Veinte millones de empleos en 2020, objetivo de Sánchez
Como Zapatero en 2004, el Gobierno se aferrará sin pudor a las políticas económicas del PP para aprovechar la ola
La adopción entusiasta que el nuevo presidente del Gobierno ha hecho del proyecto de Presupuesto de 2018 del Gobierno extinto de Rajoy es una de las maniobras tácticas más maquiavélicas que se recuerdan en los últimos años, teniendo en cuenta que hace solo una semana había puesto las cuentas del PP y Ciudadanos como chupa de dómine por “ideológicas, insolidarias y consolidar la desigualdad y la precariedad practicada por el Gobierno”. Las prácticas del arbitrismo político desatado tras las elecciones de 2015 lo aconsejaban, y si esos eran los deseos de los cinco señores del PNV para cambiar de caballo, no era cuestión de importunarles y dejar pasar la ocasión de asaltar el poder por honrar unas cuantas frases desparramadas en el pleno que aprobó las cuentas públicas hace solo diez días. A fin de cuentas, es aplicar los consejos sabios que el autor florentino dio siempre a El Príncipe para prosperar.
¿Y si asumir el Presupuesto fuese una iniciativa impulsada por la convicción? Su aplicación sería mucho más cómoda tanto para quienes lo financian como para quienes tienen a él enganchadas sus rentas o para los vigilantes que desde Bruselas deben decidir si España está a fin de año en condiciones de abandonar el protocolo de déficit excesivo por llevar su déficit fiscal por debajo del 3%, una tasa por encima de la cual ha convivido durante un decenio entero.
No parece fácil aferrarse a unas cuentas ajenas si solo se tiene un centenar escaso de diputados y tiene que escucharse todos los días el irrefrenable deseo expansivo de Podemos y atender en una negociación ulterior para las cuentas de 2019 las peticiones de los nacionalistas, tanto las financieras como las políticas.
El Gobierno de Pedro Sánchez es mucho más débil que el que formó en su día Rodríguez Zapatero tras ganar sorpresivamente las elecciones de marzo de 2004 (recuerdan: cuatro días después de un salvaje atentado y una peregrina gestión del mismo por parte de Aznar), y resistir las presiones de sus socios en su gestión y su tránsito parlamentario será una odisea; pero como ya hizo Rodríguez Zapatero entonces con las políticas económicas y laborales de Aznar, se aferrará a muchas más cuestiones que al Presupuesto de cuantas ha puesto en marcha Rajoy en su exitosa gestión de la economía.
Todo es cuestión de adaptar el lenguaje a los hechos, algo sobre lo que el maestro florentino también dejó correr arroyos de tinta. Si los responsables de Economía que rodeaban a Solbes en 2004 lo hacían renegando, una fórmula parecida ensayarán los actuales. Pero no hay muchas otras maneras para “dejar el país mejor de lo que lo encontré” en materia económica (crecimiento, inversión y empleo), tal como ha recomendado Rajoy a Sánchez en su despedida, dado que las líneas de la cancha y el reglamento los diseñan desde Bruselas las autoridades fiscales, las bancarias del Banco Central Europeo y los mercados que tienen a bien financiar la desproporcionada deuda contraída por Estado, banca, empresas y particulares desde primeros de siglo.
En 2004, tras unas semanas a la expectativa sobre el marchamo que darían a la economía los bisoños ministros de Zapatero, se subieron pronto al carro de flores que tiraba de la actividad económica y que proporcionaba cada mes espectaculares réditos en materia de empleo, con una tasa de paro que bajó hasta el 7,5%, algo que en España puede considerarse ocupación plena dada la voluminosa rotación que entre empleo, paro remunerado y subempleo ha sido práctica habitual en el mercado de trabajo. Si hasta 2004 la demanda interna de consumo e inversión, así como el crédito concedido a los sectores residentes, había corrido rápido, desde entonces empezó a volar, sobre todo para comprar casas, con un recurso continuo de la banca a la financiación externa para alimentar a la bestia.
Ahora, no se sorprendan, no será diferente. La doctrina de Sánchez en materia económica y laboral se ha pegado cada vez más a la de Podemos, especialmente desde que puso en marcha el nuevo PSOE, desde que las bases le eligieron secretario general frente a Susana Díaz. Pero como su estrategia es recomponer una base electoral del PSOE muy mermada en las encuestas, se aferrará a los datos de crecimiento de la economía, la inversión, el consumo, el crédito y el empleo actuales. Si hasta ahora eran malos malísimos, desde ahora serán buenos buenísimos. Los miembros del nuevo Ejecutivo pueden censurar la precariedad y desigualdad generada por el mercado de trabajo tras una reforma laboral “perversa” a la que quieren eliminar; pero que nadie espere que cuando salgan los datos de empleo de junio, julio, agosto, etc. justo en los próximos meses, el titular de Trabajo va a decir que “son decepcionantes” y sustentados “solo por la devaluación salarial y la precariedad”. Estos conceptos tan elásticos y cualitativos irán perdiendo presencia en el discurso de los socialistas, mientras el empleo seguirá creciendo en términos cuantitativos. Y para ello, los retoques a la política económica serán de detalle, puesto que lo funciona bien, “mejor no meneallo, amigo Sánchez”.
A fin de cuentas, Sánchez, como todo gobernante, quiere ganar las próximas elecciones, una oportunidad que le ha brindado la historia y que él ni se imaginaba que surgiría. De hecho, al propio socio Iglesias le explicaba Sánchez en el debate de la moción de censura, el pasado jueves, que había que demostrar que “queremos y que podemos gobernar” (hablaba en plural y se lo decía a Iglesias), tal como Ricardo Lagos había comentado a sus ministros en Chile cuando llegó al poder. Solo si se demuestra que se puede gobernar y se hace en beneficio de todos, lo reconoce el electorado.
Tal cosa con la presión condicionada de Podemos en la chepa no será un camino fácil para el presidente, porque no debe olvidar que el objetivo de aquél fue, es y será sustituir al PSOE en el favor de los votantes; una operación gemela a la que intentaba Ciudadanos con el Partido Popular hasta el fin de semana pasado, estando a la vez en el Gobierno y en la oposición, ¡idílica ubicación! Mantener el equilibrio no será fácil, y estirar la expectativa electoral exige, además de mantener lo esencial, lo medular de la política económica y de empleo para no quebrar la curva ascendente, unas cuantas medidas de corte popular/populista que generen adhesión. Elevar el Salario Mínimo, sondear un salario de entrada en convenio más elevado, preparar una mejora de las prestaciones de paro, estrechar el cerco sobre los contratos temporales abusivos, una subida generosa de las pensiones por inconveniente financiero que tenga, poner impuestos a los más pudientes que no afecten a la capacidad de inversión, etc.
Pero el gran objetivo de Sánchez desde hoy es el de Rajoy hasta ayer: veinte millones de empleos en el año 2020. Por su bien y el de todos los ciudadanos. Y eso solo se logra sin enredar, sin jugar con lo que está funcionando. Porque ahora los fundamentos de la actividad son más sensibles que en 2004: si entonces corría el crédito desbocado, ahora está en libertad vigilada, y la ganancia o mantenimiento de la capacidad de crecer pende de un hilo demasiado fino como para correr riesgos.
El diseño de la política económica que Sánchez ha comprado a sus asesores lleva a una subida de impuestos fuerte, porque muy fuerte es el incremento que desea del gasto público, tanto el social como el productivo. El PSOE estima que el nivel de presión fiscal agregado debe llegar al 42% del PIB al menos, tal como está en Europa, frente al 37,5% que tiene ahora España. Pero tal cosa quedará para otras legislaturas, si las hubiere, porque para ganar las elecciones, además de estirar la fecha lo máximo posible (2020), siempre que los socios lo permitan a un Gobierno en manifiesta debilidad, no se pueden subir los impuestos; no se puede ni insinuar que lo harás.
Otra cuestión es si la estructura económica del país lo aguanta, porque siempre que se ha intentado, siempre que el gasto ha corrido más deprisa que el PIB nominal unos cuantos años, se ha terminado poniendo al Estado al borde de la quiebra, y siempre los socialistas estaban cerca.