Rusia y la UE: una oportunidad para la casa común europea
El país es mucho más que Putin y esto obliga a proponer políticas de colaboración con una visión estratégica y temporal amplia
Siempre es difícil hablar de las relaciones de la UE con Rusia y lo es más en estos momentos en que la tensión entre ambas partes está en niveles altos.
Pero quizás por ello conviene dar un paso atrás e intentar contemplar la situación con perspectiva. Observando la economía, y con datos de 2019, el PIB de Rusia fue de 1.518.813 millones de euros, el de la UE 13.719.814 millones, es decir, 9 veces más. Rusia tiene un PIB menor que el de Italia,1.789.747 millones, y superior al de España, 1.119.976 millones. Solamente entre los dos países duplican la economía rusa.
Si nos fijamos en la renta per cápita la diferencia se muestra en toda su elocuencia, 30.669 euros de la UE frente a 10.350 euros de Rusia. También en 2019 Rusia fue un socio comercial de la UE muy importante, supuso el 4% de las exportaciones europeas y el 7% de sus importaciones.
Estos datos relativizan la tan cacareada amenaza rusa. Si bien es cierto que Rusia tiene una capacidad militar desmesurada su relativo atraso económico y su dependencia de las importaciones europeas limita las veleidades expansionistas que pueda tener cualquier sátrapa. Es verdad que la anexión de Crimea y los conflictos en Ucrania y Siria mostraron sus garras, pero también es cierto que la OTAN ha llegado hasta sus fronteras y en muchas de las repúblicas exsoviéticas se bate en retirada frente a las opciones que ofrecen otros países, y las guerras en las que Rusia está involucrada tienen un efecto desgaste que no hay que olvidar.
En estas circunstancias y ante la próxima reunión del Consejo Europeo, en la que se debatirán posibles sanciones a Rusia, conviene preguntarse por el tipo de relaciones que debe buscar la UE.
Sin duda hay que partir de una obviedad que a veces se olvida: Rusia forma parte de Europa geográfica y culturalmente. Chejov o Dostoievski, Ajmátova, Eisenstein, Stravinski, y, por qué no decirlo, la Revolución de 1917, han conformado el alma europea sin que su influencia se pueda distinguir de la de Shakespeare, Buñuel, Pessoa o Montaigne.
Pero, sobre todo, lo que nos une es la geografía y más en momentos históricos como los que vivimos. Darle la espalda a Rusia sería un error porque equivaldría a entregarla a China, un destino que los propios rusos no desean. En los últimos años la alianza sino-rusa se ha ido consolidando desde lo militar a lo económico, compartiendo puntos de vista estratégicos contrapuestos a los de los países avanzados, pero estos hechos no deberían ocultar la necesidad europea de entenderse con Rusia que tiene, a pesar de lo anterior, motivos de inquietud frente a China. El penúltimo incidente militar de la URSS fue con China a orillas del Ussuri.
La cuestión del encaje de Rusia en Europa no es nueva. De una parte, su propia conciencia nacional, la visión de sí misma como un gran imperio, sus vastos territorios, la dotan de un orgullo que dificulta las posibilidades de pacto. De otra, su crónica debilidad económica y sus inmensos recursos naturales la han convertido en oscuro objeto de deseo y, siempre, en un aliado imprescindible en cada conflicto intraeuropeo.
Esta situación, que podríamos denominar de enquistamiento histórico, ni contigo ni sin ti, adquiere una dimensión nueva con el surgimiento de China como gran potencia. Ahora Europa está unida y sus necesidades pasan por estabilizar un espacio propio en medio de las dos grandes potencias mundiales lo que requiere inexorablemente fortalecer los lazos con Rusia.
La búsqueda de esos lazos no debería basarse en el debilitamiento de Rusia porque nunca se logrará, por lo menos hasta el punto de subordinarla al dictado de otras potencias.
Una propuesta de por dónde puede ir la colaboración europea con Rusia nos la ha ofrecido recientemente el Instituto Bruegel. El plan de descarbonización de la UE que culminará en 2050 supondrá un impacto severo para la economía rusa, un impacto que será inmediato ya que desincentivará las inversiones en el sector de los hidrocarburos y lo hará sobre la demanda y los precios de forma muy especial a partir de 2030. Ante esta situación la UE podría colaborar con Rusia para que diversifique su economía, lo que afianzaría la confianza entre las partes y ayudaría a cumplir los objetivos del Acuerdo de París y a estabilizar a la propia Rusia muy dependiente de las exportaciones de hidrocarburos.
Esta propuesta, además de prevenir un futuro previsible, tiene una ventaja, supone dotarse de una política única de Europa con Rusia y daría un vuelco a la situación actual en la que las actitudes de los países socios de la UE difieren entre sí. Mientras los países bálticos y Polonia son partidarios de una línea dura, Alemania construye gaseoductos que esquivan el territorio polaco.
Sería un error insistir principalmente en los aspectos de defensa, en las dinámicas de acción-reacción que implican sanciones y que han presidido las relaciones entre las partes en los últimos años. Rusia es mucho más que Putin y esto obliga a proponer políticas de colaboración con una visión estratégica y temporal amplia.
En su momento, por parte de Rusia se manifestó esa predisposición cuando Gorbachov habló de la casa común europea en la que incluía a EE UU, Canadá y Ucrania. Habría que pensar por qué la UE perdió aquella oportunidad y recuperarla con urgencia.
Juan B. Plaza es Analista de economía