La montaña rusa y el ciudadano perezoso
El ‘camino a seguir’ marcado por el BCE para hacer frente a la inflación se basa en modelos de comportamiento que casi siempre chocan con la realidad
Este parece el título de un cuento de Chejov, pero la única similitud es el intento por describir de forma lacónica la disyuntiva de los bancos centrales para elegir un camino u otro ante una inflación temporal o permanente.
Mientras debaten si el tiempo juega a favor o en contra, la brusca subida de los precios en Occidente impulsada por el alza del coste de la energía ya ha generado para este año y parte del próximo, tanto en empresas como en particulares, decisiones que se están transmitiendo a toda la economía. Así consta con la subida del precio de las materias primas, el transporte marítimo (un contenedor ha pasado de costar 1.800 dólares en 2019 a 10.000 y a cotizar en la actualidad en torno a los 9.000 dólares) y la escasez de semiconductores porque se ha reducido su fabricación y los chips que hay, no llegan. El incremento del coste de la energía provoca que en algunas empresas se pueda llegar a reducir un 25% el resultado operativo y desde luego un aumento de precios que, de una manera u otra, se acabará trasladando a los clientes y finalmente a los consumidores.
Para contrarrestar el aumento de la inflación la receta tradicional era subir los tipos de interés; hoy habría que revertir primero la compra de deuda por parte de los bancos centrales, es decir, endurecer la política monetaria. En la medida en que la política monetaria relajada de la Reserva Federal ha inflado los precios de los activos, la perspectiva de un endurecimiento ha generado temor entre los inversores en algunos de los mercados que más se han beneficiado de esa política expansiva, como las acciones y las criptomonedas. Y aquí es donde se produce la encrucijada ¿quién, y basándose en qué, puede asegurar que la subida de los costes, que ya se ha trasladado a la economía doméstica, se va a revertir?
El BCE es partidario de pecar de prudencia y no endurecer la política monetaria antes de tiempo. La disyuntiva shakesperiana a la que se enfrentan es poco tranquilizadora: por una parte, podrían incurrir en el error de posponer en exceso un eventual endurecimiento de la política monetaria, con el diagnóstico equivocado de que la alta inflación actual es mayormente transitoria y desaparecerá a medio plazo; por otro, podrían endurecer prematuramente las condiciones monetarias basándose en la valoración incorrecta de que la desviación de la inflación por encima de su objetivo no es transitoria y persistirá a medio plazo.
De momento, se ha optado por la segunda vía poque, según las proyecciones del staff del BCE, la inflación alcanzaría el 2,2% en 2021, el 1,7% en 2022 y el 1,5% en 2023, por debajo del objetivo de inflación a medio plazo del 2%. Sin embargo, ya las previsiones para 2021 han quedado pulverizadas. El aumento de la inflación afectará al poder adquisitivo y al gasto de los hogares, lo que probablemente conducirá a un período de crecimiento del PIB en los próximos trimestres más moderado de lo previsto.
España puede ser uno de los países más perjudicados con una desaceleración del consumo privado, dado que este sostiene el 58% del PIB. Y si se tiene en cuenta el impacto de la electricidad sobre el consumo de los hogares y también sobre las empresas, que pueden verse obligadas a posponer sus decisiones de inversión debido a los mayores costes de producción, el crecimiento del PIB estaría en torno al 5%, lejos del 7% previsto por el Gobierno.
Además, existe la amenaza de los llamados efectos de segunda ronda, es decir, una subida de los salarios generalizada para ajustarse a la inflación; una circunstancia muy previsible, porque los ciudadanos no se quedarán pasivos indefinidamente ante la pérdida de poder adquisitivo. A pesar de esto el BCE no tomará una decisión, y literalmente dice: “hasta que se observe que la inflación se sitúa en el 2% bastante antes del final de su horizonte de proyección (entre dos y tres años) y de forma duradera en el resto de dicho horizonte, y se considere que el progreso realizado de la inflación subyacente está suficientemente avanzado para ser compatible con una estabilización de la inflación en el 2% a medio plazo”. Una afirmación cabalística por la que el BCE decide cuándo y cómo subiría los tipos de interés y que denomina la forward guide o, en un lenguaje más llano, el camino a seguir.
Para que ese escenario se produzca Philip Lane, economista jefe del BCE, dice que necesitaremos un crecimiento de los salarios del 3% para que la inflación converja al 2%. Los sindicatos mayoritarios en España reivindican para este año un incremento de los salarios por convenio que ronde el 4% y los datos del Ministerio de Trabajo recogen que el incremento salarial medio de los convenios colectivos, revisados o firmados con efecto desde enero de este año, se sitúa en el 2%. Estamos casi en línea con Lane.
Este camino a seguir está basado en modelos de comportamiento que casi siempre chocan con la realidad. El común de las personas no optimiza, ni calcula las probabilidades subjetivas ni maximizan las utilidades esperadas. No porque sean perezosas o no tengan tiempo, sino porque saben que no pueden tener la información necesaria para realizar dicho cálculo. Sobre todo, para afrontar un mundo de incertidumbre radical como el de hoy. Las personas que han pasado a la historia por tomar buenas decisiones “buscan la primera opción factible que pueden encontrar, no la mejor opción; generan y evalúan las opciones de una en una y no se molestan en comparar las ventajas y desventajas de las alternativas”, como ha estudiado el psicólogo Gary Klein.
Son encomiables y útiles los esfuerzos del BCE por revisar su estrategia de “no dejar piedra sin levantar”, en palabras de su presidenta, pero el hecho es que la pandemia nos ha colocado en una montaña rusa y de momento estamos en una fase de subida mayor que nunca; ahora bien, desde esa altura sabemos que la bajada va a ser muy emocionante.
Carlos Balado es Profesor de OBS Business School y director de Eurocofín
Este parece el título de un cuento de Chejov, pero la única similitud es el intento por describir de forma lacónica la disyuntiva de los bancos centrales para elegir un camino u otro ante una inflación temporal o permanente.
Mientras debaten si el tiempo juega a favor o en contra, la brusca subida de los precios en Occidente impulsada por el alza del coste de la energía ya ha generado para este año y parte del próximo, tanto en empresas como en particulares, decisiones que se están transmitiendo a toda la economía. Así consta con la subida del precio de las materias primas, el transporte marítimo (un contenedor ha pasado de costar 1.800 dólares en 2019 a 10.000 y a cotizar en la actualidad en torno a los 9.000 dólares) y la escasez de semiconductores porque se ha reducido su fabricación y los chips que hay, no llegan. El incremento del coste de la energía provoca que en algunas empresas se pueda llegar a reducir un 25% el resultado operativo y desde luego un aumento de precios que, de una manera u otra, se acabará trasladando a los clientes y finalmente a los consumidores.
Para contrarrestar el aumento de la inflación la receta tradicional era subir los tipos de interés; hoy habría que revertir primero la compra de deuda por parte de los bancos centrales, es decir, endurecer la política monetaria. En la medida en que la política monetaria relajada de la Reserva Federal ha inflado los precios de los activos, la perspectiva de un endurecimiento ha generado temor entre los inversores en algunos de los mercados que más se han beneficiado de esa política expansiva, como las acciones y las criptomonedas. Y aquí es donde se produce la encrucijada ¿quién, y basándose en qué, puede asegurar que la subida de los costes, que ya se ha trasladado a la economía doméstica, se va a revertir?
El BCE es partidario de pecar de prudencia y no endurecer la política monetaria antes de tiempo. La disyuntiva shakesperiana a la que se enfrentan es poco tranquilizadora: por una parte, podrían incurrir en el error de posponer en exceso un eventual endurecimiento de la política monetaria, con el diagnóstico equivocado de que la alta inflación actual es mayormente transitoria y desaparecerá a medio plazo; por otro, podrían endurecer prematuramente las condiciones monetarias basándose en la valoración incorrecta de que la desviación de la inflación por encima de su objetivo no es transitoria y persistirá a medio plazo.
De momento, se ha optado por la segunda vía poque, según las proyecciones del staff del BCE, la inflación alcanzaría el 2,2% en 2021, el 1,7% en 2022 y el 1,5% en 2023, por debajo del objetivo de inflación a medio plazo del 2%. Sin embargo, ya las previsiones para 2021 han quedado pulverizadas. El aumento de la inflación afectará al poder adquisitivo y al gasto de los hogares, lo que probablemente conducirá a un período de crecimiento del PIB en los próximos trimestres más moderado de lo previsto.
España puede ser uno de los países más perjudicados con una desaceleración del consumo privado, dado que este sostiene el 58% del PIB. Y si se tiene en cuenta el impacto de la electricidad sobre el consumo de los hogares y también sobre las empresas, que pueden verse obligadas a posponer sus decisiones de inversión debido a los mayores costes de producción, el crecimiento del PIB estaría en torno al 5%, lejos del 7% previsto por el Gobierno.
Además, existe la amenaza de los llamados efectos de segunda ronda, es decir, una subida de los salarios generalizada para ajustarse a la inflación; una circunstancia muy previsible, porque los ciudadanos no se quedarán pasivos indefinidamente ante la pérdida de poder adquisitivo. A pesar de esto el BCE no tomará una decisión, y literalmente dice: “hasta que se observe que la inflación se sitúa en el 2% bastante antes del final de su horizonte de proyección (entre dos y tres años) y de forma duradera en el resto de dicho horizonte, y se considere que el progreso realizado de la inflación subyacente está suficientemente avanzado para ser compatible con una estabilización de la inflación en el 2% a medio plazo”. Una afirmación cabalística por la que el BCE decide cuándo y cómo subiría los tipos de interés y que denomina la forward guide o, en un lenguaje más llano, el camino a seguir.
Para que ese escenario se produzca Philip Lane, economista jefe del BCE, dice que necesitaremos un crecimiento de los salarios del 3% para que la inflación converja al 2%. Los sindicatos mayoritarios en España reivindican para este año un incremento de los salarios por convenio que ronde el 4% y los datos del Ministerio de Trabajo recogen que el incremento salarial medio de los convenios colectivos, revisados o firmados con efecto desde enero de este año, se sitúa en el 2%. Estamos casi en línea con Lane.
Este camino a seguir está basado en modelos de comportamiento que casi siempre chocan con la realidad. El común de las personas no optimiza, ni calcula las probabilidades subjetivas ni maximizan las utilidades esperadas. No porque sean perezosas o no tengan tiempo, sino porque saben que no pueden tener la información necesaria para realizar dicho cálculo. Sobre todo, para afrontar un mundo de incertidumbre radical como el de hoy. Las personas que han pasado a la historia por tomar buenas decisiones “buscan la primera opción factible que pueden encontrar, no la mejor opción; generan y evalúan las opciones de una en una y no se molestan en comparar las ventajas y desventajas de las alternativas”, como ha estudiado el psicólogo Gary Klein.
Son encomiables y útiles los esfuerzos del BCE por revisar su estrategia de “no dejar piedra sin levantar”, en palabras de su presidenta, pero el hecho es que la pandemia nos ha colocado en una montaña rusa y de momento estamos en una fase de subida mayor que nunca; ahora bien, desde esa altura sabemos que la bajada va a ser muy emocionante.
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