguran que la escalada continuará
La inflación volvió a la actualidad en 2021, después de casi diez años en el olvido. La palabra transitoria siempre la acompañaba, hasta que por fin en 2022 la dejó volar.
Desde hace más de 40 años nos encontramos en una etapa en la que, en media, la inflación ha ido bajando progresivamente y solamente se ha visto incrementada en periodos poscrisis. Hablar de factores deflacionarios con una inflación por encima del 5% puede parecer extraño, pero creo que es importante entender las fuerzas que determinan la evolución de los precios en el medio y largo plazo.
Los principales factores que generan una presión a la baja en los precios parecen intactos en el largo plazo. El factor más deflacionario con el que convivimos es la revolución tecnológica, la cual ejerce un impacto directo en la reducción de costes de la cadena de producción y acelera la innovación. Solo hace falta ver la tendencia del coste de almacenar un gigabyte, el precio de una batería eléctrica o el número de empleados necesarios para la fabricación de un coche. Pero sus efectos también son notables en la demanda, ya que el consumidor tiene acceso a mucha más oferta digital, creciendo así la competencia en precios.
El envejecimiento de la población en economías desarrolladas es deflacionario. Si nos fijamos en los hábitos de consumo de la gente mayor podemos ver que su participación en la cesta de consumo utilizada para medir la inflación es menor. Una mayor esperanza de vida aumenta el ahorro de los ciudadanos a costa de un menor consumo, y más cuando hay debate sobre la sostenibilidad de las pensiones públicas.
El último factor deflacionario para destacar es la globalización. Esta nos permite comprar productos más económicos de que lo que nos costaría producirlos dentro de nuestras fronteras y vender al exterior productos en los que tenemos ventaja competitiva. En contra, la dependencia al exterior se incrementa. Por ejemplo, podemos importar cereales o productos electrónicos a un coste inferior, creando una presión a la baja en los precios a medida que se abren las economías y se asignan recursos de forma eficiente.
Todas estas tendencias deflacionarias se ven superadas por factores que aparecen en periodos de recuperación económica después de una crisis. El problema con la inflación actual es que nos encontramos con los efectos de dos crisis al mismo tiempo, Covid-19 e invasión de Ucrania. Es interesante coger el bisturí y ver qué fuerzas inflacionarias nos ha dejado cada una de estas crisis.
La crisis sanitaria del Covid-19 obligó a la rápida actuación de los bancos centrales con políticas monetarias expansivas que permitieron recuperar la demanda, el crédito y la confianza del consumidor a una velocidad sorprendente. El aumento de precios de 2021 vino causado por una oferta limitada a causa de cuellos de botella y una asignación de recursos e inventarios que no tenía en cuenta la recuperación de la demanda. Pero a parte de este efecto, en Europa nos dejó ingredientes para la pócima inflacionaria: cerca del doble de balance del BCE, programa fiscal Next Generation, déficit público e incrementos en la ratio de deuda/PIB.
Ya finalizado 2021 y con las expectativas de una normalización de crecimiento nos hemos encontrado con la crisis de Ucrania. Centrándonos en las consecuencias inflacionarias de esta, podemos ver que vienen causadas por la pérdida de globalización. Tanto Ucrania como Rusia son exportadores mundiales de ciertas materias primas y productos intermedios, por lo que estamos ante una disminución de su oferta mundial e incrementos de su precio. Hay voces que abogan por el inicio de un super ciclo de materias primas, tanto por su escasez como por una demanda creciente de nuevos materiales. En mi opinión, esto genera aumento de precios en el corto y quizás medio plazo, pero unos mayores precios incrementan los incentivos económicos para que la innovación se centre en buscar alternativas y poder volver a competir en precios.
En el caso de las commodities energéticas, el problema es particularmente relevante debido a que la oferta se ha vuelto más inelástica de lo que era hace unos años. Los principales motivos son la transición energética, la lucha contra el cambio climático y los principios de inversión sostenibles en los mercados financieros. Todo ello ha hecho que las principales empresas energéticas hayan puesto sus recursos en el desarrollo de nuevas fuentes de energía sostenible, dejando de lado proyectos de exploración de nuevos yacimientos. Si a todo esto le sumamos que Rusia es de los principales productores mundiales de petróleo y gas, el problema de oferta se acentúa. Asimismo, la mejora de la actividad económica incrementa la demanda de energía, generando un aumento de su precio no visto en años. No olvidemos que estos efectos se acaban trasladando al resto de productos de la cesta de consumo, aunque suele ser más progresivo.
En resumen, nos encontramos en un período en el que vamos a seguir viendo presiones inflacionarias causadas por las dos crisis cercanas en el tiempo que hemos vivido y una transición energética. Y sus consecuencias son: reducción de la oferta de ciertas commodities, reconfiguración de la globalización e implementación de programas de gasto público. Para combatir la inflación, históricamente los bancos centrales han subido los tipos de interés. La solución ahora no es tan fácil, ya que los bancos centrales están atrapados por el tamaño de sus balances, la economía sigue recuperándose, y tenemos un gran endeudamiento. Además, los factores inflacionarios actuales tienen poca sensibilidad a los tipos de interés, por lo que hacer cambios agresivos en política monetaria podría acabar mermando el crecimiento económico.
De todas formas, no nos olvidemos que, en el largo plazo, las presiones deflacionarias han ganado la batalla en los últimos 40 años.
Albert Hernández es miembro de CFA Society Spain
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