¿Y si probamos a cambiar de verdad la normativa laboral?
Es hora de abordar una sustancial desregulación que debe ir paralela a un refuerzo considerable de la negociación colectiva
A punto de abrirse un nuevo escenario político, las reformas laborales vuelven a concitar interés. Aunque existan temas más apremiantes, los problemas del mercado de trabajo seguirán presentes e incluso, con la desaceleración económica y con la evolución del empleo, requerirán mayor atención. Las reformas laborales de las últimas décadas, tanto socialistas como populares, han estado caracterizadas por la búsqueda de una modernización de las relaciones laborales, bajo la enseña de una flexibilidad y adaptabilidad empresarial que no pusiera en peligro la tutela de los trabajadores. Pero, a pesar de las sobreactuaciones que han tenido y siguen teniendo lugar en relación sobre todo con la normativa de 2012, se inscriben todas ellas en un mismo modelo, en un mismo marco general. Se producen cambios de detalle, que pueden llegar a tener una cierta significación, pero el marco general de referencia sigue siendo el mismo.
Por eso, en los debates que se abrirán, es de esperar que empiecen a lanzarse ideas, más o menos novedosas, más o menos brillantes, que giren en torno a las cuestiones de siempre. A pesar de los avances, seguimos teniendo un problema de empleo, con una elevada tasa de desempleo que se resiste a bajar sustancialmente a pesar de haber conocido incrementos del PIB muy significativos, seguimos teniendo un problema de calidad del empleo, unos inusitados niveles de temporalidad, y una alta volatilidad del empleo creado. Por no hablar del deterioro de condiciones laborales y de su incidencia en la sostenibilidad del sistema de protección social.
Volveremos a oír que si la mochila austríaca, que si la penalización económica de los contratos temporales, que si los efectos de la subida sustancial del salario mínimo son unos u otros, que si la descentralización de la negociación colectiva en materia salarial provoca situaciones de competencia desleal entre las empresas, que si la externalización de actividades debe o no ser embridada, etcétera. Pero todo ello, en el fondo es darle vueltas a lo mismo. Por eso el título, y la propuesta de este artículo: ¿y si nos atrevemos a cambiar de verdad? ¿Y si prescindimos del modelo conocido, y de la discusión sobre sus detalles, y pensamos que puede haber otro camino?
Eso es lo que quiero plantear. Creo que ha llegado el momento de intentar cambiar de verdad. ¿Cómo? Con una sustancial desregulación de la normativa laboral, que debe ir paralela a un reforzamiento considerable de la negociación colectiva. Es a esta a quien debe encomendarse la regulación de los aspectos más sustanciales de las relaciones laborales y de las condiciones de trabajo, prescindiendo de una regulación legal que vaya más allá del establecimiento de unos estándares mínimos (salario mínimo, jornada máxima, duración mínima de descansos y vacaciones). Eso exige confiar en los agentes sociales, establecer los diversos niveles de negociación (por ejemplo, la de empresa debe prevalecer sobre la sectorial, pero no permitir el establecimiento de salarios inferiores a los de esta), atribuir la facultad negociadora exclusivamente a los sindicatos y blindar el convenio ante los intentos de su cuestionamiento judicial.
La normativa legal (otra) debe quedar para las empresas pequeñas y para sectores no cubiertos por la negociación colectiva. Y la Inspección de Trabajo debería centrarse en vigilar el respeto de dicha normativa, más que en mantener en libertad vigilada a las grandes empresas y a los sectores regulados convencionalmente.
Federico Durán es Catedrático de Derecho del Trabajo. Consejero de Garrigues