La ineludible cuota de responsabilidad del Banco de España en la crisis bancaria
Si los Gobiernos no paran la locura de gasto por interés, el supervisor debe parar la del crédito
El Banco de España ha encargado un vasto informe sobre su gestión desde que arrancó el siglo hasta la normalización financiera, en 2014. A lo largo de 266 páginas hace el detallado ejercicio descriptivo que le permite haber sido agente fundamental en la vigilancia de la economía y el sistema bancario y en la búsqueda de soluciones cuando la crisis agarrotó a ambos. Pero esquiva atribuirse la buena cuota de responsabilidad que tiene en la acumulación de desequilibrios, en la generación de la burbuja inmobiliaria y financiera y en los inevitables efectos que tuvo y el coste de su reparación.
La responsabilidad en estos fenómenos es siempre compartida. Pero al menos intelectualmente, y una vez que los acontecimientos han pasado a la historia, conviene hacer el ejercicio de autocrítica correcto para que no se reproduzcan. La explosión del crédito en los primeros años del siglo fue consecuencia de la llegada para siempre de tipos de interés muy bajos y liquidez ilimitada, con avidez en la demanda de los particulares y desmesura en la oferta de las entidades. Si la política monetaria expansiva, que desató la locura, se dirigía desde Fráncfort, la supervisión bancaria se hacía desde el caserón de Cibeles; y si los gobiernos eran reacios a parar la fiestas con restricción fiscal por interés político, eran los supervisores bancarios quienes debían imponer crecientes provisiones al desmandado crecimiento del crédito, sobre todo el hipotecario y el destinado a promotores, y no ampararse en la poco consistente excusa de que la particular estructura de propiedad de las cajas lo impedían.
Todas las crisis financieras tienen el mismo origen: demasiado dinero, demasiado barato, durante demasiado tiempo. Y los supervisores saben que cíclicamente estas espirales terminan con la insolvencia de unos cuantos bancos, y que la mejor forma de solucionarlas es evitándolas. La de estos años se ha llevado por delante al que era el sistema financiero más sólido y más rentable; pero también a la que alardeaba de ser la supervisión más exigente y al esquema de solvencia más estricto. Y afectó además a la independencia política del Banco de España, aunque dejó a salvo su contrastada capacidad técnica.