Cataluña: Con la economía empezó todo y con ella terminó
La Generalitat se echó al monte tras pedir un concierto fiscal y volvió cuando las empresas huían de Cataluña
La reacción virulentamente alcista del Ibex expresada en el mercado de futuros, en la noche del martes, tras el endiablado juego de palabras con el que el president Puigdemont ilustró la esperpéntica sesión parlamentaria para declarar y suspender la independencia de Cataluña, muestra gráficamente la preocupación que el dinero tiene con este asunto. La secesión de una parte tan significativa del territorio español es un acontecimiento tan extemporáneo en el siglo XXI que siempre había sido considerado como un episodio de ficción; pero como mejor paradigma de que la realidad histórica siempre supera al más atrevido de los relatos novelados, la huida hacia adelante de los independentistas catalanes ha planteado un escenario de tal envergadura política, económica y financiera para toda la zona euro que ha puesto súbitamente en guardia a todos los agentes económicos dentro y fuera de la frontera nacional.
La crisis abierta por el independentismo catalán ha atrapado definitivamente a la economía. Ha dejado en suspenso decisiones trascendentales para España (los Presupuestos Generales del Estado de 2018, especialmente), y en las últimas jornadas los analistas han puesto el foco en el conflicto y declarado en cuarentena las decisiones que antes habían dado por buenas.
De tal manera que los mercados han pasado una factura a la economía española nada despreciable, aunque hasta ahora ceñida solo a las variables financieras, con un recorte importante en la Bolsa y subida en la rentabilidad de la deuda emitida por España. En las últimas semanas los tipos de interés de los bonos a diez años han superado el 1,8%, y la prima de riesgo (sobreprecio exigido sobre el bono alemán) que los inversores reclaman a España para comprarlos en el mercado secundario se ha acercado en momentos puntuales a los 150 puntos básicos. Y los índices bursátiles han abierto un hueco con sus iguales alemanes de más de 600 puntos sobre 10.000 en el mismo periodo, llevando la renta variable germana a máximos históricos y abandonando posiciones en las cotizadas españolas.
La lógica de los inversores es muy simple: si España entra en una espiral de inestabilidad política, se encarecerá su financiación y llegará al crédito de las empresas, que experimentarán también los efectos de la pérdida de vigor de sus ventas por la incertidumbre económica. El esperar y ver de proyectos de inversión, las caídas muy apreciables de reservas en el mercado turístico catalán son solo rayos que degenerarán en tormenta si la crisis abierta no se cierra rápidamente.
La génesis de la crisis catalana está en la economía, y en la economía está buena parte de su resolución. Pero mientras esta llega, será también la economía la víctima principal, porque la contumacia de los dirigentes secesionistas expresada en una independencia suspendida para buscar una ilusoria negociación no hace otra cosa que prolongar la incertidumbre, el primer enemigo de la actividad económica.
La velocidad de crucero que la economía española había alcanzado por cuarto año consecutivo, con ritmos superiores al 3% en el PIB y el empleo, se resentirá en la segunda mitad de este año y seguramente en los primeros meses o trimestres del venidero; y lo hará con una intensidad directamente proporcional al tiempo que dure la incertidumbre, que solo decisiones muy firmes del Gobierno respaldadas por todos los partidos constitucionalistas puede acortar.
Aunque adobadas por otras circunstancias de naturaleza política como el encubrimiento de actitudes corruptas de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) o de sus clanes de dirigentes históricos, o por determinados anhelos identitarios incorporados y laminados después del Estatut de Cataluña, las demandas económicas son las que desataron los ánimos siempre templados del nacionalismo moderado catalán. La búsqueda de mayor grado de autogobierno se amparaba en la necesidad de gestionar mejor los recursos que se generaban en Cataluña, en la supuesta inequidad de la financiación regional que convertía a Cataluña (como a otras regiones) en contribuyentes netos, y que tenía que hacer frente a más severos recortes de servicios que otras regiones receptoras netas. El agravio innegable que supone el modelo vasco y navarro se convirtió en el objeto del deseo de los nacionalistas catalanes, que pretenden disponer de todos sus recursos para gastarlos en su territorio, y mantener a Cataluña como una de las zonas con más elevados estándares de actividad industrial y de renta del país, puestos en cuestión, como en todo el Estado, por la crisis de los últimos años y el realineamiento industrial en el mundo.
El agravio innegable que supone el modelo vasco y navarro se convirtió en el objeto del deseo de los nacionalistas catalanes
La demanda de una mejor financiación, de la que Cataluña esperaba obtener un resultado que le proporcionase mejor estatus que a las regiones receptoras netas de recursos, parece razonable, pero siempre estuvo embarrada con el argumentario grosero de que “España nos roba”, que ha envilecido la deriva independentista con un barniz de impostada insolidaridad muy difícil de decapar ahora.
El impuesto de sociedades y las cotizaciones sociales garantizan el equilibrio del sistema de pensiones y de la localización de las empresas
Incluso la demanda de la titularidad de determinados impuestos ahora en manos estatales, y que podían constituir argumentos para crear una Hacienda catalana, seguramente se abrirá camino, siempre que se respete como únicamente nacionales las cotizaciones sociales y sociedades, los dos grandes impuestos que garantizan el equilibrio y solidaridad en el sistema de pensiones el primero, y el equilibrio territorial en la localización industrial, el segundo.
Y si la economía estaba en el origen del problema, y seguramente en la solución negociada, ha estado también en la vía muerta en la que la Generalitat ha metido su aventura secesionista. Nada ha sido tan determinante en la calculada marcha atrás en la declaración de independencia de Puigdemont como la salida en tropel de empresas de Cataluña, con los grandes bancos primero para blindar los ahorros de sus impositores y las empresas de servicios e industriales después para salvaguardar la seguridad jurídica que precisan para trabajar y contratar con sus proveedores y clientes.
El silencio pusilánime de años del empresariado catalán, repitiendo muchos de los manoseados tics del nacionalismo, ha dado alas a las demandas soberanistas. Nadie pide que hagan política si se dedican a la empresa; pero si la política destruye la economía y la empresa, romper el silencio es de supervivencia obligada, aunque se haga por los cauces discretos por los que siempre circuló la diplomacia catalana, sobre todo la económica y financiera.