Una política industrial capaz de transformar la España pos-Covid
España no tiene recursos suficientes para apoyar a todos los sectores, por lo que debe elegir a los más innovadores y que tengan mayor potencial
Mientras algunos se empeñaban en ver la luz tras la crisis financiera de 2008, y otros se afanaban desesperadamente en la búsqueda de brotes verdes que nos trajeran un rayo de esperanza, ha bastado con un bicho minúsculo, de apenas unos pocos nanómetros de diámetro, el Sars-Cov-2, para demostrarnos, una vez más, que la realidad es terca y que no se le puede tapar la boca por mucho tiempo. El Sars-Cov-2 no nos ha hundido la economía ni nos ha hundido la sanidad, lo único que ha hecho es poner de relieve las debilidades de nuestro sistema productivo, las carencias de nuestra gestión, nuestra falta de espíritu crítico. Y a cambio, nos sitúa frente a una nueva oportunidad: la oportunidad de planificar una política industrial con prioridades y criterios de respuesta, con medidas de recuperación a corto plazo y de transformación a medio plazo, que, ahora sí, nos sitúe en la senda de la competitividad económica y de un mayor bienestar social para toda la ciudadanía.
Esta nueva crisis ha sorprendido al tejido productivo español en un momento de transformación marcado por la globalización económica, la digitalización y la sostenibilidad medioambiental, un momento en el que Europa busca su valor diferencial frente a Estados Unidos, frente a China y frente a grandes corporaciones industriales y tecnológicas que son ya verdaderos centros de poder político y económico, por encima de muchas naciones. En este contexto, España se enfrenta al reto de preservar su tejido productivo en el corto plazo, mientras define e implanta los mecanismos que le permitan contar con un tejido productivo competitivo en el medio plazo.
Sin embargo, al hablar de una política industrial para España es importante tener en cuenta algunos matices. El más importante es que una política industrial no afecta únicamente al sector industrial estrictamente hablando, afecta a toda la economía. Cuando se transforma la industria, se genera también mayor actividad en el sector servicios, tanto en los servicios tradicionales (restauración, ocio) como en los servicios avanzados intensivos en conocimiento (ingenierías, consultorías, telecomunicaciones). Además, muchas de las innovaciones tecnológicas y no tecnológicas testadas en la industria se transfieren a otros sectores como el sector primario y el turismo, mejorando también su competitividad y, quizá lo más importante de todo, la industria se transforma a través del conocimiento y de la tecnología, lo que supone un impulso a la demanda de ciencia y de innovación que incentiva la creación de nuevo conocimiento y mejora las relaciones entre todos los agentes del sistema: sector público, empresas, universidades, centros tecnológicos y centros de investigación.
En este sentido, es un acto de responsabilidad reconocer que no tenemos recursos, ni públicos ni privados, suficientes para impulsar a todos los sectores a la vez y con la misma intensidad. Eso no implica que haya que abandonar sectores o dejar caer empresas, eso significa que hay que identificar y apoyar con más fuerza a los sectores que puedan absorber más rápidamente el conocimiento y la tecnología, y que tengan capacidad de transferir su innovación a otros sectores en forma de externalidades positivas.
El segundo matiz fundamental para el éxito de la política industrial es el compromiso. La mayor parte de los retos a los que nos enfrentamos son complejos: cambiar el modelo energético, adaptarnos al cambio climático o transformar la industria española son misiones que requieren de las competencias de industria, de educación, de empleo, de medio ambiente, de igualdad, de hacienda, pero también de ministerios, de agencias públicas y de consejerías regionales, así como agentes privados entre los que destacan las empresas. La gestión y la gobernanza de estos retos implican un ejercicio de generosidad política y de compromiso que, de no existir, abocarán al fracaso todos los intentos que hagamos. En este sentido, el plan de rescate Europeo, Next Generation Europe, supone un incentivo fundamental tanto para la elección de las prioridades como para la coordinación necesaria de todos los agentes públicos y privados para su implantación con éxito.
El tercer y último matiz de la política industria española también está relacionado con el compromiso, y tiene que ver con la integración real y efectiva de la ciudanía en la política industrial. Cuando la política le da la espalda a la sociedad, la sociedad hace lo mismo con la política. Andrés Rodriguez-Pose, profesor de la London School of Economics denomina a esto “la rebelión de los lugares que no importan”. Los grandes retos alteran las dinámicas de innovación tradicionales y se incrementa el riesgo de desigualdades, de pérdida de calidad de vida y de pérdida de competitividad. Y cuando la sociedad pierde calidad de vida, se revela, derroca gobiernos, elige líderes con discursos peligrosos y toma decisiones desde el miedo. En su conferencia España Puede, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, subrayó la importancia de la cohesión social sin la cual, dijo, no habrá progreso duradero. La cohesión es una cuestión de justicia social, pero también de prosperidad económica. Por eso es tan importante la industria. Con una industria innovadora hay cohesión, hay progreso y hay futuro, no solo para la industria española, sino para todo el tejido productivo y para el conjunto del país.
Eva Arrilucea es Líder del think tank Think&Do Tecnalia
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