La UE lanza estímulos para acelerar el despegue
La Comisión Europea y el BCE ponen en marcha este año sus grandes planes de ayuda e inversión para evitar que el estancamiento económico se traduzca en inestabilidad política y desconfianza.
Europa se recupera de la crisis, pero no con la velocidad e intensidad necesarias para despejar cualquier duda sobre la cohesión del continente. Y para la zona euro, el objetivo de recuperar sus niveles de crecimiento ya no es solo un reto económico. Es, más bien, un imperativo político.
Sin empleo ni inversión la moneda única corre peligro de convertirse en una trampa indefendible para los Gobiernos de los países que no logren mantener la prosperidad que disfrutaban con su propia divisa.
Bruselas intenta evitar esa pesadilla con planes de inversión (de hasta 105.000 millones de euros al año), con el desembolso acelerado de las partidas para la Garantía de Empleo Juvenil (6.000 millones en dos años, casi un tercio para España) o con la rebaja de los porcentajes de cofinanciación nacional para facilitar la absorción de los fondos estructurales.
Pero el gran impulso para intentar sacar a la zona euro del marasmo en el que se encuentra desde 2010 ha llegado desde Fráncfort. El Banco Central Europeo (BCE) puso en marcha el pasado mes de marzo un plan de compra masiva de deuda (QE o quantitative easing, en inglés) para poner a raya el riesgo de deflación que se cernía sobre la zona euro.
El argumento de que sin el euro la crisis hubiera sido aún peor pierde fuerza a medida que el nivel de vida se deteriora
El plan de Mario Draghi, presidente del BCE, ha empezado a dar resultado. La inflación repuntó ligeramente en mayo hasta el 0,3%. Pero la recuperación definitiva no está garantizada y el tempo político se consume para una zona euro que no remonta del todo.
La crisis financiera actual ya ha provocado que el PIB per cápita de varios socios caiga espectacularmente. En España e Italia, 2014 ha cerrado al nivel de 2006. En Portugal, al de 2007.Y Grecia, por debajo del de 2003. “El euro vivirá su prueba de fuego el día que la economía de un país caiga por debajo del nivel que tenía cuando se incorporó a la Unión Monetaria”, vaticinaban fuentes financieras en los peores momentos de la actual crisis (2011-2012).
Incluso sin traspasar esa barrera, las formaciones políticas partidarias de la ruptura del euro, que ya copan el 25% de los votos en un socio tan esencial como Francia, han empezado a rentabilizar el descontento de una parte de la opinión pública con una integración monetaria que no parece estar dando los resultados prometidos. Y el argumento de que sin el euro la crisis hubiera sido aún peor pierde fuerza a medida que el nivel de vida se deteriora.
Las instituciones europeas intentarán frenar durante 2015 esa deriva, con iniciativas de estímulo e impulso que pretenden recuperar la confianza en la zona euro (de inversores y consumidores) y afianzar el principal proyecto de integración europea con vistas a las citas decisivas de 2017: elecciones presidenciales en Francia y generales en Alemania.
Por el camino, además, Reino Unido celebrará el primer referéndum de la historia sobre la posibilidad de que un Estado abandone el club comunitario. Aunque el país de David Cameron no pertenece a la zona euro, “su salida tendría un impacto enorme en la Unión en términos económicos y de confianza”, advierten fuentes del sector financiero.
“Por lo pronto”, añaden esas mismas fuentes, “habría que traerse de Londres toda la fontanería financiera de la zona euro, que está allí instalada”. Una ventaja, en principio, para las plazas que aspiran a competir con Londres, como Fráncfort o París, pero que podría dislocar durante meses o años la imprescindible fontanería de los mercados financieros.
Si Reino Unido dejase la UE, habría que traerse de Londres toda la ‘fontanería’ financiera, que está allí
La vacuna contra todas esas temidas turbulencias se ha articulado entre la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, bajo la mirada siempre vigilante del Gobierno alemán.
Berlín se resiste desde el comienzo de la crisis a dar respuestas europeas a problemas que considera nacionales, como la elevadísima tasa de paro en España o el insostenible nivel de deuda en Grecia.
Pero la realidad es tozuda y ha demostrado que esos problemas no se debían, o no solo, a la presunta negligencia de algunos Gobiernos, sino a fallos derivados de la propia construcción del euro.
El BCE ha reconocido que, en el peor momento de la crisis, hasta 200 puntos básicos de la prima de riesgo española no dimanaban de la situación de la economía española, sino del riesgo de desintegración de la zona euro.
El Ejecutivo de Merkel no ha tenido más remedio que admitirlo, aunque fuera a regañadientes y con un cuentagotas que ha prolongado la crisis más de lo debido. Pero se ha dado luz verde a remedios como la creación de un fondo de rescate permanente en la zona euro o la puesta en marcha, por la insistencia de España, de una unión bancaria que mutualizará en parte los riesgos de la deuda privada y los desvinculará de la deuda pública.
Como casi siempre, esa reforma llega tarde. Un reciente informe del BCE señala que si la unión bancaria se hubiera puesto en marcha antes de la crisis, el impacto en los países de la periferia hubiera sido un 66% menor.
Desde su llegada a la presidencia de la Comisión Europea (el 1 de noviembre de 2014), Jean-Claude Juncker ha procurado romper con ese inmovilismo alemán. Su plan de estímulo intentará movilizar 315.000 millones de euros en inversión privada hasta 2017, a razón de unos 100.000 millones de euros al año. Una gota de agua en comparación con la caída de la inversión registrada (400.000 millones de euros), pero que Bruselas confía en que sirva de catalizador para despertar la ingente cantidad de capital que duerme a la espera de una oportunidad.
Se calcula que las grandes compañías que operan en Europa disponen de un billón de euros en metálico y deuda a corto plazo, un 40% más que antes de la crisis. Capital parado hasta que la zona euro recobre su confianza.
Alianza con EE UU para preservar la influencia en la escena mundial
La UE cifra en la alianza con EE UU buena parte de su capacidad de influencia en la escena mundial. Para sellar esa unión, Bruselas y Washington negocian desde 2013 un Tratado Transatlántico de Inversión y Comercio (TTIP, por sus siglas en inglés) que se describe como el mayor acuerdo comercial de la historia.
Pero incluso ese calificativo parece quedarse corto en relación con los objetivos del tratado, porque el pacto va mucho más allá de las habituales rebajas de aranceles o la apertura de sectores a la inversión.
Para Bruselas se trata de una oportunidad, quizá la última, para preservar su relación privilegiada con EE UU y garantizar que la agenda transatlántica sigue imperando en buena parte del planeta.
La UE está convencida de que junto a EE UU puede fijar estándares de producción y actuación económica que otros países se verían obligados a seguir para poder comerciar con el espacio económico más próspero del planeta.
El frente atlántico podría resistir así la emergencia de otras potencias, China en particular, donde imperan valores o prioridades distintas en materias tan diversas como el Estado de derecho, la propiedad intelectual o el medioambiente.
El peso de las economías de los países emergentes y en vías de desarrollo se ha doblado desde el año 2000 y ha pasado de representar el 20% de la economía mundial al 40%. Con la OMC bloqueada y la agenda de liberalización pendiente de acuerdos bilaterales, Washington mira casi más hacia el Pacífico que hacia el Atlántico. Un viraje que podría perjudicar a Europa.
La Comisión calcula que varios millones de puestos de trabajo (cinco millones como mínimo) dependen de las exportaciones a EE UU. Un estudio independiente, encargado por la CE, calcula que el nuevo acuerdo supondrá un impulso de unos 119.000 millones de euros para la economía europea.
Y se espera que el pacto amplíe las oportunidades de negocio para las pequeñas y medianas empresas europeas, que ya copan el 28% de las exportaciones a EE UU. Pero Bruselas no está tan empeñada en lograr esas cifras como en sellar su alianza con el futuro.
El dato
Los estímulos del Banco Central Europeo, la relajación del proceso de consolidación fiscal y el precio del petróleo ayudarán a que la UE crezca un 1,8% este año y un 2,1% en 2016, según las últimas previsiones de la Comisión Europea. Para la zona euro, Bruselas estima un 1,5% y un 1,9%, respectivamente, datos mejores que los esperados a principios deeste año.
Las cifras
315.000 millones de euros en inversión privada pretende movilizar el plan Juncker, a razón de 105.000 millones anuales hasta 2017. El objetivo es relanzar la economía europea.
60.000 millones al mes hasta septiembre de 2016 inyectará el BCE con su programa de compra masiva de deuda pública. Draghi pretende atajar así la deflación.
6.000 millones de euros ha destinado la Unión Europea para el plan de Garantía de Empleo Juvenil. Casi un tercio de esos fondos serán para España.
119.000 millones anuales podría añadir al PIB europeo el Acuerdo Transatlántico de Inversión y Comercio (TTIP, por sus siglas en inglés) que negocian Bruselas y Washington.
1 billón de euros en reservas acumulan las grandes compañías que operan en Europa (un 40% más que antes de la crisis), a la espera de un lugar para invertir.