La ley moral del euro
El problema de la UE no es la moneda, sino la falta de proyecto político
La creación del euro ha sido una de las grandes apuestas monetarias de este tiempo de entre siglos. Se trata de una moneda de diseño, claramente innovadora, que, en última instancia, pone de manifiesto que la moneda es una convención, no algo natural, y, por supuesto, que el dinero es deuda. Y en cuanto convención, la moneda debe ser considerada como un instrumento, no como un fin en sí mismo; debe estar al servicio de los objetivos generales y, aunque pueda parecer utópico en un contexto de determinismo monetario como en el que estamos inmersos, debe estar al servicio de las personas y, en particular, de los ciudadanos como sujetos que ejercen el control político-democrático de las instituciones que crean.
Tras la Segunda Guerra Mundial emergió un consenso, de raigambre keynesiana, que venía a dejar clara la falibilidad de los mercados, así como que la política y los Estados debían corregir tanto los fallos del mercado como los efectos indeseados de estos sobre el conjunto de los ciudadanos. Sin embargo, Nixon, en 1971, comenzó a sentar las bases para que la deuda se convierta en el centro del sistema económico, y así ha sido: el rol del acreedor se ha convertido en prepolítico, y ha nacido una nueva concepción del Estado en torno al concepto de Estado deudor, un concepto mucho más ubérrimo para el pensamiento neoliberal que el de crisis fiscal del Estado de los años setenta (Offe, O’Connor…).
No es extraño que la utopía que prometía el euro cada vez sea menos querida por los ciudadanos que por los inversores y por los mercados. De hecho, los mercados están encantados con el euro. Pero se puede decir que con el euro ya hemos vivido el mismo periodo de bonanza económica como de retroceso, desaceleración y recesión, por lo que es muy fácil caer en la actualidad en el reduccionismo pensando que el origen de todos nuestros males sea el compartir una moneda única y el haber perdido la posibilidad de devaluar nuestra moneda. No obstante, el problema no es el euro en sentido estricto; es la ley moral que se ha creado asociada al mismo por el pensamiento neoliberal.
El problema de fondo no es la viabilidad del euro como moneda, como han planteado algunos economistas muy reputados, y que estarían encantados con la caída del euro a toda costa para confirmar sus hipótesis. Desde la perspectiva del análisis fundamental, por regla general, el euro ha tenido un buen desempeño y un buen comportamiento, ha sido relativamente estable, ha permitido unos tipos de interés bajos y el control de los precios, y ha cubierto con suficiencia las tres funciones que se le suponen a una moneda: medio de cambio, unidad de cuenta y reserva de valor. En este sentido, se puede decir que el balance de la implementación del euro como moneda única de una amplia área económica como la europea es positivo, aun reconociendo que también ha generado importantes ineficiencias: aumento de la desigualdad, burbujas económico-financieras, sobreendeudamiento privado, etc.
Si el problema no es el euro, entonces lo es la falta de un proyecto político para la UE. La debilidad del euro no está en lo que es, sino en lo que no es. Sin avances creíbles en la unión política, difícilmente el euro se sustentará desde el punto de vista del respaldo ciudadano. Se nos olvida que la economía, y esto lo sabían muy bien los clásicos, antes que nada es política, economía política. El proceso de la unión política es el único camino para garantizar el control democrático de las instituciones europeas.
Sacar al euro de la política y, en general, a la economía, abre un juego especialmente peligroso para la dinámica democrática. Especialmente cuando el euro se ha convertido tanto en un auténtico axioma económico, generador de principios económicos indubitables, como en un postulado de la razón práctica, capaz de generar una verdadera ley moral reconocida y aceptada por los ciudadanos. El privilegio del acreedor, la redención incuestionable de la deuda, el principio incuestionable de la responsabilidad patrimonial universal, la aversión a niveles aceptables de inflación, el rescate, la omnipresente política de austeridad, el reescrito discurso de la crisis fiscal del Estado, el techo de gasto, el equilibrio presupuestario, etc., constituyen la nueva terminología de esta nueva ley moral que se ha asociado a la sostenibilidad del euro y que carga los ajustes sobre los ciudadanos y libera a las grandes fortunas de cualquier control social. Una ley moral asimétrica, individualista, injusta y que hace prevalecer el poder de los mercados y de los acreedores sobre el control político y social.
Esta ley moral ha contribuido a sacralizar la deuda a través de un nuevo discurso político que ha calado profundamente tanto en la derecha como en la izquierda. Un discurso determinista y fatalista asociado al Estado deudor y al Estado de consolidación, por utilizar la terminología de Streeck, que recuerda a las premisas del Consenso de Washington, pero esta vez aplicado no a países terceros, sino a países de la propia Unión.
El pacto político del euro suponía una cesión voluntaria de la política monetaria, pero en ningún sitio estaba escrito que iba quedar al margen del control social y, por supuesto, del control democrático, que es lo que está pasando ahora y lo que está provocando la proliferación de los populismos, capaces de canalizar el descontento de los ciudadanos, pero sin una propuesta económica sólida y mínimamente estructurada que plantee alternativas a este modelo determinista y, por supuesto, a esta nueva ley moral.
Francisco Cortés García es Profesor de finanzas de la UNIR