Slow tourism: la alternativa viajera y de los destinos
Esta tendencia permitirá remunerar mejor los salarios del sector
No resulta nada fácil delimitar la ciencia turística asociándola a los valores fundamentales actuales. Era más sencillo en los orígenes del turismo masivo de 1960. La cuestión se ceñía entonces a analizar la riqueza que generaban los turistas en un territorio, espolear las llegadas y, en el mejor de los supuestos, plantear cómo una parte de los ingresos derivados podría impactar en la mejora del producto turístico. O incluso a finales del milenio pasado, cuando todavía persistía un mercado de fuerte demanda intermediada, impulsando el crecimiento del número de turistas. Aunque, eso sí, incidiendo en la mejora de la experiencia del cliente, en la calidad de los productos y servicios, y en cómo frenar los desmanes medioambientales.
Ahora es bien distinto. Los valores contemporáneos de los clientes han cambiado de forma radical. Por ello, la planificación turística tiene poco que ver con la búsqueda desbocada de cada vez más turistas. Por el contrario, persigue la radicalidad en el equilibrio medioambiental, en la personalización de la oferta, y en la mejora de la experiencia de los viajeros. Todo ello ajustando el número de turistas a cada espacio, a su capacidad de carga, ni uno más.
Los valores contemporáneos de los clientes han cambiado de forma radical.
La sostenibilidad incluye ahora que la visita a un destino no arroje saldo negativo para el medio ambiente, y por tanto, que los ingresos que se generen en destino, lo mejoren (a base de tasas y peajes medioambientales). La personalización abraza la capacidad de las empresas para ofrecer características apropiadas al viajero -indistintamente de si se gestionan grandes o pequeños grupos mediante la relación empresa-cliente durante todo el recorrido del viaje, antes, durante y después de la visita. Y la experiencia engloba todo lo relativo al intercambio con el territorio y el patrimonio, que afecta a las vivencias, los sentimientos, la emotividad, y produce el mestizaje. El resultado final de este nuevo modelo de planificación es que los turistas satisfechos se muestren dispuestos a pagar más por lo recibido en destino. Ello permitirá remunerar mucho mejor todos los factores productivos —no sólo la rentabilidad inmobiliaria que ha sido la gran beneficiada desde el primer día del turismo masivo—. Sobre todo, los salarios del sector, los más bajos de toda la escala salarial, el eslabón más débil del edificio turístico, el que mayor aportación laboral significa para el estado español.
De la gastronomía a los viajes
Pues bien, todos estos elementos requieren un concepto nuevo en el que anclarse y aglutinar la nueva visión. Es aquí donde aparece el Slow tourism. El movimiento arranca en Italia, en los 80 y en los 90, como reacción al fast food importado de Estados Unidos. A principios de los 2000, de la gastronomía se ensancha al turismo, y se asocia a un modo de viajar completamente distinto al tradicional. De este modo, el slow tourism se presenta como una alternativa radical al modelo tradicional, que consistía en cuantos más turistas mejor y mejor todavía si se desarrollaba en la primera milla cuadrada en torno a la playa. Ahora, la radicalidad consiste en evitar la masificación a toda costa y ajustarla a la capacidad de cada destino.
Bajo esta radicalidad se cobijan*:
(*) Valls, Mota, Vieira, Santos, Opportunities for Slow Tourism in Madeira, Sustainability, August, 2019
- Un sistema de mejora de la sostenibilidad y del entorno natural, que supone la aplicación de la economía circular.
- Un acercamiento a la búsqueda de la autenticidad, es decir, caminar por rutas y por la naturaleza, hacer deporte en vez de visitar y visitar lugares, reducir el gasto energético por turista, utilizar productos kilómetro 0, instalarse en casa rurales y albergues, primando la dimensión humana del alojamiento, producir emociones a base de intercambio de la cultura local.
- Una oportunidad para desestacionalizar las temporadas turísticas, alargándolas a todo el año.
- Una apertura a la creación de nuevos modelos de negocio gracias a las herramientas digitales que van apareciendo, que facilitan la relación directa entre los productores de servicios y los viajeros.
Playa e interior
Es verdad que el slow tourism se está desarrollando más cerca de los escenarios de interior que de los de playa. Pero su empuje avanza rápidamente inundando también los destinos litorales. Existen dos factores fundamentales que le empujan: el aumento del número de seniors, con más tiempo libre disponible, que se han convertido en el primer grupo viajero del mundo; y la mejora de la calidad de vida y de los ingresos que éstos perciben, lo cual les permite explorar cada vez más destinos y compararlos.
¿En qué desemboca esta nueva forma de hacer turismo, que obliga a planificar distintamente los destinos? Cuando al cliente se le ofrece lo que desea, actúa con una menor sensibilidad al precio. Tras veinte años de cabalgar el turismo sobre las distintas oleadas low cost, el slow tourism puede acabar definitivamente con la percepción de que es posible encontrarlo todo más barato. Y ocurrir. Estos nuevos valores de los clientes, a base de viajar más lentamente, permiten recuperar el valor de las cosas. Lo que va de un producto o servicio a una experiencia de autenticidad, sin prisas ni agobios. Y la recuperación del valor conlleva la de los precios que cuestan los productos y servicios. De hecho, aquellos destinos que se adentran por esta vía, mejoran sustancialmente el gasto promedio de los turistas. En un primer lugar, puesto que evitan los ingentes gastos futuros para revertir el deterioro del medio ambiente, que ahora no se produce. Y, en segundo lugar, porque a los clientes satisfechos no les preocupa gastar más.