¿Es una amenaza al crecimiento la política comercial de EE UU?
El enfoque de la Administración Trump implicará costes elevados en la relocalización de las distintas manufacturas
Donald Trump ve la economía como un juego de suma cero. Si observamos los acontecimientos desde este punto de vista, sus decisiones han sido completamente racionales: los bienes que son producidos en EE UU no son manufacturados en China o en cualquier otro lugar y esto son buenas noticias para las compañías estadounidenses y sus trabajadores. Esta es la razón que sustenta la política tarifaria de EE UU, impulsando los aranceles a la importación, especialmente de bienes procedentes de China, y, al mismo tiempo, una recesión en el sector manufacturero.
En este sentido, la tregua comercial con China puede estar aliviando el riesgo que ha dominado la situación en los últimos meses, tranquilizando a los inversores; pero la situación mundial podría hacerse más compleja y desencadenar una mayor incertidumbre. Una incertidumbre que incluye factores subjetivos y por tanto no se puede valorar sistemáticamente. El foco de estas renovadas dudas proviene de la circunstancia de que EE UU ha tomado una posición unilateral, que choca con la creciente globalización que hemos tenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, es decir, colisiona con todas las instituciones y mecanismos desarrollados mundialmente para organizar el comercio de la forma más eficiente posible.
Todos los países han tenido siempre un incentivo objetivo y algo que ganar para acatar esas normas internacionales. Y es que, gracias a ellas, la producción industrial, el empleo y las rentas han crecido significativamente. Primero, en las economías avanzadas y después en los países emergentes. Por ejemplo, la incorporación de Reino Unido a la UE en 1973 trajo para este país ventajas considerables; otro caso: la decisión de China de unirse a la OMC en 2001 tuvo un impacto muy claro para el gigante asiático.
El crecimiento del comercio mundial trajo consigo el desarrollo de una serie de reglas que han facilitado el comercio mundial desde los años ochenta. Gracias a ello, cada país pudo encontrar su lugar en el mundo y sacar partido de los beneficios del multilateralismo, ya que las normas eran similares y consistentes en todas partes, incluso aunque la implementación de estas normas llevara un tiempo.
Es vital tener en cuenta que esta globalización es la que ha permitido una drástica reducción de la pobreza mundial. De acuerdo con el Banco Mundial, el porcentaje de individuos viviendo con menos de 1,9 dólares (constantes) al día pasó del 42% en 1981 al 10% en 2015. Podemos afirmar que esta situación es resultado directo de los cambios institucionales y regulatorios aplicados como consecuencia del multilateralismo.
La política americana ya tomó un sesgo más unilateral en cuanto Donald Trump llegó a la Casa Blanca. En EE UU ha cundido el sentimiento de que este país asume la mayor parte de los costes del proceso multilateral y esta sensación se ha amplificado desde que Trump ocupa la presidencia. En consecuencia, Washington pretende ahora establecer sus propias reglas, sin tener que atenerse a ningún marco preexistente. Si EE UU bloquea los mecanismos de apelación de la OMC, esta organización pierde su principal instrumento para dirimir las disputas entre países y deja de funcionar correctamente.
Es decir, esta dinámica estadounidense está transformando la manera en que funciona el comercio y conducirá a una incertidumbre que pondrá en peligro el proceso de globalización. Y aquí es donde subyace la verdadera ironía de la situación: el enfoque de la Administración Trump pretende defender los intereses de los ciudadanos americanos, pero implicará unos costes muy elevados en la relocalización de las distintas especialidades manufactureras. Es difícil imaginar que el sector textil pueda ser relocalizado con facilidad en los países desarrollados o que los teléfonos móviles puedan seguir vendiéndose a precios tan competitivos.
Quiero enfatizar que el unilateralismo de EE UU lo que refleja es la idea preconcebida de que los productos que no son americanos o bien no son de calidad, o bien compiten injustamente con los bienes estadounidenses. Esta percepción ya estaba presente en la era Bush, pero ahora se ha magnificado, elevando la incertidumbre al comercio global de bienes y capitales. Lo que está en peligro no solo es la OMC, también es la OTAN y otra serie de instituciones, incluida la Reserva Federal, que podría perder su independencia. Estamos ante un cambio sistémico hacia una aproximación económica introspectiva (de puertas hacia dentro) que no es aconsejable.
El crecimiento mundial se ha visto impulsado en las últimas décadas por la capacidad de producir bienes en un lugar y venderlos en otro como resultado de unos costes de transporte decrecientes. Esta tendencia es la que ha extendido la paz y la prosperidad a escala global, a medida que aumentaban las rentas de los trabajadores y los empleos al implicar a un número cada vez mayor de países. Así que tenemos razones para preocuparnos si la economía más poderosa del mundo y fundadora de varias de las instituciones que ahora están en la cuerda floja pone en jaque al comercio mundial. El periodo de crecimiento débil podría durar más de lo esperado.
Philippe Waecther es director de Economic Research en Ostrum AM (Natixis IM)