La nube es de hormigón
El mundo digital está reorganizando y ampliando el mundo físico, no sustituyéndolo. Atender solo a los cambios online es ir al teatro a ver el telón
Desde hace ya algún tiempo, en nuestra sociedad y, cómo no, en nuestra arena política, se ha creado una disyuntiva imposible entre el mundo digital y el mundo real. La modernidad y el futuro están asociadas a lo virtual, mientras que el pasado y la obsolescencia se asocian con el mundo físico. Pocos errores pueden ser más costosos. No vamos al teatro a ver telones, sino a disfrutar de la obra. Que el mundo digital reordene el mundo físico –como un determinado escenario condiciona la representación–no solo no significa que vayamos a poder prescindir de lo material, sino que, más bien al contrario, en la mayoría de las ocasiones incluso crecerá.
Tras las pantallas táctiles y las hermosas presentaciones, tras el telón, palpita el mundo real. Cuando se encienden las luces de conexión de nuestros ordenadores no pensamos que, para que funcionen, se consume a escala global más energía que en toda Italia. Tampoco somos conscientes de que nuestras preferencias y gustos se almacenan en inmensas construcciones propiedad de las grandes plataformas de internet, situadas muchas veces en climas o entornos fríos para reducir el enorme consumo eléctrico que requieren. O de que esas pequeñas compras que realizamos online se suman a otras muchas hasta traducirse en un inmenso comercio mundial que exige numerosas instalaciones logísticas y un movimiento de vehículos y mercancías extraordinario.
Algunas cifras pueden ayudarnos a comprender mejor esta transformación.
El reciente accidente del Ever Given, en el canal de Suez, ha llamado la atención sobre la existencia de esos enormes barcos de 400 metros de eslora, casi 60 de manga y unos 16 de calado, que pueden llegar a transportar hasta 24.000 contenedores. Nuestro mundo digital genera unos tráficos que no dejan de crecer –las compras en la red se han multiplicaron casi por cuatro en tan solo siete años– y a veces no somos plenamente conscientes de lo que esto implica en el mundo real.
Solo en el ámbito naviero, este movimiento de mercancías requiere buques cada vez mayores e infraestructuras compatibles con puertos, canales y puentes en continua adaptación a los nuevos calados, esloras, mangas y puntales requeridos para dar servicio a un tráfico comercial creciente. Y es una evolución sin fin.
Pero quizás estas grandes actuaciones sean menos relevantes que el sistema arterial logístico de aprovisionamiento y distribución que exige esta economía digital.
En nuestro país se han construido en los últimos años superficies logísticas que equivalen a 2.700 campos de futbol y el proceso está aún lejos de finalizar. Superficies logísticas que están conectadas gracias a millones de vehículos y cientos de miles de kilómetros de carreteras y vías.
Pero no todo es tráfico de mercancías. Cuando observamos el comportamiento de las personas en el contexto del mundo digital, vemos que el fenómeno del teletrabajo está conllevando una cierta deslocalización de actividades hacia residencias ocasionales y segundas viviendas que exigirá, a su vez, la construcción de dotaciones adicionales para adaptar los servicios y comunicaciones al nuevo flujo de población en crecimiento. Y todo eso, además de suponer un revulsivo para zonas en declive, exigirá una rotunda materialidad.
Todo ese mundo real que subyace bajo el digital requiere y requerirá –a pesar de los avances realizados y previstos en la estrategia de economía circular– la utilización de muchos recursos naturales, sin los cuales no pueden fabricarse los vehículos, ni construirse las infraestructuras necesarias para que funcione el conjunto del sistema.
Como ya hemos apuntado, el mundo virtual necesita además energía, cuya obtención tampoco es virtual. Solo en nuestro país, centrándonos en algunas fuentes energéticas y a modo de ejemplo, tenemos más de 21.000 aerogeneradores. Estas torres de acero construidas sobre bases de hormigón que pesan en conjunto más de 46 millones de toneladas, se distribuyen por la geografía nacional a través de una infraestructura de caminos con una longitud que duplica toda la red de carreteras existente en la Comunidad de Madrid.
Y si analizamos lo que ocupan los campos fotovoltaicos en funcionamiento y programados en España (aunque los proyectos que están en análisis multiplican esa cifra) comprobamos que tienen una superficie del tamaño del término municipal de Madrid – que es mucho mayor que su casco urbano–.
El mundo digital, por tanto, ha reorganizado y está reorganizando y ampliando el mundo físico, no lo ha sustituido. Prestar atención a la transformación digital y no a la física es ir al teatro a ver el telón. Los países que han entendido bien el reto están trabajando intensamente en la transformación de su mundo físico, ya que sin esta transformación perderán la carrera de la modernidad. Y esto significa nuevas y mejores infraestructuras.
Cuando echamos un vistazo a los diez países que lideran los rankings internacionales en la transformación de infraestructuras y de los procesos de digitalización, –y entre los que desgraciadamente no se encuentra España–, descubrimos que siete de ellos coinciden en las dos listas: Estados Unidos –que además ha anunciado recientemente un plan de infraestructuras por dos billones de dólares que se suma a una inversión privada en redes digitales desde 1996 que supera los 1,4 billones de dólares–, Países Bajos, Alemania, Suecia, Singapur, Reino Unido y Suiza. Ellos saben porque lo hacen: la nube es real y tangible; es de hormigón.
Aniceto Zaragoza es director general de Oficemen y profesor titular de Transportes en la ETS de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la UPM.