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El fracaso del 'lobby' europeo de Mas y Puigdemont

El Govern sobrevaloró la comprensión de Bruselas y minusvaloró la influencia de España en la UE La red de contactos de la Generalitat no ha evitado que se cierren las puertas al 'procés'

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, firma el documento sobre la Independencia en el Parlament. EFE/Quique García
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, firma el documento sobre la Independencia en el Parlament. EFE/Quique García

La estrategia internacional del procés independentista en Cataluña había situado a la Unión Europea como objetivo prioritario. Pero ese lobby no ha dado los resultados previstos por la Generalitat, un fracaso que contribuye de manera decisiva a las dificultades que atraviesa desde el 1 de octubre el Gobierno de Carles Puigdemont. Ha sido precisamente en la capital europea donde más se ha visualizado el naufragio de un plan que no ha logrado el reconocimiento internacional deseado por la actual Administración catalana.

Fuentes comunitarias señalan que la estrategia de Puigdemont empezó a hacer aguas en septiembre, cuando el Parlamento catalán planteó una ruptura con la legalidad española. Para un organismo como la Comisión, donde abundan los funcionarios con estudios de Derecho, “esa decisión de declararse al margen de la ley fue un shock”, recuerdan esas fuentes.

Otras fuentes admiten que el Govern ganó algunos aliados durante la jornada del 1 de octubre. Las imágenes de las cargas policiales conmocionaron a parte de Europa. Y los funcionarios de la Comisión menos pendientes del conflicto catalán descubrieron con estupor una deriva violenta que no preveían en uno de los principales Estados miembros de la UE.

Pero el impacto se esfumó. Y, tras cursar una petición de diálogo y un rechazo a la violencia, la Comisión se alineó con las tesis defendidas, sobre todo, por París y Berlín, a favor de respaldar sin ambages el orden constitucional vigente en España. La estrategia internacional de la Generalitat se estrellaba contra un muro tras años de cultivar lazos y buscar complicidades.

Los presidentes nacionalistas de la Generalitat, desde Jordi Pujol a Puigdemont, han mimado su relación con la UE con la esperanza, nunca colmada, de encontrar una vía para esquivar a la Administración central.

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La ofensiva internacional se intensificó tras el salto de Artur Mas desde el nacionalismo al independentismo. Y ganó fuerza a partir de 2013.

La Generalitat y los movimientos independentistas redoblaron su actividad en Bruselas

La Generalitat y los movimientos independentistas, como la Asamblea Nacional Catalana (ANC) redoblaron su actividad en Bruselas, en especial, con vistas a la primera consulta (el 9N de 2014) celebrada en Cataluña a pesar de las objeciones del Gobierno de Mariano Rajoy.

La Generalitat también intentó aprovechar el rebufo del referéndum sobre la independencia en Escocia, celebrado tras un acuerdo entre el Ejecutivo británico de David Cameron y el escocés de Alex Salmond.

La ANC abrió delegación en Bruselas y dejó claro que no se trataba de una representación exterior al uso, destinada habitualmente a movilizar a los catalanes partidarios de la independencia. En Bruselas se perseguía, según indicó la ANC en su momento, una operación de lobby para intentar recabar el apoyo de las instituciones europeas a las reivindicaciones independentistas.

El Govern movió algunas fichas valiosas para ganarse el favor de la UE, pero sin éxito

El Govern también movió fichas valiosas para ganarse el favor de la UE. El antiguo eurodiputado de los Verdes, Raúl Romeva, fue nombrado consejero de Exteriores. Romeva contaba con una brillante trayectoria en el Parlamento Europeo y su presencia buscaba dar credibilidad internacional al procés.

El Govern también intentó elevar el rango de su representación en Bruselas y designó a su delegado en la capital europea, Amadeu Altafaj, como Representante permanente ante al UE. El título (impugnado ante los tribunales) equiparaba sobre el papel a Altafaj con los embajadores permanentes de los 28 Estados miembros, las poderosas figuras que mueven los hilos del Consejo Europeo.

Altafaj, como Romeva, contaba con una larga experiencia en la capital comunitaria, donde había sido portavoz de varios comisarios europeos (entre ellos, el de Economía, en los momentos más agudos de la crisis del euro) y miembro del gabinete del comisario finlandés Jirky Katainen, hoy vicepresidente de la Comisión.

En el Parlamento Europeo, la principal voz del independentismo la ostenta el eurodiputado del PDeCat, Ramón Tremosa, miembro activo e influyente de la comisión de Economía de la Eurocámara.

Con todos esos mimbres, la Generalitat lanzó una estrategia basada en unas premisas que, tal vez, han contribuido a su fracaso. La primera, que la UE aceptaría la independencia de Cataluña si se presentaba como un hecho consumado y de ahí el empeño, rechazado por Bruselas, de dar la apariencia contar con una política exterior propia o con un "embajador" ante la UE. La segunda, que la UE nunca prescindiría de una de sus regiones más prósperas. Y la tercera, que la influencia de España en la UE estaba en declive como consecuencia de su crisis económica y el desprestigio de sus instituciones por la avalancha de casos de corrupción política.

La estrategia se anotó algunos tantos. Y el propio Puigdemont aprovechó un acto en el Parlamento Europeo, en enero de este año, para defender la convocatoria de un referéndum y pedir el apoyo de Bruselas. “Se trata de un asunto europeo y Europa no puede mirar para otro lado”, señaló el presidente catalán.

Pero las puertas, lejos de abrirse, se han ido cerrando. Y todo indica que la Generalitat sobrevaloró la apertura de la UE a sus demandas y minusvaloró la capacidad de contraataque del Gobierno español.

Tampoco jugó a su favor el escaso apetito de la UE para abrir el melón de las reivindicaciones independentistas en un club donde hay 75 regiones con poderes legislativos similares a los de Cataluña.

Las tornas se giraron en contra de la Generalitat rápidamente. España salió del bache económico y empezó a ser ensalzada por la zona euro como ejemplo de recuperación. Rajoy se ha convertido en un importante aliado de la canciller alemana, Angela Merkel, y el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, también parece contar con él. Y la crisis del brexit ha redoblado el temor de la UE a cualquier fuerza centrífuga, sea nacional o regional.

Con ese telón de fondo, el plan europeo de Puigdemont empezó a desmoronarse del todo apenas 72 horas después de la consulta convocada por la Generalitat para el 1-O y suspendida por el Tribunal Constitucional.

El vicepresidente de la CE, Frans Timmermans, arremetió contra el Ejecutivo de Carles Puigdemont por incumplir la ley y llegó a calificar de “populismo nacionalista” al movimiento a favor de la independencia. Una etiqueta que no es baladí, porque arrincona a ese movimiento junto a las fuerzas euroescépticas y eurófobas que Bruselas combate desde hace años. Un baldón para el govern y para ANC, que siempre han proclamado el carácter europeísta de sus iniciativas.

Y el portazo europeo definitivo llegó el 10 de octubre, solo unas horas antes de la sesión del Parlament destinada a proclamar la independencia. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, haciéndose eco de la opinión reinante en Berlín, París y otras capitales, pidió a Puigdemont que pusiera fin a su aventura unilateral.

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