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Tribuna
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China y Rusia, enemigos de las sociedades abiertas

Los dos países amenazan la prosperidad recuperada en Occidente tras la crisis económica

El presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo ruso, Vladímir Putin.
El presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo ruso, Vladímir Putin.EFE

Por primera vez desde el inicio de la crisis financiera internacional hace una década, las economías desarrolladas y las emergentes y en vías de desarrollo crecen de manera sólida y sostenible. Los precios de los hidrocarburos y materias primas se han estabilizado a niveles razonables para los países que las exportan y los que tienen que importarlas. La crisis de la eurozona es un recuerdo lejano.

España continúa superando las previsiones y su PIB creció a un ritmo anual del 3,1% en el segundo trimestre. Pagamos menos para colocar el bono a 10 años (1,5%) que EE UU, Canadá, Australia o Italia. Grecia ya vende parte de sus bonos a 10 años en los mercados a un asumible 5,4%. Las Bolsas registran récords. No se produjo un nexit, el reformista Macron es el presidente de Francia y los socialdemócratas probablemente repetirán como socio de gobierno de Merkel después de las elecciones del 24 de septiembre. La UE cerró filas ante el brexit y Theresa May negocia desde una posición de debilidad.

Pero esta prosperidad está amenazada por el populismo, proteccionismo e intervencionismo en el ámbito económico y el radicalismo de derechas y de izquierdas en el político. Los Gobiernos y fuerzas que quieren minar el sistema multilateral liberal y la integración europea cuentan con el apoyo de Rusia y China. El Congreso de EE UU aprobó casi por unanimidad nuevas sanciones para las empresas de cualquier país que hagan negocios con compañías rusas del sector militar y energético. Costó mucho forjar un frente común entre la UE y EE UU y acordar sanciones para que Putin entendiera que él y sus oligarcas pagarían un precio después de su anexión de Crimea, invasión de Ucrania oriental, ciberataques e interferencia en las elecciones de EE UU.

Trump no podrá desarrollar una política de acercamiento a Rusia como deseaba. Alemania nuevamente ignora a Polonia y las repúblicas bálticas y quiere construir un segundo gasoducto entre Rusia y Alemania (Nord Stream 2). Merkel pierde toda credibilidad como impulsora de la integración europea colaborando con Putin. Rusia ha realizado maniobras militares con China en el mar Báltico en agosto. A mediados de septiembre, llevará a cabo las mayores maniobras militares desde el final de la Guerra Fría en Rusia occidental y Bielorrusia. Participarán 100.000 soldados y Moscú vulnerará otro tratado (el Documento de Viena de la OCDE) al impedir la presencia de observadores externos.

Las invasiones de Georgia en 2008 y Ucrania oriental en 2014 fueron precedidas de ejercicios de menor envergadura que sirvieron de campo de prueba del material militar ruso. En 2016, los miembros de la OTAN tuvieron que desplegar aviones en 800 ocasiones ante violaciones del espacio aéreo por parte de cazas rusos, que a menudo desconectan su transpondedor y arriesgan colisiones al sobrevolar buques en aguas internacionales de manera rasante.

Putin puede permitirse este juego de ruleta rusa porque, desde que llegó al poder en el año 2000, su política de dividir y vencer respecto a la UE ha funcionado. Alemania, Italia, Hungría y Serbia han negociado o construido gasoductos que aíslan a otros socios de la UE. La Comisión Europea quería frenar los planes del Kremlin, pero ahora Juncker y Merkel prefieren jugar la fácil carta del antiamericanismo.

En lugar de aplicar las urgentes reformas y privatizaciones que necesita Francia, Macron ha bloqueado la compra del astillero de Saint-Nazaire por parte de la empresa italiana Fincantieri. El Estado francés es el propietario de paquetes de acciones valoradas en 100.000 millones de euros en 1.800 empresas que dan empleo a 800.000 trabajadores, superando de largo a cualquier país occidental. China, por su parte, ya ha invertido más de un billón de euros en proyectos del Cinturón Económico y la Ruta de la Seda Marítima (OBOR), y las multinationales occidentales compiten por vender su tecnología a sus homólogas chinos. Según los datos del think-tank CSIS, en 86% de dichos proyectos participan contratistas chinos. No hay ningún caso en la historia de democracias que hayan librado una guerra con víctimas.

Lenin ya vaticinó que vendería a los capitalistas la soga con la que se ahorcarían. Las actitudes miopes y egoístas de políticos y empresas occidentales permiten que se esté comprando y vendiendo a China y Rusia los instrumentos para que diseñen un orden internacional propio de dos dictaduras.

Alexandre Muns Rubiol es profesor, OBS Business School.

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